Condenar para seguir viviendo

Uno se inclina a creer que aquellos disidentes al fin se dieron cuenta de que es mejor condescender para ascender también en el escalafón, para evitar grietas en el entramado orgánico, para esconder desconchones doctrinales, para mantener el principio de autoridad o simplemente para que no se esfume la nube que les sirve de suelo a los "encumbrados" y queden con las vergüenzas al aire.
Mostrar conformidad de palabra y obra al jefe, el que detenta o sostiene la doctrina oficial, en el ámbito político es de vital importancia para el medro, pero dentro del estamento eclesial todavía lo es más.
Los por otros llamados "disidentes" afirman, de buena fe, que ellos buscan también "la verdad". Esa que, aunque sea “su” verdad, creen que es también fuente de nuevas vivencias o al menos "sentimientos".
La "oficialidad", haciendo un supremo esfuerzo de comprensión y de caridad fraterna, llegará incluso a admitir que cualquier razonamiento disidente sea discutible siempre que no se haga público. Es la hibernación de la disidencia. O la relegación de lo que incomoda "ad kalendas graecas".
El pensamiento “a destiempo” les desazona y llegan a decir que más tarde se podrá aceptar, pero “ahora” sería condenable. No es llegado el tiempo, dirán.
La luz les ofusca. E incluso les ofusca a ellos mismos. Parecería que Satán, nombre desde luego "satánico", es más perverso cuando se llama Luzbel, que puestos a nominar, hasta suena bien. Muchos, con toda su buena voluntad razonadora, han tratado de encontrar otra luz en la palabra revelada, pero... Recordemos esos tan pasados años que no parecen hoy que hayan existido:
--”nuestro” H.Küng de toda la vida tuvo que abandonar su cátedra universitaria;
--el archiconocido moralista Ch. Curran, lo mismo en Usamérica, defenestrado por el que todavía era Ratzinger;
--el dominico holandés Shillebeeck, omnipresente en el mundillo clerical culto, reprobado;
--recordemos a jesuitas como Jacques Dupuis, en 1998; Anthony de Mello, en 2001; y Roger Haigt en 2004; también los jesuitas españoles Estrada y Castillo, defenestrados de su Facultad de Teología de Granada junto con el claretiano Forcano, todos de una misma tacada;
-- abates como G. Nardin o G. Franzoni;
--el franciscano L. Boff al que tiempo ha le pusieron el candado definitivo en la boca...
Bueno, vale ya, dejemos de enfangarnos en sus cuitas internas: pueden ampliar el elenco conectando con ADISTA. No merece la pena extendernos más aquí.
Peccata minuta, por su menor difusión internacional, que no por su valía, son muchos otros que ahora pululan por estos prados de Religión Digital: Picaza, Massiá, Tamayo alguna que otra vez, etc.
Como no pudieron callar las voces seculares –-que por otra parte apenas si ya dicen nada porque pasan de largo—, se dedicaron ahora a “los suyos”.
Puestos a perseguir, en la Iglesia siempre tiene que haber persecuciones. Parece que los primeros siglos, por perseguidos y persecutores, les marcaron para siempre a los Jerarcas de la Multinacional del Rezo Ritual.
Hoy la Iglesia, como conciencia moral del mundo, ha entrado en la esclerosis. En eso ha parado la muy santa y mística Iglesia Católica. Y respecto a los suyos, díscolos en su tiempo, su estómago de cuero apergaminado digirió todo a la par que daba mandobles a diestro y siniestro.
Hoy y siempre, en la Iglesia impera la norma, el mandamiento, el orden establecido.
Tanto fieles bienintencionados como “pastores” comprometidos asisten impotentes al drama de un desamor: los jóvenes pletóricos de espiritualidad, no la encuentran en la negrura de las catedrales; los fieles más provectos son hoy los más secuaces; los otros fieles no encuentran “vida” en los ritos ni en las normas y huyen a otros pagos; los clérigos, obligados a aceptar la vida que les da vida, traicionan sus opiniones personales por cobardía, someten su inteligencia a la esclavitud, desisten de sacar las conclusiones que se deducen de su diario bregar, se sienten impotentes y sin fuerzas para oponerse a la monumental estafa del credo oficial.
Se impuso la estrechez mental, la conveniencia del estómago y el utilitarismo de la acción.
El fiel busca instalarse en la vida, en tanto que la jerarquía lo hace en sus funciones. Y el que más puede, por ahora, es este último. Éste es el monumental divorcio, el que se da dentro de la Iglesia entre fieles y jerarquía.
No debieran olvidar que se comienza por rechazar la palabra del obispo y al final se rechaza al obispo. Y lo malo para ellos es que este tiempo ha llegado. Ésta es la renovación a la que asiste el bienintencionado Francisco.