Lectura crítica y humana de “Spe salvi” (5/6).

Corregir a los indisciplinados, confortar a los pusilánimes, sostener a los débiles, refutar a los adversarios, guardarse de los insidiosos, instruir a los ignorantes, estimular a los indolentes, aplacar a los pendencieros, moderar a los ambiciosos, animar a los desalentados, apaciguar a los contendientes, ayudar a los pobres, liberar a los oprimidos, mostrar aprobación a los buenos, tolerar a los malos y [¡pobre de mí!] amar a todos»
Esta cita de Agustín [párrafo 29] me ha producido un cierto regusto: ¿estaba hablando de mí, de mi pasado como profesor?
¿Y qué profesor, médico, coordinador, psicólogo, ayudante social, cooperante, abogado, pedagogo... no se ve retratado en esas palabras? Pronto me ha desilusionado porque, más o menos, eso sólo lo puede hacer “con pleno sentido” quien tenga su esperanza puesta en Cristo, como Agustín.
Es enternecedor ese
Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. [30]
¿Está claro? ¿Para quién? ¿Por qué? ¿No será que S.S. confunde instinto de supervivencia –como lo tienen todos los animales— con esperanza en el más allá?
Pero en el hombre hay más. Ante el peligro de desaparecer --la muerte que ve en los demás, la enfermedad que percibe como mortal-- el hombre siente una angustia distinta a la propiamente instintiva, porque es capaz de reflexionar, de volver sobre sus pensamientos. Entonces escarba para encontrar motivos de esperanza y se aferra a lo que sea. ¿Es eso esperanza en el más allá?
El sustento de la esperanza está en la oración, nos dice ahora.
La esperanza se nutre y se realiza en la oración [32-33].
Otros vemos la oración como un proceso psicológico de disociación del yo real al que se pone en relación con el yo ideal: este yo ideal se personifica para que sea más fácil hablarle. Es una actividad de introspección provechosa, porque la pesona puede llegar a darse cuenta de por dónde le sopla el aire, de dónde vienen los problemas, cuáles son las causas...
Y el hablar consigo mismo, cura. No otra cosa sucede cuando nos gritamos: “¡Para el carro, Julio, que te estás pasando!” Ese supuesto Julio es uno mismo, claro está.
Y así la oración se convierte en deseos explicitados, reconvenciones, culpabilidades que se echan fuera, reprimendas por el mal hacer, aspiraciones, pretensiones, esperanzas... Incluso es petición de perdón porque la angustia interior se torna inaguantable: y esta petición de perdón, dice J.R., deviene proceso de purificación para recibir los dones de Dios. ¡Y tanto!
Pero de nuevo encontramos sumamente débil la argumentación cuando recita los consejos para una buena oración. Más que débil, pueril. Parecería una charla de retiro para monjas ursulinas.
---Debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación con Dios obliga al hombre a reconocerlas también...
---De este modo se realizan en nosotros las purificaciones, a través de las cuales llegamos a ser capaces de Dios e idóneos para servir a los hombres.
Y de nuevo navega en los supuestos, interpreta según sus criterios, ve lo que nosotros no vemos. Y si no, juzguen este párrafo del apartado[35]:
Pero el esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida y por el futuro de todos nos cansa o se convierte en fanatismo, si no está iluminado por la luz de aquella esperanza más grande que no puede ser destruida ni siquiera por frustraciones en lo pequeño ni por el fracaso en los acontecimientos de importancia histórica. Esa luz a que se refiere, ya sabemos cuál es, la fe en el Reino, la confianza en quien salva, Cristo.
¿Y en base a qué hace esta afirmación? ¿Por qué habla por mi? ¿Quién le ha dicho que a mí me cansa? ¿Le habrán dicho que soy un fanático? ¿O es que los fieles y los crédulos convencidos jamás sufren la frustración de no ser como su Maestro dice? ¿Y no se confiesan continuamente de que le han fallado a Jesús? Y si son como todos, ¿qué poder tiene la gracia santificante recibida por modos mil y de la que muchos están a rebosar?
Roza el absurdo argumental cuando afirma que,
a pesar de mis esfuerzos, el reino de Dios es un don... ... y constituye la respuesta a la esperanza. Y no podemos –por usar la terminología clásica– «merecer» el cielo con nuestras obras.
O sea que debemos obrar bien para tener esperanza por algo y en algo que, de todas formas no consigo yo, sino que me regalan. Pues si Dios es tan bueno, que me lo dé sea bueno yo o no. En él está. ¿O es un reino automático, que Dios concede siempre pero que no se consigue?