El Cristo que engañó a Jesús (y 2)

Elucubrábamos ayer sobre el pensamiento, la actitud o la predisposición que generaría en los creyentes piadosos del culto oficial helénico y romano la predicación de la nueva religión. Pensamos que muchos de estos piadosos creyentes se sentirían movidos hacia la nueva religión por los hechos, por lo que veían en el comportamiento de los nuevos cristianos más que por su doctrina. La predicación, posiblemente, les dejaría indiferentes o quizá impasibles.

Por una razón: lo que oían no les sonaría a nuevo. Es más, les parecería una copia de lo que ellos ya conocían. Que Jesús naciera de madre virgen, que siendo hombre fuera dios, que padeciera persecución, que muriera bajo suplicio, que hiciera milagros, que bajara a los infiernos, que ascendiera a los cielos… Todo eso ya lo sabían. ¿Para qué entonces adscribirse a nuevos credos si ya tenían otras religiones donde embeberse en idénticos misterios?

Hoy nadie –por no exceder los límites de la estadística, digamos “casi nadie”-- de los que asiduamente acuden a las misas dominicales saben que hubo otros cristos anteriores al que adoran, al que alaban, en el que confían y el que les provee de fuerzas para recorrer este mísero mundo.

Los historiadores de la Religión han demostrado, ya desde hace tiempo, que en la literatura antigua hay numerosos equivalentes con las historias milagrosas evangélicas; que éstas concuerdan en estilo y contenido con las narraciones profanas de milagros, y que, en su mayor parte, es muy posible el origen pagano de las leyendas neotestamentarias de milagros.

Según el teólogo Bousset, se transfirió a Jesús todo tipo de historias vigentes en el lenguaje popular, historias referidas a este o aquel taumaturgo. Las narraciones evangélicas existentes fueron dotadas con motivos milagreros corrientes.

¿Milagros?
Los cristianos, por imperativo superior, están obligados a creer en ellos por ser un elemento fundante y confirmativo de la doctrina.

Hay numerosas similitudes entre los de Jesús y otros sanadores anteriores. Se dice de Buda que sanó enfermos, hizo ver a ciegos, oír a sordos y andar a impedidos; caminó sobre el Ganges crecido; sus discípulos también hicieron milagros... “De la misma manera que Pedro camina sobre las aguas, antes lo había hecho un discípulo de Buda. Y de igual manera que Pedro comenzó a hundirse cuando flaqueó su fe, de la misma manera el discípulo de Buda cuando dudó de Buda. Y de la misma manera que el Señor salva a Pedro, de la misma manera salva al discípulo de Buda el fortalecimiento de su creencia en el maestro”.

Curaciones inexplicables, especialmente las causadas por demonios; expulsión de los mismos; caminar sobre las aguas; pacificar tormentas; realizar multiplicaciones maravillosas de pan y alimentos... todo esto era conocido y habitual en el mundo antiguo, milagros típicos de la época.

Hombres eminentes también realizaron milagros: Pitágoras comienza su actividad misionera con una pesca milagrosa, un milagro de peces; curó a enfermos de cuerpo y alma; calmó tempestades en el mar. Empédocles, discípulo suyo, lo hacía tan a menudo que le llamaban “dominador del viento.” También curó apestados y resucitó muertos.

El milagro de la boda de Caná. El dios Dioniso, según relata Eurípides, realizó el mismo milagro. Hacer milagros con el vino fue su especialidad. Por otra parte de Diónisos se afirma que era la vid y sus fieles los sarmientos.

El médico y semidios Asclepio era llamado “salvador”; ya en el siglo V se relatan milagros suyos; tenía también un templo dedicado a él en Epidauro, algo así como el Lourdes actual, conocido en el mundo entero. “Asclepio, como luego Jesús, sana extendiendo o imponiendo la mano, o colocando un dedo en el miembro del cuerpo enfermo, o simplemente rozando al enfermo. Y, como en Asclepio, también en Jesús se relacionan (aunque no siempre) fe y curación. Y, como allí, también aquí se exige agradecimiento. Un ciego, curado por Asclepio -al igual que uno curado por Jesús- comienza al inicio a ver sólo árboles. Cura, incluso a distancia, a paralíticos, mudos, enfermos, tullidos. Tras la curación, llevan consigo, como testimonio, las muletas. Ambos, Asclepio y Jesús, no hacen distinciones sociales: sanan a jóvenes y viejos, ricos y pobres, hombres y mujeres, esclavos y libres, amigos y enemigos...” (Carl Schneider, teólogo). Asclepio apacigua tormentas, resucita a seis muertos, habiendo testigos presenciales de ello.

La resurrección. Todos, tanto narradores míticos como históricos recogen tal creencia muy extendida por doquier, especialmente en el Próximo Oriente. “Narradores cristiano-judíos”, escribe el teólogo Martín Dibelius, “convirtieron a Jesús en el héroe de las leyendas de profetas o maestros conocidos, novelistas cristiano-paganos continuaron con historias de dioses, salvadores y taumaturgos aplicándolas al salvador cristiano.”

