Efemérides necesaria: hoy, V Centenenario de la muerte de Fernando el Católico, II de Aragón.

Aquí falleció el muy alto y poderoso Rey don Fernando el V de gloriosa memoria. Aquí en esta cámara de Madrigalejo, en la casa de Nuestra Señora de Santa María de Guadalupe, miércoles día de San Ildefonso, entre las tres y las cuatro de la mañana, que fueron veintitrés días del mes de enero de 1516.
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Las cifras redondas parece que tienen un halo especial de celebración. Hace apenas un mes celebrábamos, al menos en el recuerdo de algunos, porque de ello “este país” no se enteró, la muerte del mejor estratega y capitán que ha tenido España, Gonzalo Fernández de Córdoba (2 diciembre 1515). También político fiel no reconocido por su suspicaz señor.
Hoy, a 23 de enero de 2016, recordamos, tras quinientos años, la muerte de Fernando V de Castilla y II de Aragón, “el Católico” (Madrigalejo, Cáceres, 23 enero 1516). Ambos, Gonzalo y Fernando, ligados en el tiempo, en los afanes bélicos y políticos e incluso en la muerte, el primero a los 62 años, el segundo a los 63, con un mes de diferencia. Casualidades de la vida.
El poso histórico popular sobre Fernando II de Aragón ha venido lastrado por dos connotaciones adversas: el sobrenombre de “el católico” y el secuestro de su memoria por el franquismo. Media España no comulga con tales adherencias, secundada o precedida por los altavoces informativos más potentes a la hora de silenciar eventos “patrióticos”. Así ha quedado de lado la historia, la más grande historia nuestra.
España parece un país que se recrea en los desastres. Quizá sea también que nos imponen tal memoria. Si se trata de la Iglesia, la “leyenda negra” surte a toda Europa de inquisiciones españolas cuando en el resto, Francia, Italia, Inglaterra, Austria…, aunado tal tribunal a la política, fue más siniestra y criminal. O sabemos más del desastre de Trafalgar que de la aplastante derrota inglesa en Cartagena de Indias. Ahí están los catalanes proponiendo como venerables títeres a perdedores, su Rafael Casanova (modelo además inventado) y el siniestro Lluis Companys. Quijotes quizá que somos.
Se dirigía Fernando de Aragón a Guadalupe, proveniente de Nápoles, y recaló en Madrigalejo, casa de Santamaría. Dicen que su amada Germana le venía preparando el habitual brebaje de cantáridas para regenerar su vigor masculino, pero en vez de tónico vigorizante era un veneno que acortó sus días. En Madrigalejo firmó su último testamento, el lógico, el que suponía el acceso al trono de Carlos, de educación flamenca, frente al preterido segundón Fernando, educado en Alcalá de Henares. Curiosamente luego el que era flamenco fue más español que nadie; el otro, Fernando, se hizo flamenco-alemán, imperial e imperialista.
Necesariamente hemos de estar de acuerdo con las palabras del actual alcalde de Madrigalejo en el inicio de las honras fernandinas: “Ahora el país está huérfano de liderazgo político”, pidiendo que los actuales responsables "aprendan" de la "visión" y de la "altura de miras" que tuvo en su momento este monarca.
Los años entre 1504, muerte de Isabel, y 1516 fueron amargos para Fernando de Aragón. Por una parte la nobleza castellana veía con malos ojos la presencia del rey de Aragón como regente de Castilla, esperando el momento de regresar a aquellos tiempos de Enrique IV en que ella hacía y deshacía a placer. Por otra, el casquivano Felipe (†1506), llamado “el guapo”, por su matrimonio con la heredera legal, Juana, se encontró como consorte con la corona de España sin méritos para ello. En el poco tiempo que anduvo por estas tierras consiguió dilapidar el espíritu nacional que había animado a los dos reyes, tomando Castilla como finca a expoliar. En tercer lugar, los vaivenes mentales de Juana hacían presagiar lo peor.
Fernando procuró que Aragón, su reino propio, quedara libre de tal afán predatorio. La fortuna en forma de guadaña, mala para Felipe, hizo que Fernando pasara de nuevo a gobernar Castilla: echó a cuantos habían venido a esquilmar Castilla; encerró a su hija trastornada en Tordesillas; se sirvió del siniestro inquisidor Lucero, “el Tenebroso”, para vengarse de cuantos habían cambiado de chaqueta apoyando a Felipe I (de paso, Lucero quiso limpiar algo más: instalado en Córdoba, el inquisidor asoló Andalucía mandando a la hoguera a muchos conversos, antiguos servidores de la corona); llegó incluso a encarcelar al mismísimo confesor y primer arzobispo de Granada, Hernando de Talavera.
Fernando ya no era el rey admirado y querido de los castellanos sino el príncipe hábil y siniestro descrito por su contemporáneo, el florentino Nicolás Maquiavelo.
Pasó sus últimos años con Germana de Foix, no sabríamos decir si por conseguir, él, un heredero para Aragón para que este reino no pasara a dominio castellano con el odiado Felipe el Hermoso, si para satisfacer sus aficiones amatorias o por el ansia de Germana de tener un descendiente. Tenía 53 años cuando casó con Germana. Ella, 17.
