No estaría mal que, para vivir, con lo complicado que es hacerlo, a todos se nos dotara de los resortes que, en lo artístico, tenía Bette Davis, de cuya muerte, ocurrida un día como este de 1989, hoy se cumplen años. Lo digo porque todos la vimos en sus incontables películas como un pozo inagotable de humanidades poderosas y poliédricas, pues lo mismo interpretaba con suma facilidad a personajes antipáticos que se zambullía de lleno en lo melodramático, histórico y cómico. En 1999, el American Film Institute la consideró como la segunda mejor actriz de todos los tiempos, por detrás de la inconmensurable Katharine Hepburn.

Claro que, en otro orden de cosas, la actualidad nos desborda con la presión que cada día ejerce sobre nuestras vidas el malhadado coronavirus, que se divierte jugando con nosotros hasta convertirse en eje de la política y la economía españolas, terrenos en los que avanzamos (?) dando tumbos. A nadie se le escapa que la errática política actual española se dedica a otras cosas y la economía, no sabiendo por dónde tirar ni qué hacer, se anquilosa y se agosta. Ojalá que pronto veamos a los mejores conocedores del coronavirus dictaminando con claridad lo que los ciudadanos tenemos que hacer para ponernos a su resguardo sin que tengamos que vernos por ello  condenados a morir de hambre. Salud y economía son dos valores que van de la mano y que deben estar en total armonía, entre ellos y con  los valores de las demás dimensiones humanas, si realmente aspiramos a llevar una vida mínimamente digna.

Y eso que tenemos ahí mismo, con solo escarbar un poquito en el tiempo, la gran lección que en su día todos pudimos aprender del “ébola”, aquel bichito importado de África en el cuerpo de dos misioneros, allí desahuciados, y que finalmente murieron, pero en cuyo cuidado se infectó una auxiliar de enfermería. Fue ese un hecho que nos trajo a mal traer no solo por las enormes recriminaciones políticas que desencadenó, sino también y sobre todo por las férreas exigencias sanitarias que entonces se adoptaron. A resultas de todo ello nos encontramos con que entonces la muerte de dos misioneros infectados, que regresaron a España a la desesperada en busca de cura, y el contagio de una de sus cuidadoras, al parecer por un simple descuido en la autoprotección, hicieron temblar a toda España, pero ahora la pandemia que sufrimos, con sus casi millón de españoles afectados y cerca de medio centenar de miles de muertos reales, trae al pairo a una buena parte de la población todavía sana, insensata por inconsciente de la carnaza que su despreocupación ofrece a un virus devorador. Traemos hoy a colación lo del “ébola” porque nos dio una lección que, para nuestra desgracia, hemos olvidado por completo, y porque fue un día como hoy de 2014, justo anteayer, cuando se supo que la mencionada auxiliar de enfermería había sido infectada.

Retrocediendo solo un poquito más en el tiempo, también un día como hoy de 1961 los americanos se despertaron con la sorpresa de estar sometidos a un peligro mortal, pero no por la muerte de un 0,1-0,2% de la población por una epidemia imprevista, como nos ocurre ahora, sino por la extinción total de nuestra especie a causa de una guerra atómica, peligro por el que el gobierno Kennedy les aconsejaba que, en la medida de lo posible, se construyeran refugios antiaéreos a fin de intentar salvaguardar al menos la raza humana. Es fácil imaginar el pánico que tal propuesta desencadenó en la población americana y el revuelo que se armó con el acaparamiento lógico de comestibles y materiales de construcción.

Como si lo dicho no fuera suficiente para atiborrarnos esta mañana de inquietudes y zozobras, dos personajes variopintos y contrapuestos nos salen hoy al paso, ambos con su respectiva mística y su peculiar ensoñación. El primero, tan llorado por unos como denostado por otros, fue Lluís Companys. Y lo hace porque, un día como hoy de 1934, declaró el “Estado Catalán” como nación independiente, pero eso sí, dentro de la inexistente “República Federal Española”. Fue la suya una ensoñación de la que tuvo que despertar pronto y que levantó polvos que hoy enlodan no solo a la mitad de los catalanes, a los independentistas, sino también a todos los demás al igual que al resto de los españoles. ¡Qué desgracia la nuestra, pobres españoles, animales empeñados en tropezar mil veces en la misma piedra!

