Pasó otra Natividad, pero continúa el grito de la verdad.


Tópica escena figurativa, costumbrista y realista del "nacimiento del dios".


Cansancio con color de frustración me produce echar atrás la mirada escribiendo casi siempre sobre lo mismo y repitiendo hasta la saciedad los mismos argumentos... ¡cuántas horas para pergeñar una serie de artículos que, por otra parte, zambulléndonos en Internet estaban ya escritos! ¿Y el efecto? Quizá nulo! A los que debería importar, les subleva; los demás, pasan de largo... ¿Para qué escribir?

Respecto al saber, quien lo quiera tiene la ciencia y la sabiduría de los siglos en su mano. Basta con leves movimientos de dedos. Buscar una palabra con significado oscuro u ortografía dudosa; un hecho histórico puntual; una película de ambiente social o histórico; datos de un libro; estructura de algo; suceso ocurrido en tal sitio; el origen de tal creencia...

¿Pero la masa amorfa y zopenca quiere saber? Es desconsoladora la respuesta: NO.

La gente quiere sentirse feliz, vivir bien, que la dejen en paz... Y hoy la felicidad la encuentra bastante lejos de "la gran ilusión", la credulidad. Adquirir un gramo más para añadirlo a ese conocimiento rastrero con que se maneja, bandea y camina por la vida, no le interesa.

Por eso la credulidad --en el Papa, en Cristo, en Rajoy, en Messi, en Maruja "la Visiones"-- tiene perspectivas de larga vida.

¿Y qué decir de aquellos creyentes que sí leen, se informan y profundizan en lo que creen? No puedo hablar de los demás, pero sí de mí mismo. Eso hacía yo cuando mi fe era prístina, pura, profunda, robusta, inmaculada, efervescente... Leía muchísimo, pensaba más, me embebía todavía más, practicaba, respondía... Y sucedía ¡que sólo leía a San Pablo y todo lo que profundizara en el mensaje de San Pablo!

Pero el terreno estaba excesivamente virgen cuando llegaron los primeros zarpazos... Y, con agrado y satisfacción, vi que todo aquello era un montaje de cartas, eso que dicen "castillo de naipes"; fichas de dominó alineadas sin consistencia alguna: les faltaba el sustento y el contraste con la realidad. Lo que no tiene entidad no soporta lo real.

Y la Navidad o Natividad quizá se mantenga, en un futuro que auspiciamos no muy lejano, por personas llamadas "Nati" o por perifollos edulcorados o por luminiscencias restallantes.

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¡La verdad! La sentencia interrogativa de Pilato se impone en toda su crudeza, se me impone a mí: "¿Pero qué es la verdad?". Tan verdad --para unos-- es que Cristo nació realmente como la "evidencia" contraria, de que detrás de la cáscara o del envoltorio, no hay nada. Verdad del sentimiento y de la pre-confianza frente a la lucidez --ellos tildan nuestra lucidez de cerril, qué le vamos a hacer-- de quien ve en todos los mitos... ¡mitos!

¿Hemos de caer en la anorexia intelectual? ¿Nos ha de invadir el escepticismo? ¿Hemos de transigir con el hecho de que cuatro funcionarios videntes pero no clarividentes pretendan vivir, bien o mal, como quieran, a costa del engaño de gentes bienintencionadas y por lo general buenas?

Hasta el mismo Pilato sabe lo que sigue:

--que existe una coincidencia milimétrica entre lo que se dice en los Evangelios, incluso cartas de Pablo de Tarso, con otros relatos míticos anteriores;

--que lo único que cambia es el nombre del "dios";

--que lo que le ocurrió a Jesucristo ya estaba escrito –y no sólo en el Antiguo Testamento--, que sólo "le sucedió" lo que posteriormente escribieron de él y que sucedió precisamente porque lo escribieron;

--que nacimientos virginales, matanzas, huidas, milagros, muertes, resurrecciones... son hechos comunes a Diónisos, Isis, Mitra, Osiris e incluso Buda; que, en fin, todo eso son relatos mitológicos, cuentos, leyendas...


¡Cuándo llegará el día en que todo esto sea solamente cultura popular y acervo común, algo digno de conocer como enseñanza "religiosa" pero no para practicar ni menos acomodar la vida a ellas!

Y cuándo llegará el día en que el único motivo que mueva a conocer tanto relato mitológico no sea por su aporte a la ciencia sino por haber sido condicionante cultural e histórico de la vida de los pueblos.

El hombre se basta a sí mismo y tiene suficientes recursos racionales y emocionales para no tener que recurrir a los sobrenaturales. Sucede que le hacen creer que no lo sabe.

Y mientras tanto, sigue la Navidad.
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