El milagro más grande, como es lógico, fue la propia resurrección Tan popular fue esta creencia que Orígenes (s. III) se atreve a escribir: “El milagro, como no es nuevo para los paganos, no les resulta escandaloso.” Se refiere a dioses que también resucitaron como Jesús.

Entre los dioses más conocidos y que han padecido, muerto y resucitado se encuentran Dionisos y Heracles; Tammuz, en Babilonia; Adonis en Siria; Atis en Frigia; Osiris en Egipto. Algunos de ellos murieron en edad joven y resucitaron a los tres días, como Attis y Osiris.

También existían dioses y hombres conspicuos que fueron crucificados o muertos en un madero: Prometeo, Licurgo, Marsias, Dioniso... Las comunidades de Dioniso adoraron a su dios en la cruz, como consta antes de la era cristiana, sobre un altar con vasos de vino. Según el teólogo la crucifixión de Jesús es tan sólo una forma desarrollada de la crucifixión de Dioniso (Hermann Raschke, teólogo). “Dioniso cabalga a lomos de un asno”; Dioniso en barco se presenta como el señor del mar; relato de Dioniso y las higueras secas; Dioniso y la vid, el escarnio y el sufrimiento de Dioniso, cuya carne será comida y su sangre bebida, el Orfeo báquico en la Cruz; se hace necesaria esta alusión pasajera para reconocer la huella permanente de los motivos míticos de Dioniso en la narración evangélica.”

Hay detalles nimios que se reproducen casi literalmente en los Evangelios. Marduc, la divinidad de Babilonia, considerado como el creador del mundo, el dios de la sabiduría, de la medicina, ser mágico, salvador enviado por el padre, resucitador de muertos, señor de los señores y buen pastor; es apresado, interrogado, condenado a muerte, flagelado, ejecutado con un criminal mientras otro quedaba en libertad; una mujer le limpió la sangre del corazón que le manó de una herida de lanza.

Tras la muerte de César, a quien el pueblo ateniense veneraba como salvador, el pueblo romano creyó que fue llevado al cielo y hecho Dios, el sol se oscureció y aparecieron las tinieblas, la tierra estalló y los muertos regresaron a la superficie.

Heracles, 500 años antes de Cristo, era hijo de dios; intermediario de los hombres; era honrado ya en la época de Jesús como salvador del mundo… Al morir encomendó su espíritu de esta manera: “Acepta, te ruego, mi espíritu... Mirad, mi padre me llama y abre el cielo. Voy, padre, voy.” (ver Lucas)

Donde más se manifiesta la concordancia entre Heracles y Jesús es en el Evangelio de Juan. Estando Heracles en el tormento, grita a su madre: “...madre, no te lamentes... ahora voy al cielo” Y muere diciendo: “Todo se ha cumplido”. Heracles era conocido también como “logos.” y en sus misterios se decía; “El logos está no para dañar o castigar sino para salvar”. El culpable de su muerte se cuelga de remordimiento y espanto.

El sepulcro vacío… Un siglo antes de Cristo Jariton Afrodiseus escribió una novela titulada Jaireas y Kallirboe. En el tercer libro, corre Chairea al sepulcro de Kallirhoe por la mañana temprano. Está desesperado, pero ve que la losa está desplazada y la entrada libre. Chaireas, de miedo, no se atreve a entrar en el sepulcro. Otros corren hacia el olor, también ellos temen, pero por fin uno entra y anuncia el milagro: No está la muerta, el sepulcro está vacío. Ahora entra también Chaireas y confirma lo increíble.

Contemporáneo de Jesús fue Apolonio de Tiana que resucitó y se apareció a dos de sus discípulos, les cogió de la mano para que se convencieran de que había resucitado. También, como Jesús y como Heracles, descendió al Hades para llevar luz a los condenados.

Esta bajada a los infiernos que nada dice a los cristianos de hoy, era un tema muy sugestivo en los cultos paganos, de ahí que el cristianismo lo rescatara para sí. A los infiernos bajaron Ischtar; el dios Nergal (XIV a.C.); Bel Marduc, uno de los mitos con más elementos comunes al de Cristo; Heracles; Pitágoras…

La ascensión también aparece en múltiples mitos y no sólo en relatos paganos sino bíblicos (Enoc, Moisés, Elías). Kybele, Heracles, Atis, Mitra, Julio César, Homero… Heracles y Dioniso, por ejemplo, dejaron huellas de sus pies en la roca. Cristo no podía ser menos.

Podríamos seguir, ayudados por el libro de Karl Deschner “El credo falsificado” pero no es menester ni cansar ni provocar en demasía. Quedémonos con esta sentencia de Diderot: “Probar el Evangelio mediante un milagro significa probar algo absurdo mediante algo contranatural.”

CONSIDERACIÓN PIADOSA: ¿adorarías o venerarías a uno de estos salvadores taumaturgos? ¿Y por qué sí a Jesús que Pablo convirtió en Cristo?
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