Reflexiones sobre Samuel (9) Otra forma de leer, otra de juzgar.

Hemos hablado alguna que otra vez en este blog del pensamiento primario o de primer grado, el que sólo se ocupa de las cosas más perentorias o instintivas, y del pensamiento reflexivo y sus grados. B.Spinoza en su "Tratado de la Reforma del Entendimiento" hable de cuatro grados, pero no está al alcance de cualquiera tanta reflexión.

Una persona accede a un plano superior de pensamiento cuando es capaz de hacer crítica, crítica de lo que sucede a su alrededor, de lo que oye o lee, de lo que ve, de las opiniones y acciones ajenas, y crítica también de sí mismo, algo no difícil de hacer pero sí de aceptar. Es lo que llamaríamos “reflexión” o pensamiento de segundo grado.

La crítica o reflexión, que no son lo mismo pero están en el mismo plano de pensamiento, será tanto más profunda, y por lo tanto ajustada a la realidad y por lo tanto imparcial, cuando se dispone de datos suficientes para juzgar. Si la reflexión es sesgada, las conclusiones estarán falseadas.

Esto se puede aplicar, en el caso que estamos considerando, a la lectura y al contenido del Libro de Samuel, que consideramos uno de los libros más representativos de la Biblia. La lectura reflexiva de este libro, adelantando conclusiones, nos lleva a la condena del fundamentalismo y del fanatismo que éste genera. Y como instituciones que se guían por tales engendros, a la condena de las denominadas “Religiones del Libro”, judaísmo, cristianismo, islam.

Habrá quienes lo lean como se puede leer una novela, sin ahondar en lo que ahí se dice; se podrá leer con el mismo criterio que cuando se lee un libro del pasado, la Odisea por ejemplo, considerándolo como legendario; otros habrá que extraigan lo que de historia se pueda hallar para repudiar esos tiempos oscuros; es seguro que un creyente repleto de prejuicios excluirá, quizá ni siquiera vea, masacres y salvajadas, mensajes de Yahvé o adivinaciones, castigos, gente desalmada, conductas incongruentes… para quedarse con el Dios que guía a su pueblo hacia un mesías salvador y redentor. Difícil esta última lectura, pero es el modo de leer que tienen aquellos que consideran la Biblia un libro espiritual.

Es necesaria también otra lectura, la que imagina los hechos que suceden como realizados por personas en nada distintas a nosotros, percibiendo sus necesidades, los peligros sin cuento a los que se ven sometidos, la acuciante necesidad de sustento. Una lectura, asimismo, que confronte principios, que a veces son prejuicios, con acontecimientos que los corroboren o contradigan, por ejemplo, lo que se presupone que es Yahvé. Es menester, por lo tanto, realizar una lectura bajo un punto de vista más “material”, por no decir con criterio materialista. Esa es la primera indicación a considerar.

Vistas así las cosas, resulta difícil digerir tales relatos. Y difícil mantenerse en esta tesitura, porque habrá momentos en que todo resulte legendario, inverosímil y desmedido. Habrá momentos en los que necesariamente se aprecien conductas históricas posteriores similares a las que ahí se relatan: de la historia se aprende. Después de situarse desapasionadamente ante lo que lee, uno deberá sacar conclusiones.

La sensación general que se desprende de tales lecturas es, primero, que en nada es distinto el pueblo de Israel a los otros; en segundo lugar, que el propósito que anima ese constante batallar con sus vecinos es por hacerse con unas tierras en y de las que vivir; en tercer lugar, no se puede dar de lado ni obviar la saña y crueldad con que actúan después de la victoria, masacrando mujeres, niños, ganado… Por último resalta la justificación que encuentran en el mandato de su dios, Yahvé, algo “ya visto” en los relatos de otras culturas (sumerios, asirios, egipcios) cuando de acciones genocidas hablan.

Sean relatos verídicos o mitos, no dejan de ser expresión de una verdadera aberración nada menos que considerada “sagrada”: al primero que habría que condenar es a ese Yahvé al que hacen inspirador de tamañas mortandades, por no decir absurdos históricos. Desde luego habría que informar, como previenen en televisión de vez en cuando, de que tales textos “pueden herir la sensibilidad del lector”. No se puede acercar a los niños a las mismas sin expurgarlas, pues podrían no sólo provocar un trauma sino espantarlos de su acercamiento al “dios de nuestros padres”. Con toda lógica, se quedan con el David que saltaba y cantaba delante del Arca entrando en Jerusalén.

No es normal que lo que más abunde en un libro sagrado e inspirado por Dios, sea el Pecado con las mayores mayúsculas posibles: sangre por doquier, crímenes, hambre, peste, maldad humana, mentiras sin cuento, traiciones, infanticidios, fratricidio, incesto… ¿Queda algo por enumerar? Sí: todo ello es inspirado por Dios.

¿Y los protagonistas? ¿En qué difieren de los tiranos orientales como Sargón, Nabucodonosor, Assurnarsipal o Salmanasar o de los dictadores de hoy día? Son como ellos y a ellos imitan. Lo que sabemos de Sadam Hussein se puede trasladar punto por punto a David. Reyes donde todos son esclavos. ¿La justificación? El dios tribal que les guía, Yahvé, con sus designios “inescrutables”. Palabra que justifica todo.
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