RELIGIÓN DISTINTA, RELIGIÓN COMO TODAS


Y comenzó la propagación del Evangelio. Era su obligación. Novedad entre los judíos, novedad entre los paganos. Superación de viejas estructuras religiosas excesivamente groseras, pegadas a las debilidades humanas o claramente trasunto de las necesidades y conflictos del hombre. No pretendía la naciente ser “otra más”. Una religión totalmente espiritual y, sobre todo, monoteísta.

Cierto es que, en sus elementos externos, venía a ser un compendio de todas las religiones existentes en ese momento. Muchos de los elementos literarios o rituales eran extraídos de los cultos circundantes, pero el mensaje interno era distinto, tanto en lo referente a la convivencia humana como en la relación del hombre con dios, que era “otro dios”. Traía consigo una novedad que las superaba.

Novedad… o novedades. Religión del amor, religión de la salvación mistérica, religión del Dios que se hace hombre, religión sin ídolos, religión de la intimidad que se acerca a Dios por medio del gran mediador que era a la vez el mismo Dios, religión de la igualdad, de la vivencia comunitaria... religión, en definitiva, donde prima el amor.

Todo muy bello con los “peros”, máculas y tachas que iría amontonando la historia. A su vera, aquellos que veían el otro lado, el lado oscuro de las creencias que portaba el nuevo credo. Desde el principio hubo gentes que pensaban por su cuenta y pusieron puntos sobre algunas íes del cristianismo galopante… y rampante.

Cuando leemos, por ejemplo, los escritos de Celso (siglo II) o de Porfirio (S. III, éste por las recensiones de Eusebio, su detractor) advirtiendo a sus conciudadanos del virus que se estaban incubando en las mentes crédulas de la sociedad, parece que estuviera hablando del presente de la Iglesia. En este continuum de la credulidad, poco ha cambiado el hombre.

A la par que la credulidad se extendía entre las masas, propiciada por las castas interesadas en la pervivencia de la misma, siempre ha habido personas clarividentes que supieron alzar una crítica ponderada y justa, a la par que global, de todo el tinglado urdido por la casta. Y, curiosamente, muchos de ellos después han visto corroborado lo que decían por parte de pensadores o teólogos cristianos.

Quizá sea pronto para salir del tenebroso mundo de las credulidades –de todos los tipos, no sólo las religiosas—considerando la larga marcha evolutiva del ser humano: ¿qué son 4, 5 ó 6.000 años de creencias religiosas constatadas frente a los 300, 100, 50 ó 25.000 años de evolución de los distintos tipos de homínidos? La diferencia está en que algunos “hómines sapientes” ya están cobrando conciencia del sesgo evolutivo de este nuevo “homo”, todavía sin nombre.

Hemos citado dos pensadores “paganos” enfrentados al primer cristianismo (que hoy dicen en las homilías que era el auténtico). También religiones tan espirituales como la cristiana –la judía y la musulmana—han puesto en la picota credulidades obligadas como si de una provocación se tratara. Recordemos el dogma de la Trinidad. Dígase lo mismo de lo que tales religiones dicen de ese “misterio” de “Dios hecho hombre”, absurdo por no decir paradoja insostenible. Cuando al fin se pusieron de acuerdo ¡los mismos cristianos! sobre la doble naturaleza de Jesús, el filósofo y místico islamista Al Ghazali (1059-1110) ponía en evidencia, sin entender a su vez de que hablaban, a los monofisistas, nestorianos, ortodoxos, etc. etc. En sus palabras “manifestaciones incomprensibles, tal vez de pura necedad y pobreza de espíritu”.

Y los argumentos e invectivas de tiempos tan pasados, por más que proferidas ayer, siguen teniendo la misma actualidad que los dogmas que domingo tras domingo recitan, hoy, los convictos de credulidad.

Dado que, en este asunto de la credulidad, los discursos, explicaciones, peroratas o argumentos sólo sirven para quien los enuncia, este predicar en desierto no parece otra cosa que vodevil verbal o juegos de palabras para diversión de quien las dice. Digamos en nuestro descargo que siempre hay un afán profiláctico en “advertir” eso de que no es sano para la mente dejarse llevar por credulidades sacras.

¿Pensarán alguna vez los muy convencidos creyentes el porqué de quienes les aconsejan (o se les enfrentan)?

Dicho lo cual y tras haber buceado en San Agustín --ayer-- voy a entretenerme un rato con el libro "Cristianismo, un mito más" de Salvador Freixedo.
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