Joseph Tiso, sacerdote y presidente ajusticiado.


Fue noticia hace unos meses: el obispo Fernando Lugo es hoy presidente del Paraguay, eso sí, tras ser obligado renunciar a su carácter clerical y sin que las autoridades vaticanas hayan visto con buenos ojos tal decisión.

Sobrarían aquí las interpretaciones, tanto de la trayectoria profesional de este obispo-presidente como del personaje que hoy nos trae, Josef Tiso, también presidente. Este último sirve, además, para desmentir desmentidos y confirmar la connivencia del Vaticano, de la Iglesia católica, con aquellos movimientos dictatoriales que causaron la ruina de Europa en el pasado siglo XX.

Respecto al trueque de “oficios”:

1º) Hoy la condición sacerdotal, incluso episcopal, llena poco la vida de una persona

2º) Gran parte del componente clerical se nutre de poder temporal, de prestigio social, de esa satisfacción que produce ser escuchado, tener autoridad y peso dentro de una comunidad

3º) En un ambiente de desprestigio, cualquier trabajo laico sería bien recibido a cambio de dejar los faldones: ser profesor, alcalde, diputado... Eso ha sucedido con el personaje de referencia

4º) Los dos casos –J.Tiso y Fernando Lugo-- confirman lo que aquí se dice, es decir, la búsqueda de plenitud profesional y laboral, la atracción que ejerce una profesión de prestigio frente a otra degradada y la siniestra senda por donde quiso caminar la Iglesia católica que no parecía tener claros los principios morales que deben regir toda vida política y social.


Josef Tiso fue sacerdote, prelado y político eslovaco. Católico, por supuesto. Una figura clave dentro de la pequeña y trágica historia de Europa central. Nació en Belka Bytĉa en 1887 y fue fusilado en Bratislava en 1947.

En 1910 fue ordenado sacerdote. Desde joven se sintió tentado por la política, siempre en la dirección nacionalista, reivindicando lo que hoy es una realidad, la independencia de Eslovaquia y su separación de Chequia, engullida en su momento dentro de la Gran Alemania.

Fue elegido diputado populista (¿Partido Popular?) en 1925. Llegó a la presidencia del gobierno autónomo de Eslovenia en septiembre de 1938. El 13 de marzo de 1939, meses antes del inicio de la II Guerra y en el marco más general de las negociaciones de Hitler con Occidente (recordemos el entreguismo de Chamberlain y Daladier), se entrevistó con Hitler en Berlín.

En tal conferencia se fijaron las pautas de actuación de una nueva nacionalidad que nacía bajo el amparo de Alemania, marcando en todo momento el paso que el nazismo había impuesto: a cambio del apoyo para las pretensiones nacionalistas eslovacas, al día siguiente (14 de marzo) cedió la explotación de las minas eslovacas. A continuación hizo proclamar por la Dieta la independencia de la República Eslovaca y Eslovenia se convirtió de facto en un protectorado de Alemania.

Por aquello de que del árbol caído todos hacen leña, en septiembre de ese fatídico año de 1939, Josef Tiso solicitó la ayuda de Alemania contra la “agresión” de Polonia. Un pretexto más que ni siquiera ha tenido sitio en la historia para justificar la invasión de Polonia por parte de la Alemania nazi.

Gracias a estos tan gloriosos logros conseguidos para la exaltación de la República Eslovaca, el sacerdote Josef Tiso fue elegido Presidente del Consejo, cargo que ejerció desde el 26 de octubre de 1939 hasta el final de la Guerra, 4 de abril de 1945, fecha en que fue encarcelado por las fuerzas de liberación.

Acusado de ser aliado de Hitler, de colaborar a sus planes expansionistas y de ser un traidor a la nación checoslovaca, fue condenado a muerte por el tribunal del pueblo de Bratislava y ejecutado en 1947.

Si traigo aquí al personaje del título es por mostrar un caso, uno entre muchos, que la católica Iglesia quisiera esconder bajo el felpudo. Bueno es recordar su pasado cuando reniega de sus pretéritos y presentes apoyos a las dictaduras que en el mundo han sido.

La Iglesia siempre ha estado ligada al poder y siempre lo ha buscado. Le iba y le va en ello su supervivencia. El cristianismo llegó a la edad adulta bajo las faldas del asesino Constantino, perdonándole todo por el gran bien que reportó a la humanidad, la religión verdadera.

Seguro que el genocida Stalin habría tenido el apoyo tanto de la Iglesia Ortodoxa como de la Católica si no se hubiera titulado él y su régimen de “ateo”: a los ojos de la Iglesia la muerte de millones de campesinos, obreros e intelectuales hubiera sido algo testimonial, martirial, necesario para el bien general, cuestionable en los datos y, en todo caso, justificable.

¡Pero ya comer en la misma mesa un lobo y un cordero era demasiado!
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