Audaz relectura del cristianismo (50) El socialismo cristiano

Los ciudadanos como objetivo o pretexto

PSOE

Sin la más mínima pretensión de entrar a valorar el resultado de las elecciones generales que hoy celebramos en España y, desde luego, sin querer con ello manifestar ningún tipo de alborozo o de decepción por sus resultados, el presumible triunfo del PSOE en ellas me lleva a hacer la reflexión que hoy ofrezco a los lectores de este blog.

El 29 de enero de 2012, cuando los socialistas españoles atravesaban una de sus más duras crisis y hablaban incluso de refundar su partido en el 38 congreso, escribí lo siguiente en La Voz de Asturias, reflexionando sobre los requerimientos esenciales de cada una de las letras de su anagrama:

Mucho me temo que la S de Socialista (PSOE) haya perdido lustre y mordiente y que se haya diluido su fuerza. En mayo del 68, estudiando ecumenismo en París, le propuse al famoso dominico Chenu, teólogo y sociólogo, que escribiera un prólogo para el libro de un amigo. Servicial y atento, solo me pidió que le hiciera un esquema del libro en cuestión.  Las dos páginas del prólogo de Chenu fueron, con mucho, lo más sobresaliente de aquel libro, dedicado al pensamiento de Pablo VI. Pues bien, charlando con él, un día me dijo que, a su parecer, el mayor drama ideológico del siglo XX había sido que la Iglesia católica se hubiera dejado arrebatar el término “socialismo”. 

Fray Marie-Dominique Chenu,  O.P.

Entendía Chenu que el contenido genuino de socialismo, tan apropiado para encauzar la acción cristiana, había derivado en una ideología aguerrida, de radical laicismo ateo, contrapuesta a la misión evangelizadora de la Iglesia católica.  Viene esto a cuento de que la deseada refundación o regeneración del PSOE, en lo que a la S se refiere, requiere, a mi parecer, que el Partido Socialista sea capaz de limpiar de adherencias el edulcorado socialismo imperante para recuperar la fuerza misional que el dominico francés le atribuía.

Seguro que algunos no dudarían en enviarme al paredón por creer que trato de encerrar el tigre en una jaula, de enclaustrar el ateísmo vindicativo para hacerle cantar el Oficio Divino o de recluir el Socialismo en una sacristía. Pero no estaría demás que los socialistas participantes en el 38 congreso apuntaran en esa dirección. Serían sabios y estarían atinados si lo hicieran. Hoy cabe peguntarse, dada la situación, cómo el socialismo español no tiene, por ejemplo, una institución similar a Cáritas. Dejando de lado las ideologías y los radicalismos, ¿no se propone acaso implantar criterios de justicia y de igualdad? Ello requiere ayudar a los desheredados de la fortuna y a las víctimas sangrantes de la descomunal crisis que padecemos. Hay mucha tela que cortar aquí para confeccionar un traje elegante.

Cáritas

Dimensión social de la riqueza

El apunte que me hizo el dominico Marie-Dominique Chenu, pensador conocido en todo el mundo, tan incisivo y directo, era un doloroso y amargo quejido por la pérdida irreparable que para el cristianismo había supuesto el paso de un tsunami ideológico. La palabra socialismo, tan concreta y clarificadora en lo que se refiere a una vertiente de la vida, tuvo una extraordinaria fuerza a la hora de encauzar el pensamiento y el desarrollo político mundial durante un siglo y su reminiscencia alimenta, mal que bien, algunos proyectos políticos de nuestro tiempo. Pero, ¿qué quería significar Chenu con su lamento? Me parece que se refería muy claramente a las potencialidades que esa palabra habría añadido a lo que se ha venido expresando en los ámbitos eclesiales en términos de justicia y caridad, conceptos que han tenido mucha menos repercusión social.

