Homilía del Domingo III de Cuaresma. La Iglesia manipula la Biblia.

Pase que muchos relatos del Antiguo Testamento haya que interpretarlos, pase que sean lenguaje acomodado al tiempo en que se escriben, que digan una cosa pero quieran decir otra… Pase, aunque no debería pasar: hay cosas excesivamente infumables en el A.T. y otras que son claramente lenguaje alegórico. ¡Hay que interpretar!
Convengamos en algunas cosas con Una de esas cosas “incontestables” que afirman quienes lo afirman es que el Antiguo Testamento es palabra de Dios, tan palabra de Dios como el Nuevo.
Otra, y en lo que habrán de convenir los fieles del señor (de Roma) sin riesgo de caer en la hipocresía, es que si Dios habla por su propia boca, eso debiera ir a misa. Quiero decir, que no es lo mismo que David cante por soleares que sea Dios mismo el que diga cosas como éstas: “Oye Israel, las leyes y los mandamientos que hoy hago resonar en tus oídos; apréndetelos y pon mucho cuidado en guardarlos”. Esto sí que es “palabra de Dios”.
Dando todo esto por supuesto, llega el III Domingo de Cuaresma y nos invaden las perplejidades. En plural. La primera con la primera lectura. La segunda con el Evangelio.
Vayamos hoy con la I Lectura. Éxodo, 20, 1 (también podría ser Deuteronomio 5.1), el Decálogo, los Mandamientos. Quizá en la iglesia, durante la misa, no dé tiempo a recapacitar ni a hacer comprobaciones, porque parecería que los mandamientos aprendidos en catequesis son más escuetos, están en otro orden, tienen otro lenguaje… Los sabemos de corrido, dada la importancia medular de los mismos: “Amarás a Dios sobre todas las cosas – No tomarás el nombre de Dios en vano – Santificarás las fiestas – Honrarás a tu padre y a tu madre…”
¿Son los mismos que aquellos que dictó Dios y fueron recogidos en el libro del Éxodo? Me he tomado la molestia de ponerlos en columna doble… ¡y no son los mismos! Se corrigen redacciones alterando el sentido, se añade alguno, se suprime otro… ¿Por qué?
Hete aquí que la Iglesia ha manipulado la palabra de Dios; la Iglesia ha corregido al mismísimo Dios… Y ha sido la Iglesia porque no hay redacción en el Nuevo que corrija al Antiguo.
El 1º dice No tendrás otros dioses frente a mí: la Iglesia dice “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Podría ser lo mismo, aunque hoy casaría mejor la redacción primera, dada la cantidad de ídolos con que se rodea nuestro mundo. ¡Lo de “amar” es un término tan vago y manido…!.
El 2º del A.T. dice No te harás figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, etc. (más o menos, no me representarás con estatuas ni cuadros, etc.). ¡No existe en el Decálogo de la catequesis católica! En su lugar la I.C. prescribe “Santificarás las fiestas”, expresión ambigua e indefinida que puede expresar lo que se quiera. El A.T. habla expresamente del sábado (podría ser el domingo en la I.C, no esa ambigüedad de “fiestas”.) Esa distorsión de “sábado” por “fiestas” parece interesada, pues serán todas aquellas que la Iglesia quiera introducir. El 3º del A.T. corresponde al 2º de la I.C.
¿Y por qué tergiversa la Iglesia “no cometerás adulterio” (7º del A.T.) por “no cometerás actos impuros” (6º de la I.C.)? Es de nuevo la “tradición” (Catecismo, 2.396) la que define dichos actos –pecados contra la castidad, como relaciones sexuales libre, masturbación, pornografía…--, en clara represión de todo lo que tenga que ver con el goce sexual.
A la Iglesia le parece que Dios se queda corto y al 9º mandamiento del A.T. “No darás testimonio falso contra tu prójimo” le añade “No mentirás” (8º de la Iglesia). Con seguridad no habrían añadido hoy tal coletilla a la vista de lo que la Iglesia ha medrado con mentiras (siempre piadosas, claro). Pero… ya lo dijo Pablo de Tarso: “Si por mi mentiras Dios es alabado, etc.”.
Finalmente, y abundando en esta fijación agustiniana por el sexo, añade un mandamiento, el 9º, inexistente en el Decálogo del Sinaí: “No consentirás pensamientos ni deseos impuros”. ¡Con la falta que hacía algún mandamiento sobre la acaparación de riqueza y contra el capitalismo la Iglesia se fija en el sexo! Habremos de dejar que la Psiquiatría analice los porqués de este mandamiento, que ¡ya es legislar sobre pensamientos...!
Las consideraciones sobre este tejemaneje de normas fundamentales será mejor dejarlas al albur interpretativo del párroco de turno en la misa de este domingo. Eso sí, enmendar la plana al mismísimo Dios no nos parece nada correcto.