"Muchos aspirantes al diaconado son hombres de familia, con hijos, hipotecas, salarios ajustados" La importancia de la formación para el diaconado

Diáconos
Diáconos

"La carga pastoral, el servicio litúrgico y el testimonio público que exige el ministerio diaconal no se improvisan. Requieren una base sólida, no solo en conocimientos teológicos, sino también en espiritualidad, humanidad y madurez cristiana"

"El diácono no es un actor secundario en la vida eclesial: su presencia tiene un profundo valor simbólico y pastoral. Y por eso, las palabras que pronuncia, especialmente en la proclamación del Evangelio y en la predicación, no pueden salir de un texto impreso al azar, descargado de internet y leído sin alma ni contexto"

Lo comprendí en profundidad cuando fui ordenado, después de cinco años de preparación. Apenas había recibido el sacramento, comencé inmediatamente a asumir funciones como bautizar, bendecir matrimonios y predicar la homilía cuando los sacerdotes me lo solicitaban. Y debo reconocer, con humildad y sinceridad, que mi sensación inicial fue de encontrarme muy “verde”, no estar preparado, de necesitar aún más formación. La carga pastoral, el servicio litúrgico y el testimonio público que exige el ministerio diaconal no se improvisan. Requieren una base sólida, no solo en conocimientos teológicos, sino también en espiritualidad, humanidad y madurez cristiana.

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El ministerio diaconal no es una responsabilidad menor. No se trata únicamente de "hacer cosas" dentro de la comunidad, sino de ser un referente, un puente entre el altar y el mundo, entre la Palabra y la vida concreta de las personas. El diácono no es un actor secundario en la vida eclesial: su presencia tiene un profundo valor simbólico y pastoral. Y por eso, las palabras que pronuncia, especialmente en la proclamación del Evangelio y en la predicación, no pueden salir de un texto impreso al azar, descargado de internet y leído sin alma ni contexto. La homilía no es una lectura, es una proclamación que nace de la oración, del estudio, del discernimiento personal y del contacto con la realidad de la comunidad. De ahí que la formación sea no solo conveniente, sino absolutamente imprescindible.

Aspirantes al diaconado en Barcelona
Aspirantes al diaconado en Barcelona

La formación del diácono ha de ser integral, prolongada y bien estructurada. No basta con cumplir un mínimo académico; se requiere una formación que abarque la teología, la liturgia, la pastoral, la espiritualidad y también el autoconocimiento. Cuando un hombre percibe en su corazón la llamada al ministerio diaconal, una de las primeras barreras que encuentra es precisamente la exigencia de los estudios. Muchos tienen ya una vida laboral consolidada, responsabilidades familiares, incluso una cierta edad, y enfrentarse a un nuevo ciclo de formación académica no es fácil. Sin embargo, es un paso necesario para que el futuro diácono no solo “sepa cosas”, sino que pueda vivir su vocación desde la verdad, la competencia y el servicio profundo.

En España, la Conferencia Episcopal ha establecido desde 2014 unas “Normas básicas para la formación de los diáconos permanentes en las diócesis españolas, en las que se especifican con detalle los contenidos, etapas y requisitos formativos. Aunque este documento ofrece una pauta clara, en la práctica, su aplicación varía significativamente entre diócesis. Algunas tienen estructuras formativas más desarrolladas; otras dependen de convenios con facultades teológicas o seminarios; y no todas disponen de los mismos recursos ni del mismo número de aspirantes. Este panorama diverso puede dar lugar a diferencias formativas notables entre diáconos de distintas regiones, lo cual plantea el desafío de buscar una mayor homogeneidad sin perder la riqueza de cada realidad local.

