Undécima Carta a los Reyes Magos

Poema de  Miguel Hernández

Queridos Reyes Magos: vosotros visteis una estrella, os pusisteis en camino, llegasteis a Jerusalén,  preguntasteis por un recién nacido, turbasteis a los políticos y a los sumos sacerdotes, volvió a aparecer la estrella, os pusisteis muy contentos con ella y siguiendo su luz llegasteis a Belén, adorasteis al niño y, muy satisfechos, regresasteis a vuestra tierra por otro camino.

No me importa como sucedió todo, pero me importa mucho el mensaje que nos habéis dejado para nuestros días:

-Ayudadnos a encontrar a Jesucristo hoy, presente como niño en los niños pobres, enfermos, hambrientos, desnudos, emigrantes solos en una patera, encerrados por el político Trump en jaulas y separándolos de sus padres, o abandonados, sin nombre, por una madre llena de dolor y hundida en la miseria más absoluta, en una esquina o en una calle de los 16 países más empobrecidos de Africa, o los 11 de América del Sur o Bangladés.

-Ayudadnos a encontrar a Jesucristo hoy, presente como joven en los jóvenes enganchados a las drogas, a los botellones, al paro, a la irresponsabilidad ante la pandemia, a la falta de sentido de la vida.

-Ayudadnos a encontrar a Jesucristo hoy, presente en tantos  trabajadores abocados al paro por la pandemia, a la incertidumbre, a la inseguridad de su futuro.

-Ayudadnos a encontrar a Jesucristo hoy, presente sobre todo en tantas mujeres, víctimas de la violencia de género, en las personas discriminadas por género, por orientación sexual, por etnia, por brecha salarial, por techo de cristal, o simplemente por ser mujeres, como pasa en la Iglesia Católica.

-Ayudanos a encontrar a Jesucristo hoy, presente como anciano en tantos ancianos y ancianas, abandonados, solitarios, despreciados incluso por sus propios familiares, recluidos en residencias, considerados un estorbo familiar y social, víctimas especialmente propicias del coronavirus.

-Ayudadnos a encontrar a Jesucristo hoy, presente en millones de personas que aun no tienen acceso a un médico, ni a medicinas, ni mucho menos a un hospital, en casi toda Africa, en América del Sur, en Bangladés o la India.

-Ayudadnos a encontrar a Jesucristo hoy, presente en tantas personas que son víctimas de terremotos, de desplazamientos forzosos por las guerras o desastres naturales, de  confinados  por más de 900.000 en campos de refugiados en Kenia, Etiopía o la R.D. del Congo.

-Ayudadnos a encontrar a Jesucristo hoy, en los 480 millones de mamíferos, aves y reptiles quemados en septiembre pasado en Nueva Gales del Sur, Australia (Informe Universidad de Sydney).

-Ayudadnos a encontrar a Jesucristo hoy, en los millones y millones de árboles quemados en la Selva Amazónica en el año 2020 que ya no pueden producir oxígeno para nuestra respiración.

 -Ayudadnos a encontrar a Jesucristo hoy, en los miles y miles de personas que luchan con sinceridad, como voluntarios o de por vida, a favor de los demás, sin esperar nada a cambio, en los países más empobrecidos de la Tierra.

-Ayudadnos a encontrar  a Jesucristo hoy, en profetas que denuncien las injusticias, los sobornos, los abusos de los poderosos: políticos,  económicos y religiosos, y proclamen con convicción y esperanza que otro mundo más justo, fraternal y solidario es posible para todos los seres humanos y la Madre Tierra, con sus animales, sus peces, sus aves sus plantas, y toda infinitud de vida que en ella quiere vivir para el bien de toda la humanidad.

-Ayudadnos a encontrar a Jesucristo hoy, en Obispos y Cardenales que sean plenamente fieles   a la línea de renovación integral de la Iglesia del Hermano Papa Francisco, hasta hacer de la Iglesia una comunidad de hermanos y hermanas, una comunidad de iguales, hombres y mujeres, donde todos seamos iguales en todo y para todo, en coherencia directa con Jesucristo y su mensaje del Evangelio, al servicio de toda la humanidad y toda la creación.

-Finalmente, igual que vosotros regresasteis a vuestra tierra por otro camino, ayudadnos hoy a conducir al mundo por otro camino, lejos de todos los Herodes de nuestro tiempo, donde habiten la justicia, el amor y la paz, y todos seamos estrellas de luz unos para otros siguiendo a aquel Santo Galileo que dijo: “yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.

Permitidnos recordar este excelente poema de Miguel Hernandez: “las desiertas abarcas”, que hoy me acaba de evocar una amable lectora:

Por el cinco de enero

Cada enero ponía

Mi calzado cabrero

A la ventana fría

Y encontraban los días

Que derriban las puertas

Mis abarcas vacías

Mis abarcas desiertas

Nunca tuve zapatos

Ni trajes, ni palabras

Siempre tuve regatos

Siempre penas y cabras

Me vistió la pobreza

Me lamió el cuerpo el río

Y del pie a la cabeza

Pasto fui del rocío

Por el cinco de enero

Para el seis, yo quería

Que fuera el mundo entero

Una juguetería

Y al andar la alborada

Removiendo las huertas

Mis abarcas sin nada

Mis abarcas desiertas

Ningún rey coronado

Tuvo pie, tuvo gana

Para ver el calzado

De mi pobre ventana

Toda gente de trono

Toda gente de botas

Se rio con encono

De mis abarcas rotas

Por el cinco de enero

De la majada mía

Mi calzado cabrero

A la escarcha salía

Y hacia el seis mis miradas

Hallaban en sus puertas

Mis abarcas heladas

Mis abarcas desiertas

Mis abarcas vacías

Mis abarcas desiertas

Mis abarcas heladas

Mis abarcas desiertas.

¡¡¡Cuántas abarcas quedan todavía desiertas y vacías, porque algunas están demasiado llenas!!! Que esta injusticia tan grande se acabe pronto, y las abarcas estén todas igual de llenas, con la necesario para vivir dignamente toda la humanidad.

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