Mirada negativa sobre el mundo (4)



El hombre vive una cierta esquizofrenia de sentimientos: por una parte está dispuesto “naturalmente” a ayudar, por ejemplo cuando alguien sufre un accidente o cuando se le pide sangre o dinero ante una catástrofe. Sin embargo en aquello que roza su economía, su honra o su buen nombre o cuando se le exige una esfuerzo continuado o cuando percibe el hiato social que afecta a determinados individuos (raza distinta, por ejemplo), entonces surge la prevención y el apartamiento.

¿Por qué esa incapacidad del hombre para la unión, para sentir empatía, para desterrar recelos, temores y, como resultado, distanciación y enfrentamientos? ¿Por qué la lejanía suscita tanto prejuicio? Sólo los psicópatas… Las personas normales no sienten impulsos homicidas contra sus vecinos o amigos. Tampoco se le pasa por la cabeza a nadie matar al animal de compañía, perro o gato por ejemplo, por el placer de matar o por no soportar sus ladridos o maullidos. Y sin embargo no se discute matar al enemigo; y sin embargo nos parece natural la caza por la caza o matar animales salvajes porque parecen peligrosos o una culebra que se ha cruzado en nuestro camino porque la serpiente engaño a Eva, por ejemplo.

Resulta risible cómo se cuida “oficialmente” la naturaleza, cómo la ecología está siempre a flor de labios, cómo se recicla en las ciudades y pueblos… y sin embargo se destruye de forma sistemática el hábitat biológico de esas especies “protegidas” que no encuentran sustento en su medio natural. Ah, los animales no pueden ocupara el espacio reservado a los hombres. parecen decir.

Descendemos de las grandes afirmaciones a la vida del día a día. Se comenta en el ambiente rural: ¡Ya no hay caracoles! ¡Ya no se ven topos! Apenas si se oyen los grillos en verano. No se ven por las noches luciérnagas… En los pasados meses la labor principal realizada en los campos ha sido la dispersión de pesticidas y herbicidas. Tras el verano, allá por octubre o noviembre, se permite la quema de linderos y rastrojos. “Lógicamente” el hombre necesita que sus campos sean productivos. La actividad ganadera es más productiva y rentable con la estabulación, por supuesto. Y así nos va, alterando sistemáticamente el equilibrio biológico.

La agresividad y el instinto de muerte siguen vivos dentro de nosotros, bien que más en unos que en otros. Parece como si el hombre tuviera miedo a perder espacio vital, no sólo el ocupado por otras especies sino por los mismos congéneres. Si nos referimos a animales o plantas… ¡dado no piensan ni sienten ni perciben su aniquilación! El hombre mata porque siempre ha sido así, porque siempre se ha hecho así: tiene que sobrevivir [¿pero tanto?]. La misma agresividad que tenía el hombre de las cavernas se manifiesta hoy día en los hechos más nimios (por ejemplo, dentro del automóvil), en vez de desarrollar –evolución definitiva— el pensamiento y la compasión.

Nos creemos eternos. Curiosamente éste suele ser el mensaje que transmiten las sociedades que se auto proclaman portadoras del sosiego, la serenidad y la tranquilidad. Entre ellas las religiones. Y sin embargo nuestro destino es el mismo que el de aquellos individuos de la naturaleza a los que el hombre persigue a muerte y que, por supuesto, no tendrán vida después de la vida. Estamos abocados al abandono de la vida, a la desaparición, a la volatilización como elementos inorgánicos de la naturaleza.

¿Qué quedará de todo eso que el hombre ha acumulado? Todo se dispersará, todo se redistribuirá. La eternidad prometida como mucho llegará a las generaciones siguientes en forma de recuerdo. La muerte, por supuesto, no es el final de la especie, pero sí del individuo. Y el individuo pretende monopolizar la especie cuando todavía siente la vida.

Si del hecho individual elevamos la mirada, resulta estremecedor, alarmante e inquietante caer en la cuenta de que las acciones individuales están llevando la muerte a la misma especie. Siempre vemos natural, como algo omnipresente, la desaparición de personas que nos rodean y sin embargo se desvanece esa sensación en las acciones cotidianas. A este paso el mundo colapsará, sea por el medio que sea. De momento han sido las guerras… En una guerra futura de la dimensión de la II Guerra no habrá ya no habrá vencedores ni vencidos. El cataclismo será global. También en esto el hombre debe evolucionar: la violencia nunca es respuesta ni solución a nada. La violencia destruye cualquier solución posible.
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