El profesor de Sociología que tuve cuando estudiaba Filosofía, a finales de los años 50, nos sorprendió en una clase al afirmar, refiriéndose a cómo deberían comportarse los políticos, que lo ideal sería que los Estados fueran pobres y los países, ricos.  No se necesitan gafas para ver que hoy ocurre exactamente lo contrario, que abundan los políticos ricos en países pobres. Es obvio que los políticos se han constituido en clase social, en casta fuertemente amurallada, que ha blindado con ingeniería financiera sus emolumentos y a la que no le duelen prendas a la hora de sangrar a los ciudadanos a golpe de impuestos que no siempre se utilizan como es debido, quiero decir en beneficio de todos los ciudadanos.

No atiborraré a los lectores de este blog, por un lado, con datos de las remuneraciones salariales de nuestros políticos y otras prebendas en forma de dietas y gastos de representación, ni, por otro, con citas de lo mucho que se ha escrito sobre la doctrina social de la Iglesia, cuya fuerza podría catapultarnos a atalayas desde las que se podrían contemplar grandes horizontes despejados. Baste atraer fugazmente su atención sobre que la administración del Estado nos está resultando insoportablemente cara y ruinosa y sobre que el Evangelio es un elenco de consignas que, imitando el comportamiento de Jesús de Nazaret, invita a ocuparse de las necesidades materiales y espirituales del prójimo. Obviamente, la denuncia formulada delata, por un lado, la desviación abusiva de la que siempre debería ser una administración austera y, por otro, nos obliga a preguntarnos si, de no condensar lo dicho la ley y las prédicas de los profetas, el amor fraterno que el cristianismo propugna no quedaría vacío de contenido y no sería más que un címbalo que retiñe, un flattus vocis.

TRABAJADORES

Pero, pasando de las musas al teatro, de la palabrería a la harina, podemos afirmar sin titubeos que cuanto tenemos, nuestra rimbombante y merecida propiedad privada después de tan ardua evolución cultural, es la suma de cuanto la naturaleza nos regala y del fruto de nuestro propio trabajo, salvo que nos hayamos apropiado indebidamente de los dineros del Estado o hayamos robado a otros su patrimonio. En definitiva, que lo único realmente nuestro es, en última instancia, nuestro propio trabajo, por lo que solo en él deberíamos apoyar no solo nuestra propia vida, sino también su proyección hacia los demás seres humanos. Intencionadamente he eludido mencionar como propiedad las herencias legítimas porque lo de ellas recibido tiene los visos sociales de un haber pasivo o capital no producido que debe explotarse en beneficio de todos. Pues bien, con nuestro trabajo, lo mismo si es autónomo que asalariado, produciendo para nuestros semejantes, les prestamos un gran servicio, aunque, como es obvio, también tenemos nosotros mismos el derecho de vivir de él.

Dinamismo de la pobreza

Estos últimos tiempos, se oye hablar mucho de la pobreza en nuestra Iglesia católica hasta el punto de ponderarla tanto que bien podría construirse sobre ella una sugestiva mística religiosa. De hecho, la pobreza de muchos seres humanos, creyentes o no, es la base misma de la mal denominada, a mi criterio, “teología de la liberación”, pues no entiendo que pueda haber otra teología que la de la conversión, la que nos lleva a entrar en contacto con el Dios-Abba y, a su través, con toda su obra, particularmente con los seres humanos y, de forma especial, con los más necesitados.

Sin entrar en ese debate y en la razón de ser de esa teología, confío en que los lectores de este blog estén de acuerdo conmigo en que no se puede construir ninguna teología o mística sobre la pobreza. La razón es muy sencilla: la pobreza es una maldición, una desgracia, una carencia, un contravalor de la vida humana, razón por la que la única actitud sabia, razonable y cristiana frente a ella es combatirla con todas las armas a nuestro alcance, erradicarla. Lo realmente bueno, valioso y cristiano es la riqueza. El Dios del Evangelio, el Abba de Jesús, es sumamente rico y reparte sus talentos entre nosotros y nos exige que los explotemos para devolvérselos con la rentabilidad pretendida. 