El segundo personaje que hoy nos sale al paso es Escrivá de Balaguer, canonizado un día como hoy de 2002 por el papa JPII en la plaza de San Pedro, un evento multitudinario que puso fin a un proceso de canonización del que dicen que costó unos cuatrocientos mil euros, dicho sea sin ánimo de ahondar en la queja de algunos de los apóstoles por el dispendio de la Magdalena al derramar un caro perfume en los pies de Jesús. Claro que Escrivá siempre se sintió un elegido, un privilegiado de la casta, miembro destacado de una clase dirigente religiosa muy jerarquizada, un profeta investido por Dios mismo, pues su gran obra se debió, según confesión propia, a una particular “inspiración divina”. Mucho de lo que dijo, aunque impregnado de sentido común y aderezado con consignas de tipo psicológico muy simples, pierde fuste y se desvirtúa, a mi criterio, precisamente por su omnipresente “altanería”. ¿Acaso se pararía un cristiano, de los que realmente se dejan la vida en hacer efectivo el evangelio de Jesús, a decir, como él dijo, que “el matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo”? Desde luego, no es lo mismo predicar el evangelio de Jesús que comportarse como señor del mismo. Creo sinceramente que el 6 de octubre de 2002 hubo mucha demagogia y demasiada propaganda en la plaza de San Pedro.

Con la cabeza ya tan sobrecargada, abramos las ventanas de nuestra estancia para airearla un poco, cosa que también conviene hacer para espantar el virus que nos atormenta, y distraigámonos ligeramente con los divertimentos que vehicula “Instagram”, la red social de fotografías y videos que se creó un día como hoy de 2010, red a la que se lanzan en la actualidad casi cuatrocientos millones de interesados. Dicen que solo Ronaldo cuenta con más de doscientos millones de seguidores.

Aunque también podríamos distraernos viendo ir y venir pelotas de tenis que pasan rozando y se escoran en el campo para descoyuntar al adversario. Lo digo porque fue un día como hoy de 1888 cuando nació Eugéne Adrien Roland Georges Garros, intrépido aviador que participó en la primera batalla aérea de la historia en 1914, cuyo nombre lleva desde 1928 el torneo de tenis de París. Quizá la leyenda de haberse lanzado contra un Zeppelín y muerto en su derribo, aunque desmentida, fuera el motivo por el que se le dio su nombre a ese torneo. De hecho, al haber derribado solo cuatro aviones, ni siquiera llegó a ser un “as de combate aéreo”, honor que se reservaba para los que lo hacían de un mínimo de cinco.

El espacio consumido ya solo nos permite mencionar hoy a Anwar al Sadat, el presidente de Egipto que fue asesinado por sus propios soldados, un día como hoy de 1981, durante un desfile militar y que, por su apertura hacia Israel y los acuerdos de Camp David, mereció en 1978 el premio Nobel de la Paz. Se dieron entonces pasos importantes para resolver uno de los problemas más enquistados que hay en el mundo, pero, lamentablemente, hoy adolecemos de políticos que tengan aquella talla para mirar en lontananza y construir con su esfuerzo un futuro mejor para toda la humanidad. 

Tal es el mundo que se nos ha puesto delante esta mañana, un mundo convulso en el que la vida es un acontecer problemático, sometida como está a muchas depredaciones por el hecho de desarrollarse en una sociedad en la que se entrecruzan intereses de toda índole. Partiendo de Jesús, Dios que se adentra totalmente en nuestra forma de vida, los cristianos, sus seguidores, estamos obligados a implantar la “fraternidad” que ahora predica con tanta resonancia el papa Francisco, fraternidad que conlleva igualdad, exige justicia y siempre, siempre, gesta avenencias y felicidad. Solo en la medida en que nuestro mundo es fraterno podemos asegurar que es realmente cristiano.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com