Profetas y fanáticos de una sola idea.

Por delante el testimonio de su felicidad, la que a ellas, dos féminas andariegas, les proporciona el mensaje bíblico. ¿Quién no ha recibido su visita alguna vez?
Un mensaje salvador, un mundo donde convivirán los niños con los osos, tal como la Biblia dice y gráficamente difunden en sus libros de tiradas millonarias.
Contraponen:
* una “promesa”frente a la maldad que prolifera por doquier;
* esgrimen unas palabras vagas, creídas por repetidas, de “nuevos cielos, nueva tierra”, sin empacho alguno de sacarlas absolutamente de contexto;
* ponen como garantía el ser Dios quien lo promete;
* incluso afirman que este Reino de Dios proporcionará beneficios terrenales inmediatos;
* la sociedad nueva que propugnan será una sociedad en paz y una sociedad que proporcionará frutos en abundancia...
Mirado de lejos, ese proselitismo panzudo y de bajo horizonte desde luego no genera ilusión, pero tampoco indignación: produce pena.
Todo un revoltijo de ideas; todo un mezclar situaciones; todo un apelar a lo mal que está el mundo; todo un refrito de soluciones; todo un integrarse en una sociedad nueva de creyentes convencidos, donde se encuentra la seguridad salvadora...
Eso dicen, pero no hace falta ser un lince para saber que una sociedad en paz prospera más que otra sumida en la guerra. Si a esto lo llaman “frutos de Dios”, otro podría llamarlos –es un suponer— “los frutos de Gumersindo”, el dictador político de turno, cuyo decenio pacífico y honrado ha generado un despegue económico sin precedentes.
¿Qué razones hay para creer a estos o similares “profetas”? Ninguna o una sola: la misma ignorancia que aqueja a tantos crédulos de aquende.
Quizá lo último que les quede por exhibir sea el testimonio personal, lo felices que dicen que son. La misión extravagante la llevan a cabo dos señoras enviadas por la “organización” a difundir puerta a puerta el mensaje de salvación que propugna una secta del cristianismo: son los Adventistas del Séptimo Día, hoy Testigos de Jehová.
Hace días me abordaron en plena calle dos proselitistas: cuando comencé a presentar objeciones, las más groseras o elementales que han podido aparecer en este blog, el interpelante dio un giro brusco y se alejó a toda prisa. Bien saben a quiénes abordar.