Reflexiones sobre Samuel (10) Mitos, invenciones y mentiras

Por sabido no vamos a insistir en ello, pero crédulos habrá que cuando leen en la Biblia que Adán, Set, Enós, Quenán, Jared, Matusalén o Noé viveron más de 900 años, pensarán que su discurrir vital tuvo tal longevidad. ¡Inocentes! Los que se han informado algo más saben que si llegaban a los 50 años ya eran muchos. Simplemente indicaban que “Yahvé” bendijo su vida. Y se admite tal alegoría.

Otro tanto sucede con la extensión de las tierras que Dios-Yahvé concedió a los israelitas, desde la frontera con Egipto (Mar Rojo) hasta el Gran Río (Éufrates). O sea, cerca de veinte veces el actual Estado de Israel. Los restos encontrados en las excavaciones de Tel Dan (con inscripciones en arameo deL S. IX ), al N, junto al río Dan cerca de las alturas de Golán, indican que Israel no superó dichos límites. Y por el S, en el reino de Judá, no más allá de Beerseba, hoy importante y moderna ciudad a mitad de camino entre la franja de Gaza y el Mar Muerto. Y eso en los tiempos de máximo esplendor y extensión de Israel.

¿A qué responde el relato de la Biblia? Simplemente a realzar y a exaltar, mediante mitos e idealizaciones, un pasado glorioso que no fue tanto como lo que podemos ver en los restos arqueológicos de Egipto o de Babilonia. La ciencia, la arqueología, pone una vez más en su sitio a las religiones.

Otro de los mitos que han encumbrado la figura de David hasta hacerlo “mesías” fue el enfrentamiento entre Goliat y David, en esencia la explicación de formas distintas de enfrentarse dos ejércitos. Algo similar a lo que sucedió en la batalla de Crézy, en agosto de 1.346, dentro de la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia: los “longbow” derrotaron a la gran masa de caballeros acorazados e infantes franceses. Y si hablamos de relatos épicos, similar a enfrentamientos que leemos en relatos de la Ilíada o La Jersualén libertada. El dúo David y Goliat, o Héctor y Aquiles, o Tancredo y Clorinda, realidad o mito, importa más como símbolo de los irredentos judíos en su lucha contra el gigante romano. Símbolo que los cristianos han aplicado a su Mesías, que procede del linaje de David, derrotando a Satán, derrotando al Mal.

Más por debilidad del entorno, por cansancio o por equilibrio de fuerzas entre las grandes potencias, Israel disfrutó de un periodo largo de paz y prosperidad con dos reyes, David y Salomón. Todo, como gustan en decir los crédulos de la Biblia, por el favor de Yahvé y no por las virtudes de estos dos depravados reyes, ante cuyas fechorías Yahvé cerró los ojos. Por algo menos Yahvé aplastó a otros individuos bíblicos. ¿No será que Yahvé se acomoda a las crestas y valles de la Historia? Algo que haría pensar a cualquiera.

De todas formas, ese favor de su dios tribal, que se prometía eterno, tuvo una duración exigua. En los 3.500 años de historia de Israel, apenas si llegan a 200 los años en que se puede llamar a Israel nación con estado propio, que, conste en acta, había sido la promesa de Yahvé en el desierto.

El pueblo judío era uno de tantos pueblos errantes, un pueblo paria, un pueblo en permanente éxodo. Un pueblo siempre irredento. Sometido al vaivén de las apetencias de los imperios aledaños: errabundos por el Medio Oriente; cautivos en Egipto; masacrados por los asirios pasada la primera, única y efímera gloria (destrucción del reino de Israel, al Norte, en el año 722 a.C.); caída en poder del Imperio de Babilonia en 587 a. del resto, el reino de Judá, con la destrucción del templo y el cautiverio de la flor y nata del pueblo hebreo.

Dicho cautiverio, que marcó profundamente al pueblo de Israel, duró alrededor de cincuenta años. Dice la Biblia que Ciro les devolvió la libertad… pero olvidan hablar de una libertad que supuso quedar bajo su autoridad, sometidos a los babilonios, teniendo que pagar los tributos correspondientes y sirviendo de estado tapón frente a los egipcios. Protección curiosa la de Yahvé.

En su paso hacia la conquista de Egipto, año 332 a.c. Alejandro Magno se hizo con estos territorios donde “mana leche y miel” y donde los ríos bajan del color de la sangre derramada a lo largo de su historia. Muerto Alejandro, los judíos se rebelaron contra el poder seléucida. De nuevo corre la sangre: rebelión de Judas “el Martillo” (Macabeo), que como otro Fidel Castro, entró triunfante en Jerusalén, consiguiendo de los sirios la libertad de culto.

Gracias a ello, los judíos actuales pueden seguir celebrando su Hanuca. La táctica empleada, la propia de un pueblo en inferioridad militar: las guerrillas. Eso sí, inspirados y guiados por Yahvé. Una consecuencia no querida fue la escisión entre fariseos y saduceos, partidarios unos de pactar y los otros de seguir luchando hasta conseguir la libertad política total de Siria. Tras un corto periodo de paz con la dinastía asmonea, llegó con los romanos la civilización a este rincón siempre violento de pastores y guerrilleros. Ellos trajeron los acueductos, el alcantarillado, las vías de comunicación, los baños públicos, los teatros… En fin, el progreso y la paz. Y con ello la sanidad y la cultura.

Pero Yahvé no podía transigir con este “humanismo sin credos”. Los judíos le pertenecían a Él y debían seguir esperando la llegada de un Mesías. Y los judíos se dejaron cautivas por ese mensaje de mesianismo escatológico apocalíptico, que cualquier persona normal tildaría de reivindicación de la barbarie.

Toda esa pretendida “palabra de Dios” que narra las glorias eternas de sus héroes no es sino relato de las mayores violencias. El Libro de Samuel, arquetipo de los otros,no es otra cosa a fin de cuentas, que un libro de guerras, que se alimentan de crueldad, violencia, hostilidad y primitivismo.

Podrán decir que Yahvé ha mantenido unido a este pueblo a lo largo de la historia, porque su caso es verdaderamente singular y casi único. Hay una singularidad especial en el pueblo judío, cual es la de que forman una sociedad que no se ha anexado a ninguna otra allá donde ha encontrado asiento. Los judíos siempre han formado grupos cerrados.

Si como pueblo Israel ha sido un desastre, grandes genios de la humanidad han surgido en su seno… ¿Lo ha propiciado su condición social? ¿Su espíritu de pueblo? ¿Su mesianismo insatisfecho? Recordemos algunos nombres: aparte del mesías cristiano, Jesús, ¡que era judío!, tenemos a nuestro cordobés Maimónides; el filósofo Baruk Spinoza, juzgado por ateo pero judío “malgré lui” como dirían los franceses; grandes músicos como Mendelssohn, Gustav Mahler, Woody Allen, L. Bernstein, Marc Chagall o el madrileño Julio Iglesias; los revolucionarios Sigmund Freud en psiquiatría, Albert Einstein en física y Karl Marx en economía, los tres redomados ateos. Se puede consultar una larguísima lista, aunque incompleta, AQUÍ.
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