Mirada expectante sobre el vacío y la felicidad (5)

Nos dicen y repetimos que el hombre busca la felicidad. Como tantos otros tópicos y generalizaciones que predicadores y políticos esgrimen en sus discursos, esto de la felicidad no deja de ser algo abstracto que necesita concreción. Por eso yo no hablaría tanto de “felicidad” cuanto de “felicidades”. La felicidad en abstracto no existe. Se concreta en felicidades.
Entre otras cosas la felicidad sea una cuestión de proporción entre aspiraciones y deseos conseguidos frente a frustraciones e infortunios. Unos son más felices que otros porque abundan más sus “ratos buenos” que los malos; porque vive holgadamente; porque no hay problemas especiales en su familia; porque no teme por su trabajo; porque puede permitirse tiempos de solaz y de ocio… Y aún así, podría no sentirse feliz. ¡Depende tanto del psiquismo de cada uno!
Después de tantos siglos o milenios de búsqueda, el hombre se ha dado cuenta de que la felicidad no puede conseguirse en ese mundo. Por eso trueca el concepto de felicidad por otros más cercanos: bienestar, prosperidad, salud, seguridad, suerte incluso… Pero como sigue buscando, termina en las garras de aquellos que le aseguran la felicidad ¡en otro mundo!
Los profetas de la felicidad se valen de artimañas para iluminar, ofuscar, y cautivar la mente de las personas. Y muchos se dejan seducir. Decimos seducir por no escribir engañar. Porque tales soflamas no son otra cosa que engaño. Pero el buscador y olfateador de felicidad nunca admitirá que vive engañado. Allá él.
Es precisamente esta búsqueda de felicidad el lazo más profundo que une a los humanos, porque todos buscan lo mismo, difiriendo sólo en los medios para alcanzarla. Lo triste es que dichos medios son aquello que desune a los hombres, produciendo todavía más infelicidad. “Sólo nos separa lo que queremos que nos separe” aun compartiendo un único objetivo.
Siempre nos han dicho, especialmente los filósofos y pedagogos, que la felicidad no está fuera de nosotros sino dentro de nuestro propio ser, en nuestros pensamientos y deseos, en nuestras ocupaciones y realizaciones. Pero el hombre sigue buscando la felicidad fuera, en las cosas, en los quehaceres y cargos, casi siempre destrozando el mundo.
No es que preconicemos una vuelta al “paraíso perdido” o al desprendimiento de aquellas cosas que hacen más fácil la vida ni que sugiera la búsqueda de una vida natural similar a la de tribus perdidas… Eso es ya imposible. Sólo afirmamos algo que es vivencia común: se puede ser feliz con pocas cosas. Es más, las cosas más preciadas generalmente son gratuitas. Una charca de agua no contaminada donde bañarse, una siesta a la sombra de una higuera, la contemplación de un atardecer arrebolado, cantar con los amigos, pasear a solas por el monte, jugar con los nietos…
Hay quien cifra su felicidad en la posesión del último móvil o Iphone, en tener un apartamento en la costa, en la propiedad de muchas casas o lujosas mansiones, en los coches de lujo, en el acaparamiento de bienes… Todo esto, si fuesen medios para otro fin superior, se podría admitir. Pero no suele suceder así: el deseo voraz carcome a la persona y jamás se sentirá satisfecha. ¿Cómo explicar la conducta de seres infectos como esos personajes que han arruinado los ahorros de tantísimas personas produciendo quiebras con tal de aumentar ellos su peculio, se llamen De la Rosa o los Pujol? ¿Qué tipo de felicidad pueden albergar en su interior estos seres que más bien son objeto de la psiquiatría y por descontado de la justicia?
Vivimos en un mundo desquiciado olvidando lo ordinario en búsqueda de lo extraordinario, con la salvedad de que lo extraordinario se pretende encontrar a través de pantallas, en tanto que lo ordinario, de donde se puede extraer la felicidad, se tiene a mano. Es la desconexión como sistema de vida. Personajes que jamás se conocerán personalmente y con los cuales nunca habrá comunicación directa son venerados, enaltecidos, adorados incluso y admirados hasta el paroxismo, tomados lógicamente como modelos, ¡cuando esos personajes son exactamente iguales a nosotros! Y muchas veces más desquiciados que nosotros.
Cuántas veces hemos esperado que fueran otros los que nos proporcionaran la felicidad sin pensar en cambiar nosotros mismos de estilo de vida, de objetivos o de conducta. “El cielo y el infierno dentro de vosotros está”, dijo “alguien”. ¡Con qué claridad vemos esto en los sistemas redentores que aportan determinados políticos!
Ahí tenemos el momento actual de España, que se podría extrapolar a las elecciones americanas o, con mayor razón, a la sinrazón en que vive Venezuela. Siempre el líder como salvador de las masas. Y las masas, que como tales nunca piensan, dejándose adormecer por soflamas y tópicos. Éste u otro líder político… siempre caras de una misma moneda. Unos escogen una cara, otros la otra. Y nos hacemos la ilusión de que nuestra elección ha traído el cambio. Ilusos. Y nos dejamos engañar con la perorata de “gobiernos de progreso” que introducen con el calzador de los gritos en las mentes obnubiladas de la masa.
Dado que regular las cosas por decreto sale gratis, sería una buena iniciativa que un novedoso gobierno imbuido de talante zapateril, ahora progresista, crease un ministerio intitulado “Ministerio de la Felicidad”. ¿No hubo aquello de Mº de Igualdad?
Pero el mundo sigue siendo el mismo que ha sido siempre, por más que voluntariosos personajillo pretendan usar la palanca de sus deseos para cambiarlo. No caemos en la cuenta de que los políticos no trabajan para nosotros. Son la rueda de las grandes corporaciones. En primer lugar trabajan para ellos mismos, pero al final trabajan para aquellos que los llevaron al poder. Este mundo necesita verdaderas personas, personalidades, no políticos. En política la diferencia cualitativa está en O quizá en este mundo de SEGUIDORES nos hemos olvidado de ser nosotros nuestros propios guías.
No podemos terminar sin hacer referencia –obligada en este blog—a las religiones, porque donde más se ve este seguidismo irracional es en la religión, en el pretendido mundo espiritual que creemos que nos hace salir de la vulgaridad diaria. Todo es pura esperanza que se acepta con fe y se embadurna con una pátina de amor, cuando ninguna de esas que llaman virtudes teologales tiene consistencia real.
En lo que respecta a la veneración por el líder, sigo sin entender todavía, más bien me rebelo contra ello, la babeante idolatría de las masas creyentes, perdón, crédulas, cuando el máximo líder se ha dignado bajar a la tierra, sea ésta la Pza. de Lima o Cuatro Vientos. En ese primer lugar citado tuve que estar por obligación muy cercano al insigne viejecito, oteando casi con vergüenza y bochorno la despersonalización de los individuos. Sólo era distinto tal personaje a cualquiera de nosotros en los extravagantes hábitos en que estaba embutido o revestido. Pero las masas estaban, están, necesitadas de alguien que llene su vacío.