De ahí que lo único realmente bueno e interesante de la “pobreza” y de la cruda realidad que significa sea, en última instancia, la oportunidad que nos ofrece para provocar en nosotros un efecto de compasión para con los pobres a la vez que nos empuja a compartir con ellos lo que tenemos, bienes o tiempo, para rescatarlos de su penosa situación.

Curad a los enfermos

La fuerza social del cristianismo

Si no reducimos el cristianismo a un elenco de verdades enclaustradas en fórmulas dogmáticas arcaicas ni lo anclamos en la magnificación de la figura de quien toma nombre, la de Jesús de Nazaret, el “Cristo”, para fijarnos en que es un mensaje de fraternidad cifrado sobre la concepción de Dios como Abba, que es lo realmente importante, no será difícil proyectar sobre el mundo que nos toca vivir su potente foco de luz y su enorme fuerza de levadura para transformar por completo nuestros comportamientos, habitualmente egoístas. Los pobres, los enfermos, los lisiados, los inmigrantes y, en general, todos los necesitados de ayuda, son “viña del Señor”, una viña a cuyo cultivo se nos convoca a todos como operarios sin preocuparnos por un salario que siempre será, por lo menos, del ciento por uno. No hay concepción filosófica ni ideología política ni teoría económica como el Evangelio cristiano para salir al encuentro de cuantos no son más que víctimas de procedimientos sociales depredadores.

Las Bienaventuranzas son el auténtico crisol de un socialismo con hueso (estructura social) y carne (solidaridad efectiva) frente al meramente de boquilla, al teórico y puramente idealista, incapaz de rellenar el esqueleto humano. Que el socialismo histórico, tan efímero, se haya constituido sobre una base ideológica de rampante ateísmo entraña una profunda contradicción entre lo que es una concepción teórica y lo que debería ser su plasmación política (servicio y amor a todos los ciudadanos), pues mientras aquella niega a Dios, esta demuestra su presencia y su fuerza, pues dondequiera que hay amor, allí está Dios. Los seres humanos no somos una manada de animales echados al monte al abrigo de la ley del más fuerte, sino una comunidad fraternal de hijos de Dios. Tenga o no conciencia de ello, quien se preocupa y se ocupa de sus semejantes es un predicador convincente de la hermosura del Dios-Abba cristiano. Esperemos que no tarden en comprender algo tan sencillo y enriquecedor también los más cerrados y empecinados socialistas españoles.

Las Bienaventuranzas

Esperanza

Si los socialistas ganan hoy las elecciones en España y gobiernan para todos los españoles, confío en que descubran las más genuinas raíces del socialismo, las que no se plantaron en este mundo hace poco más de un siglo, sino que enraizaron fuertemente en él hace ya más de dos mil años. Los dirigentes socialistas deben desechar fatuos prejuicios para beber sin complejos en la más fecunda y limpia fuente que uno pueda imaginar, la del Evangelio cristiano, la de la fraternidad universal. Pero, si no fuera así y las ganaran las mal llamadas “derechas”, confío igualmente en que el sentido común de que presumen sus políticos descubran, a su vez, que su única justificación social será la demostración de que sirven efectivamente a todos los ciudadanos, es decir, de que también ellos son capaces de abrir cauces a las exigencias del más genuino socialismo cristiano.

Sabiendo, como cristiano que soy, que todos los acontecimientos se enmarcan en el hermoso mosaico de la benevolente providencia divina, el día de hoy, a pesar de sus inevitables tensiones y de los efluvios del alborozo de los “ganadores” (?) y de las amargas lágrimas de los “perdedores” (?), quiero creer que será un día que dejará una huella de optimismo en el devenir de nuestra joven democracia,  ya muy fogueada. Por todo ello, confío en que el sentido común de los ganadores y de los perdedores sea la atmósfera que respire la política española a lo largo de los próximos cuatro años.

Volver arriba