¿DARWIN vs DEUS?: Doscientos años de evolucionismo (3/3)

por EMÉRITO AGUSTO
¿Hasta qué punto la teoría de la evolución es aplicable a la especie humana?

¿Se puede compaginar la teoría de la evolución con las enseñanzas cristianas sobre la creación del hombre?

Antes del siglo XIX existieron diversas hipótesis que intentaban explicar el origen de la vida sobre la Tierra. Las teorías fixistas hacían referencia a un hecho puntual de la creación divina; por otra parte, la teoría de la generación espontánea defendía que la aparición de los seres vivos se producía de modo natural, a partir de la materia inerte. Frente a estas deducciones aparece la teoría de la evolución.

Personas ajenas al campo científico suelen afirmar que la evolución “es una simple teoría”. Con ello se quiere expresar que se trata de una conjetura, una hipótesis no comprobada. Sin embargo, hay que clarificar que las teorías son el resultado básico de la ciencia.

En el lenguaje científico, a diferencia del lenguaje habitual, el término "teoría" no significa una mera suposición, sino que hace referencia a un cuerpo organizado, a un sistema de hechos, hipótesis, modelos, etc. relativos a una misma materia.

Si se habla de “teoría de la evolución”, de la "teoría celular", de la "teoría atómica", etc., no se trata de poner en duda la realidad de la evolución, de las células o de los átomos, sino de afirmar su autenticidad.

El debate sobre creacionismo frente a evolucionismo se ha intensificado en los últimos años.

La teoría de la evolución sufre los mismos ataques virulentos que en su época sufrió el heliocentrismo de Galileo. Y curiosamente por parte de las mismas personas, los literalistas bíblicos que opinan que esta teoría contradice la narración de la Biblia y no están dispuestos a aceptar que los seres humanos estemos vinculados a los primates.

Pero existen evidencias científicas suficientes para mostrar que la evolución es un hecho incuestionable. Negar el evolucionismo en nombre de los relatos bíblicos de la Creación es superfluo y raya en el fanatismo.

Lo que de verdad palpita en esta polémica, no es la autenticidad o no de la evolución, sino quién puede decidir acerca de la “verdad” en lo referente a los asuntos de la naturaleza: los científicos, en base a una rigurosa lectura del libro de la Naturaleza, o los teólogos, en base a la interpretación del libro de la Biblia.

Darwin alteró la posición de los humanos en la naturaleza. La ciencia tenía derecho a decidir en cuestiones físico-naturales y lo mejor era no inmiscuir el texto bíblico en asuntos científicos. La claridad y sencillez de la teoría darwiniana consiguió el apoyo de la comunidad científica y del pueblo. La creación por Dios era dogma de fe, la teoría de Darwin, pura investigación.

No obstante, está tomando mucha pujanza la teoría del “neo-creacionismo”, aferrándose a la idea del Diseño Inteligente. Una hipótesis según la cual la complejidad de la vida sólo puede ser explicada por la existencia de un “proceso o un arquitecto inteligente”. Los defensores de esta creencia señalan que el ser humano es muy complejo para ser producto de la evolución.

A pesar de esto, la doctrina del creacionismo y la antropología que se deriva de ella son cuestionadas hoy desde la cosmología y la astrofísica hasta la física cuántica y la biología molecular. Podríamos preguntarnos:
¿En qué “fase” creó Dios al hombre? ¿Primate homínido, australopitecus, pitecántropo, homo habilis, de Neanderthal… o como “homo sapiens sapiens” por aquello del árbol de la “ciencia del bien y del mal”? Y referente al “sentido del ser humano”, ¿somos especie elegida o especie única superviviente? Y para seguir humanizándose y evolucionando, ¿el hombre
debe ser dependiente, feudatario, o crítico, racionalista y socializante?

En pleno siglo XXI ¿se puede seguir afirmando que el hombre es “creación de Dios”?

En esta línea, vemos cómo el cristianismo, tanto protestante como católico, da marcha atrás y renuncia al fixismo, doctrina demasiado rígida como para que pueda seguir defendiéndose. Pero se arbitra una nueva “hipótesis”: “Ni creacionismo ni evolucionismo, sino creación evolutiva”. O sea, algo así como el chiste del baturro “¡sabe a jabón pero es queso!”. Con su habitual sutileza, la Iglesia no da su brazo a torcer.

Y como siempre, aporta sus monologismos:
Ciencia y fe no son enemigas ni pueden ignorarse. La clave está en armonizar la verdad en sus diversas dimensiones:

-En el nivel científico, la certeza se basa en la comprobación experimental.

-En el nivel matemático y filosófico la certeza se basa en el raciocinio lógico.

-En el nivel religioso, la certeza se basa en la veracidad de quien revela y en los hechos que manifiesta.

También desde otro prisma se puede argüir: "Sobre la forma de pensar y comprender el mundo, se enfrentan tres visiones: pensamiento mítico, pensamiento religioso, pensamiento científico". Sólo el científico es válido.

Al igual que le ocurrió a Galileo, algún día Darwin tendrá que ser rehabilitado por aquellos que hoy lo reprueban. De hecho, la Iglesia anglicana ya ha dado el primer paso.

“Charles Darwin: 200 años después de tu nacimiento, la Iglesia de Inglaterra te debe una disculpa por malinterpretarte y por, además de tener una reacción equivocada, haber animado a otros a no comprenderte tampoco. Tratamos de practicar la antigua virtud de fe buscando la comprensión, y confiamos en que esto suponga una reparación”.


Con estas palabras la Iglesia anglicana ha pedido disculpas a Charles Darwin por haberse opuesto de manera "excesivamente emocional" a su teoría de la evolución.

Confiemos en que la Iglesia católica refrende semejante gesto.

N.E. El jueves a las 11 comienza en Canal de Historia una serie sobre Darwin. Promete ser interesante.
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