¿Enseñanza religiosa? ¡No, gracias! (1/4)


Son días éstos de inscripciones escolares, de "apuntarse a", de elegir centro, de buscar lo mejor para los hijos y de decidir sobre enseñanza religiosa sí-no.

Al socaire de la controversia suscitada por la obligatoriedad o presencia de la enseñanza religiosa en las escuelas, me permito aportar mi opinión, que por docente que fui durante veinticinco años, psicólogo y persona preocupada por la trascendencia de la enseñanza religiosa en la vida del niño, puede tener cierto interés. Y si no la tiene para quien, de entrada, niega hasta la misma negación, séalo porque me siento con cierta autoridad para decir lo que digo.

De antemano concedo que una "cierta" enseñanza religiosa sí es necesaria, porque sin ella sería ininteligible nuestra historia, nuestro arte, nuestra literatura y nuestra cultura en general. Pero no más allá y, desde luego, un no rotundo a la enseñanza que implique adoctrinamiento, catequesis y formación=secuestro de los valores humanos.

¿Por qué hay que apartar la credulidad de la educación de los niños? Porque educación de la razón y educación en la credulidad se repugnan mutuamente.

Ejemplos nimios de por dónde puede ir el pensamiento: el niño que aprende primero el mito de la creación del mundo o el del diluvio universal, tiene los criterios posteriores mermados para entender en toda su profundidad la evolución o tendrá que sacar el clavo del mito para introducir el de la ciencia; el niño que admira la muerte de gigantes a manos de enanos, está marcado para entender la grandeza que existe en salvar la vida de otros, descubridores la penicilina, erradicadores de plagas, investigadores de nuevos alimentos, etc.; el niño al que se le enseña que es algo natural la ascensión de un mortal a los cielos, inconscientemente desdeña proezas científicas como la de la exploración de Marte; el niño que “se acostumbra” a los milagros, difícilmente valorará la heroicidad del trabajo constante y perseverante; el niño que sabe que todo se perdona al confesarse, difícilmente entenderá el sentido de la justicia...

Pero, sobre todo, aprende a aceptar verdades “porque sí”, verdades sin evidencia racional, verdades no demostradas, verdades impuestas, verdades que nunca pensará por su cuenta... lo cual insensiblemente le induce a despreciar el método científico en sus averiguaciones posteriores.

Estará más predispuesto a admitir, por argumento de autoridad, proposiciones sin fundamento que a buscar la certeza de las mismas. Estará castrado mentalmente para la ciencia, algo que tardará muchos años en superar.

(continúa)
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