Lectura crítica y humana de “Spe salvi” (1/6).


Impresión primera.- Escribe bien y sabe bastante de lo que escribe este señor, profesor Joseph Ratzinger, al que llaman “papa”. Se le lee con interés y con gusto.

Habría que dar gracias por que un dirigente político --¿o no es Jefe del Estado Vaticano?-- sea a la vez un intelectual. Aprendan otros, gorilas de la política, demagogos engaña bobos; dirigentes del tópico fácil, representantes de ese otro pueblo inculto y aborregado; administradores de lo público con la Enseñanza Primaria como bagaje...

Una pregunta previa, cuestión baladí: el título “Salvados por la esperanza”, sí, está en latín, pero ¿ha escrito también el resto en latín? ¿En italiano? ¿En alemán? Sería un punto a su favor haberla escrito en latín. Ya quedamos pocos que sepamos cosas tan elementales como que “sánitas” –salud-- no es “sanítas” ni que escribamos anuncios en el Metro “Senatus-populus-que-romanus”, separado el “que” enclítico.


Impresión final.-Con todo y con eso, al final de la Encíclica queda un regusto como de superficialidad, como de flotar por vaguedades, como de haber querido hilar cabos que no admiten ilación. Quiere aunar los conceptos humanos de esperanza, felicidad, fe..., esos que ningún avance científico ni conquista de la razón consigue llenar, con los religiosos, que tienen cumplida concreción en el reino futuro y se ve prendido él mismo en profunda debilidad argumental. No creo que a un lector imparcial convenza lo más mínimo. Lógicamente sí a quien ya previamente está convencido.

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Tesis fundamental
: los cristianos viven en la esperanza porque tienen fe en un reino futuro. Toda la encíclica es un navegar en torno a este tema central. Nada que objetar. Cuestión de creer o no creer tal tesis, con lo que las distancias ya son insalvables.

Y frente, o junto a ellos, los que viven sin esperanza. ¡Qué miedo!

Pues sucede que por estos lares vagamos muchos cuya única esperanza la tenemos en lo que tenemos y en lo que hacemos en este mundo. ¿Es esto desesperanza? Ni mucho menos.
Esto nos llena, nos hace vivir cada momento pletóricos de alegría, gozamos con las pequeñas cosas de cada día, valoramos más el mundo por lo que es en sí, trabajamos por hacerlo mejor, gozamos de la amistad a tope, nos sentimos solidarios con todos sin tener que ver en ellos a Cristo...


No se engañen, no estamos ni desesperados, ni amargados, ni tristes, ni hundidos en la miseria. A fin de cuentas, vivimos como viven “ellos” sólo que no nos creamos mundos ficticios para consolarnos.

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Entre otras cosas, en la lectura de la Encíclica busco puntos de contacto. Y los hay. Estoy completamente de acuerdo con todo lo que dice de esas filosofías pseudohumanistas del siglo XX, todas ellas generadoras de barbaries o náufragas de sentido.

Pero no estoy de acuerdo con Joseph en su visión catastrofista del mundo actual. Su punto de vista es el de alguien que ha vivido mucho tiempo en el siglo XX. Y este siglo ha sido el más nefasto de los siglos históricos. ¡Y B-XVI lo achaca al racionalismo!

Yo prefiero sentirme en el XXI: hoy hay más conocimiento de lo que sucede en cualquier lugar del mundo, se ha generado uns sentimiento de aldea global, cada vez hay más gente que se conmueve con las desgracias ocurridas a miles de kilómetros, el ansia de paz es compartida y exigida por todos, se denuncian los gobiernos corruptos y tiránicos,

La erudición siempre tan bien traida no me interesa: citas de éste y del otro, referencias a la Biblia, a los Stos. Padres, a los filósofos... Se le reconoce, pero eso no es doctrina suya. O busca reafirmar lo que dice con lo que han dicho otros. El argumento de autoridad siempre es débil.

Paso también de largo por las interpretaciones sesgadas de la historia. A fin de cuentas él cree lo que cree y convence a quien está convencido. No comparto muchas de sus interpretaciones.

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Comienza diciendo que el cristiano tiene su vida en la esperanza, en la esperanza en la vida futura. Afirmación tópica que no añade nada al hombre.

Yo también tengo esperanza, pero es otra: lo dicho arriba y la esperanza de que mis actos generen más amor, más concordia, más felicidad en los demás; que mis hijos tengan un futuro mejor; que yo mismo me sienta a gusto conmigo mismo.

Y pone como ejemplo el caso conmovedor de Josefina Bakhita (3). ¿Qué quiere que le diga? Las explicaciones de su devenir vital y santidad pueden ser muchas, no sólo la que aporta B-16. Su entrada "en religión" podría decirse que fue más una huida hacia el único portillo que encontró abierto que una elección divina.

Petición atendida: sugiero la lectura del artículo de EMÉRITOAGUSTO "Vivo sin vivir en mí" en relación con este asunto.
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