Candidatos de Zaragoza
Candidatos de Zaragoza

Una de las cuestiones más debatidas es si la formación debe ser presencial o puede ofrecerse en modalidad online. Desde algunas delegaciones se considera fundamental el trato cercano, el diálogo directo con profesores, el ambiente de comunidad que se genera en una facultad o centro de estudios. Es cierto: la presencialidad favorece el acompañamiento y el discernimiento. Sin embargo, no podemos obviar que, en la actualidad, las tecnologías de la comunicación permiten nuevas formas de aprendizaje muy valiosas, especialmente para quienes deben compaginar su formación con un trabajo exigente y con las obligaciones familiares. Una formación híbrida, que combine la riqueza de la presencia física con la flexibilidad del entorno digital, puede ser una solución eficaz y pastoralmente sensata.

Otro de los obstáculos que no se puede ignorar es el económico. Las matrículas universitarias, especialmente en instituciones privadas o especializadas, suponen un coste considerable. Este peso económico se suma al esfuerzo que ya implica el estudio en sí mismo. Muchos aspirantes al diaconado son hombres de familia, con hijos, hipotecas, salarios ajustados. En este contexto, los estudios pueden llegar a percibirse como una carga inasumible, incluso desalentadora. Por ello, sería deseable que las diócesis, o bien a través de convenios con instituciones académicas, o mediante becas o subvenciones, pudieran aliviar —o incluso asumir completamente— el coste de la formación. Esto no solo haría más accesible el camino al diaconado, sino que también sería un signo de que la Iglesia valora y apoya el esfuerzo vocacional de estos hombres.

aspirantes Jaen
aspirantes Jaen

El proceso formativo debe comenzar con un curso propedéutico serio, centrado en el discernimiento vocacional, tanto del candidato como de su entorno familiar. Este curso inicial no es un simple trámite académico, sino una etapa decisiva para evaluar si la llamada que el aspirante percibe es auténtica, madura y compatible con su vida personal y familiar. En el caso de los casados, es fundamental que la esposa participe del proceso y lo apoye, ya que la vocación al diaconado implica también una cierta "vocación compartida", en la que el matrimonio y la familia deben encontrar armonía con la entrega al servicio eclesial. El discernimiento debe ser cuidadoso, sin prisas, y debe incluir también una evaluación del equipo formador, para detectar motivaciones inadecuadas, intereses personales —económicos, migratorios o sociales— que a veces pueden disfrazarse de vocación.

El último tramo de la formación ha de tener un fuerte acento pastoral. El llamado “curso de pastoral” debería ser una etapa eminentemente práctica, donde el candidato pueda acercarse al ministerio diaconal desde la experiencia directa, acompañando a diáconos ya ordenados, participando en la vida de la parroquia, visitando enfermos, colaborando con Cáritas, involucrándose en la liturgia y en los diversos ámbitos de la pastoral. Esta inmersión es crucial para que, una vez ordenado, el nuevo diácono no se sienta desorientado, sino que pueda ejercer su ministerio con naturalidad, desde una experiencia real de servicio.

Es una inversión que no solo beneficia al candidato, sino a toda la Iglesia, que necesita ministros bien preparados, entregados y capaces de anunciar el Evangelio con la vida, con la palabra y con la acción

No deben descuidarse tampoco los ritos de admisión a las órdenes, ni la institución en los ministerios de lector y acólito, tal como indica el Código de Derecho Canónico. Estos pasos no son meras formalidades: tienen un profundo valor simbólico y espiritual. Idealmente, deberían celebrarse en momentos distintos y con suficiente preparación, para que cada uno de ellos pueda ser vivido y comprendido como una etapa concreta en el camino hacia la ordenación. Respetar los plazos y realzar el sentido de cada rito contribuye a dar al proceso formativo la dignidad y profundidad que merece.

En definitiva, la formación para el diaconado no es un añadido secundario ni un requisito burocrático. Es el camino necesario para que el hombre que se siente llamado a este ministerio pueda ofrecerse con generosidad, competencia y humildad. Solo desde una buena formación se puede ejercer el diaconado como verdadero servicio al Pueblo de Dios. Es una inversión que no solo beneficia al candidato, sino a toda la Iglesia, que necesita ministros bien preparados, entregados y capaces de anunciar el Evangelio con la vida, con la palabra y con la acción.

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