Digamos de pasada que Fernando tuvo una prolífica descendencia: cinco hijos con Isabel; uno con Germana, que murió al nacer; dos con Aldonza, noble de Cervera, en relación simultánea con Isabel (el varón, Alonso, llegó a ser arzobispo de Zaragoza); una hija con Toda de Larrea; otra hija con Juana Pereira, noble portuguesa: ambas serían luego abadesas.
Aliado de Fernando en Castilla, otro gran personaje político cuya figura nunca ha sido suficientemente valorada precisamente por su pertenencia al clero, fue Francisco Jiménez de Cisneros, cardenal, tercer inquisidor, primado de España, franciscano, conquistador de Orán y, aunque naciera en Torrelaguna, prez por nombre del pueblo palentino de Cisneros (recomiendo el “tour” de Paredes de Nava, Amusco, Becerril de Campos…).
Rigió Castilla en ausencia de Fernando, retirado éste a su reino de Nápoles, y tras su muerte. Si dejáramos a un lado todos sus “títulos” sacros, podríamos estar hablando de otro de los grandes estadistas españoles que miraron más por el bien general que por el particular, el bien propio, el de su orden o el de algún clan nobiliario.
En su camino hacia Guadalupe para presidir el Capítulo de las órdenes de Calatrava y Alcántara, Fernando se sintió mortalmente enfermo en Madrigalejo, municipio, por cierto, que era propiedad del monasterio de Guadalupe, al que pagó tributo hasta la desamortización de Mendizábal . Allí quedó postrado en cama y allí dictó su último testamento.
Alonso de Santa Cruz, en su “Crónica de los Reyes Católicos”, escribe: “A media noche, entre una y dos, entrante el miércoles….pasó desta presente vida. Falleció en abito de Santo Domingo, muy deshecho de las carnes que tenía, por le aver sobrevenido cámaras, que no solo le quitaron la hinchaçon de la hidropesía pero le deshicieron y dessemejaron en tal manera que no parecía el que solía ser…….”.
Pedro Mártir de Anglería, humanista y uno de los capellanes de Isabel I de Castilla, cronista del último periodo del reinado de los Reyes Católicos dice de Fernando: «el señor de tantos reinos, el adornado de tantas palmas, el propagador de la religión católica y el vencedor de tantos enemigos, murió en una miserable casa rústica y, contra la opinión de las gentes, pobre». Es una apreciación excesivamente subjetiva.
TESTAMENTO. En la Biblioteca Nacional se encuentra una manuscrito de 110 páginas intitulado "Testamento de Fernando" (curiosamente aparecen términos en catalán, dado que algunos de los redactores eran catalanes) con letra muy clara y suficientemente legible (ENLACE)
Entre las disposiciones del Testamento, manda que sea enterrado en Granada junto a su primera esposa; hace donaciones al monasterio de Poblet; a su hijo natural Alfonso y a determinados sirvientes; deja dinero para misas y para limosnas a pobres; también hace partícipes de su herencia a su esposa Germana de Foix y a su nieto Fernando, hermano de Carlos, que estaba siendo educado en Alcalá de Henares.
Sin embargo la importancia histórica de este testamento, firmado el día 22, radica en la declaración de heredera universal a su hija Juana, que recibe el reino de Aragón, los bienes recibidos de sus mayores y los ganados durante su reinado, en especial el reino de Navarra y sus derechos en Indias. Hace la salvedad de que si ella no estuviera en condiciones de recibirlos o administrarlos, todos los derechos pasarían a su nieto Carlos I. Mientras tanto, quedarían como gobernadores, hasta la mayoría de edad de Carlos, en Aragón su hijo Alfonso, arzobispo de Zaragoza, y en Castilla el Cardenal Cisneros.
Libros hay en abundancia para saber más sobre Fernando. Y no digamos, hoy, Internet. De los que me serví en su día, para celebrar musicalmente los 500 de la muerte de Isabel, recomiendo el del historiador Luis Suárez. Fernando el Católico. Ariel.2004. Asimismo y para conocer a ambos monarcas:
• Isabel la católica. Manuel Fernández Álvarez. Espasa;
• Isabel la Católica: su vida y su tiempo Peggy K.Liss;
• Isabel la Católica: una reina vencedora, una mujer derrotada Alfredo Alvar Ezquerra;
• La incomparable Isabel la Católica Jean DUMONT;
• Isabel la Católica Isabel I, Reina, Luis Suárez Biblioteca ABC;
• Isabel la Católica Vida y Reinado Tarsicio de Azcona La Esfera Historia.
• Historia de España del P. Mariana Tomos V-VI (por cercanía temporal)
• Los Reyes Católicos y otros estudios Ramón Menéndez Pidal Espasa Calpe (estudio breve sobre el significado de su reinado).
• La música en la Corte de los Reyes Católicos T I-II-III Higinio Anglés. CSIC.(si de música se trata, imprescindible)
Un homenaje musical (ENLACE): Carlo Verardi (1440-1500) fue un humanista que escribió una muy celebrada en su tiempo “Historia Bética”. Al final de la misma incluye este himno, “Viva el gran rey don Fernado – y su esposa doñ’Isabella”… (PARTITURA)