¿Cervantes antirreligioso? (4)
Destaco los enunciados del artículo de la Revista:
El Quijote, sátira de creencias religiosas y supersticiones;
El Quijote, sátira anticlerical;
El Quijote, sátira de la Inquisición;
La profesión de fe secular de don Quijote.
Todo a contracorriente de la opinión tanto vulgar como culta. Benjumea llegó a reprochar al poeta alemán Heine, judío y nada proclive al catolicismo, que defendiera a Cervantes como escritor católico. Benjumea cita frases, pasajes y aventuras que se podrían calificar de irreverentes y califica al Quijote/Cervantes de librepensador racionalista anticatólico.
En algo podemos estar de acuerdo con Benjumea, en que Cervantes fustiga supersticiones y determinadas creencias religiosas populares. Asimismo en que se nota en su obra una cierta malquerencia hacia determinados miembros de órdenes religiosa, no tanto del clero y, sobre todo, hacia la Inquisición. Pero cuando expresamente manifiesta su fidelidad a la Iglesia, creyendo y profesando lo que ella cree... Recordemos la profesión de fe, como si de un recitado de Credo se tratara, en el Cap. III de Los trabajos de Persiles y Sigismunda.
Haciendo esoterismo de lo que parece patente, Benjumea hace a Quijote/Cervantes símbolo de la libertad de la razón, en tanto Sancho lo sería del pueblo español, incluso de la humanidad, que peregrina hacia la emancipación de la tutela religiosa guiado por los consejos de Don Quijote. Por interpretaciones que no quede. También Azorín y Unamuno tuvieron las suyas pero Benjumea parece ver en el texto lo que su imaginación previamente ha visto.
Cervantes, pues, es visto por Benjumea en una cuádruple dimensión: crítico de creencias y supersticiones; enemigo del clero; censurador de la Inquisición y hostil a la Iglesia oficial. Nos parece osado, pero es una forma de leer con la que pocos están de acuerdo, aunque es admisible en libros como éste del Quijote en que lo patente quiera decir algo más, imposible de expresar por condicionamientos imponderables, en nuestro caso por lo constrictiva que era la férrea disciplina impuesta por la Iglesia.
El Quijote fustiga y hace sátira de los hechos maravillosos, inverosímiles y absurdos de los libros de caballerías, así como los sucesos que escapan a las leyes naturales, encantamientos y encantadores. ¿Cómo no ver en ellos un trasunto de las creencias religiosas como milagros, ángeles y demonios, fantasmas o apariciones? Incluso, según Benjumea, la literatura religiosa ascética y mística no desdice mucho de los libros de caballerías, con esa cantidad de sucesos extraordinarios, visiones, apariciones, arrobos, levitaciones... que exceden los límites de lo mínimamente verosímil.
De esta forma lo expresa Nicolás D. Benjumea:
«Y es que si Cervantes notó y observó en la literatura caballeresca, o sea en el mundo pintado, ese desdén de las leyes físicas y morales, esos absurdos de hacerse la materia penetrable, los cuerpos sólidos aéreos, lo ligero pesado, las almas y la voluntad sujetas a encantamientos y metamorfosis por el poder de hadas, magos, vestiglos y endriagos, no tenía que abrir mucho los ojos para ver que, no ya en el mundo pintado de los libros, sino en el mundo real, en la sociedad viviente sucedía lo mismo con las creencias supersticiosas en el favor de los ángeles, enemistad de los diablos, en los milagros y demás creencias de que estaba saturada la humanidad en aquel tiempo, y especialmente nuestra católica y creyente España. Literatura por literatura, no hay más que comparar la literatura mística y ascética que inundaban las prensas, y ver si no tiene los mismos defectos, monstruosidades y suspensión del efecto de las leyes que rigen al mundo, y en mayor grado que lo que vemos en los libros de caballerías… Pues si en ambas había los mismos defectos; si los de la mística eran más graves y actuales, porque en su tiempo ya no salían caballeros sino un loco de su invención, mientras que la mayoría de la sociedad, cuerda, vivía entre laberintos de visiones, encantamientos, alucinaciones de diablos, apariciones divinas y embelecos y musarañas, entre una guerra de Satanás, tentador por un lado, y Nuestra Señora, abogada e intercesora por otro, ¿cómo negarse que el autor de la sátira de los unos, no fuese el autor de la sátira de los otros? Venimos, pues, por la fuerza de la verdad histórica y de la lógica, a convencernos de que la sátira del mal menor y ya pasado, fue un medio, un instrumento para la sátira del mal mayor y presente.» La verdad sobre el Quijote, págs. 215-217