Intolerables quistes de credulidad.

Un estado democrático no puede ni asumir ni tolera la existencia de estas “islas” de pensamiento crédulo, sectas a fin de cuentas, en una sociedad donde tales prácticas resultan cuando menos extrañas, que van contra los usos y costumbres locales y que emanan de un pensamiento discrepante de la democracia. ¿Islamofobia? La misma que cristianofobia: respeto total a la persona, que crea lo que quiera, pero reducida al ámbito de lo privado.

La rotura de una gran presa puede comenzar por una pequeña filtración de agua. Dicen que dijo Napoleón que “por un clavo se perdió una batalla”; y que un largo camino comienza por un paso, en boca de Mao tse Tung...

Eso pasa con las credulidades foráneas. Comienzan por huir del mundo opresivo donde malvivían, se sienten extraños en aquel al que no consiguen incardinarse, hacen gala de un folklore ligado a los credos --cultura repetable--, siguen con comidas más o menos rituales y, a la postre, exigen se edifiquen templos, tengan sus propios espacios, se les concedan tiempos para sus prácticas.

Al final, imponen sus pías costumbres: ¡lo otro sería racismo! Y terminan siendo ghetos admitidos como islotes nunca incardinados y siempre segregados, víctimas de esta sociedad de consumo alejada de Dios, perdón, de Allah.

Ceder en velos femeninos, en excluir a las niñas de la gimnasia, en tolerar usos y costumbres degradantes --curiosamente siempre contra la mujer--, en procurar a los niños comidas especiales en centros públicos, etc. son “victorias” primeras a las que siguen nuevas escaramuzas y subsiguientes concesiones.

Lo religioso ha de tener sus propias fronteras, que son los límites de lo privado. Diríamos más: del sentido común y de las costumbres democráticas que les acogen. Son ellos los que deben asimilarse a los usos sociales de una comunidad que, al fin, ha logrado desprenderse de “todo eso” por ignominioso.

Se ha de perseguir como delito cualquier opinión o juicio públicos contra la democracia hechos según criterios religiosos. El Estado moderno ha llegado a ser lo que es gracias al proceder racional aplicado a la organización social.

Y ese Estado no sólo ha de vetar tales prácticas públicas por su propia pervivencia, sino por el bien de esos mismos ciudadanos crédulos; debe hacer lo posible por que esas personas superen sus lagunas crédulas y accedan a un pensamiento y a una forma de vida más humana.

No debe olvidar Europa que tal estilo de vida era el imperante hace cinco o diez siglos en nuestros propios lares. Tampoco que, para el pensamiento de estas gentes, la democracia es una forma perversa de gobierno, yahiliya.

Y tampoco ha de olvidar Europa a qué extremos de perversión, crueldad y obcecación han llegado grupos y grupúsculos islámicos como el CNU, la OLP, Hamas o el FIS argelino... aunque tuvieran una inicial legitimación por defenderse contra un poder corrupto, pervertido o tirano.
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