Religiones de la desunión

El mundo globalizado no es que se abra paso como hace años Gorbachov pontificaba: hoy es una realidad inexorable. A pesar de las sombras, hay toda una plétora de bondad en este fenómeno que aportará más beneficios que males al hombre.

Caerán culturas milenarias encerradas en valles sombríos; los explotadores de turno sacarán provecho de ello; los ayatolás de la idiosincrasia clamarán contra las multinacionales depredadoras... pero el acontecimiento nuevo es imparable.

Éste es uno de los rasgos principales de la Nueva Era que emerge. Hay que fomentar lo que une, no lo que separa, fue el lema de aquel Jerarca católico preclaro que intentó transformar la organización desde dentro y apenas si pudo utilizar la lavadora conciliar para las vestiduras ajadas con que sus jerarcas cubren sus vergüenzas históricas.

Las religiones son el más poderoso instrumento de desunión con que los hombres se arman, también hoy, contra el proceso de unión. Y se niegan a desaparecer. Todavía sus tentáculos viscosos aprietan poderosamente la inteligencia de millones de seres.

No importa. Las mentes más preclaras tiempo ha que han logrado desasirse de tales estrujones nocivos. Falta que el hombre del montón escuche, razone y decida. Una nueva cultura de masas está por nacer.

Globalización y credos... incompatibles. ¿Capacidad para cambiar el signo de la globalización? No tiene la religión, con la tropa “humana” de que dispone, aptitud para hacerlo.

Y son muchos los motivos. Si nos referimos a la iglesia cristiana, precisamente la más implantada en los países pioneros de la globalización, tenemos muchas razones para dudar de su capacidad, incluso para dudar de su interés:
 ha perdido “convicción” en su doctrina social “salvadora”;

se mueve según principios del pasado aplicando las fórmulas de siempre a realidades sociales que han cambiado de forma radical;

abundan las ideas “escapistas” que incitan a las gentes a rechazar “este mundo” definitivamente pervertido y buscar con más ahínco el otro;

las mentes más preclaras, las que generan pensamiento, las que suscitan las ideas en la sociedad están al margen o decididamente en contra de las creencias;

la mayor parte de las “Iglesias” son nacionales o se han escindido en “tendencias” o “sectas”;

hay, en algunos lugares, excesiva dependencia de los poderes temporales, se han vuelto acomodaticias, temen denunciar al poder en personas y hechos concretos y divagan en principios generales;

su opción por “los pobres” no tiene otro interés que el de “disponer de bulto”, el de poder utilizar una masa, a la que no puede dar otra esperanza que la misma esperanza;

los remedios reales y específicos aplicados y vistos hasta ahora no pasan de ser “misiones” que aúnan escuela, dispensario y centro de beneficencia; alivian el mal pero no se atreven con la raíz.


Las ideas abrieron un camino, pero el hombre se empeñaba en transitar por otro sendero. Tenía el camino pero le faltaba otra luz. Y en la búsqueda de la luz, incluso surgieron fanáticos de la iluminación que convirtieron en política “humanicida” su espíritu deicida.

Ahora es el tiempo, al menos en la parte del mundo que, con humildad y pasos cortos, ha llegado a entender al mismo hombre; la que, en la lucha por el ser del hombre, ha perdido en el camino millones de sus miembros; la que se ha desgarrado a jirones erigiendo otros dioses de la luz, soles del nuevo sol, "astrillos" del astro rey, encarnados en personas, ideologías o “cosas”.

Hoy el hombre está fregoteando su pasado, está lamiendo las heridas, está purgando sus excesos; pero a la vez se percibe a sí mismo de otra manera, está organizando el mundo por grupúsculos de solidaridad y entendimiento, encerrado en los laboratorios del saber pero, al fin, sin ensayarse a sí mismo.

Pagó muy caro el atrevimiento de hacer circular proyectos todavía no experimentados.
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