Superar el peligro religioso.

Las religiones son un problema para quienes no comulgan con ellas y para quienes quieren y buscan que surja una nueva sociedad no contaminada ni, menos, sometida a las creencias. La religión, en muchos lugares de la tierra, es un rompecabezas político enquistado en otros conflictos. Coopera para que no pueda darse una convivencia pacífica entre distintos grupos de población. Pero ¿es posible prescindir de ellas, superarlas, desbancarlas o simplemente sustituirlas?

No, no es posible. En primer lugar por respeto a las personas. No es ético privar a muchos millones de fieles de algo que les sirve de consuelo, refugio y bálsamo para sus problemas. Tampoco es posible, por el momento, arrancar de las manos de una minoría de líderes religiosos el inmenso poder que tienen. Un poder que se siente respaldado por grandes masas de población a las que manejan para, precisamente, someterlas a sus dictados. Añádase el inmenso daño que sobrevendría a la cultura y el que produciría en tantas personas como reciben el sustento de las creencias religiosas.

Sin embargo, dado el peligro que suponen en nuestro mundo tan tecnificado en armas y tan cohesionado, sí es obligado limitar su influjo y reducir los límites de acción y de influencia.

Y si de prescindir de ellas se trata, sí es posible otro camino, el que recorre la sociedad occidental, cual es el de hacer que marchiten los fundamentos doctrinales en que se sustentan. Hoy día el soporte mayor y hasta la justificación de las religiones es la predicación de una moralidad superior, una ética para el mundo. Ya en esto la sociedad ha encontrado, porque los ha buscado, enfoques distintos a los religiosos para la experiencia ética y espiritual de cualquier persona sin tener que apelar a la fe.

Quizá lo que falte todavía es una filosofía como fondo y sedimento de ideas, una metafísica de la convivencia, una ideología que sirva de sostén a otra forma de pensar, de sentir y de vivir independientes de lo que hasta ahora han proporcionado los credos. O quizá recuperar los ideales humanistas del Renacimiento, adaptándolos a nuestro mundo.

Resulta difícil vislumbrar los motivos que podrían llevar a miles de millones de personas que hoy son creyentes y hasta fanáticos de su religión a reconsiderar sus creencias religiosas. Pero puestos a imaginar, una o dos generaciones bastarían para tal revolución.

Sólo con que padres, y abuelos, respondieran con otros postulados, explicaciones o motivos a las preguntas que niños y adolescentes les puedan hacer, sin que la religión haya introducido su zarpa abusiva. Respuestas que, por ahora, las religiones ofrecen a los niños sin que siquiera éstos hayan formulado las preguntas. Es la forma que tienen de inducir a creer, de generar prosélitos y de mantener su carne de credulidad.

Decíamos al inicio que la religión es un problema para la convivencia de la humanidad. Más propiamente no es sólo un problema, es un peligro de efectos retardados. Tal como está hoy el mundo y a pesar de nuestro optimismo primario y nuestra confianza en el hombre, es urgente y hasta necesario, si queremos sobrevivir, que esta revolución se produzca.

Las religiones son impermeables entre sí y las fronteras que urden siempre han conducido a la confrontación. ¿Podemos imaginar un conflicto entre países gobernados por fanáticos religiosos disponiendo ambos de arsenales atómicos? No es una conjetura, hoy es una realidad. Porque no hay conflicto peor que el que se alimenta de fanatismo religioso.

Siempre y en todo lugar se encuentran fanáticos dispuestos a defender su religión como sea. Si en su caminar desbocado y atropellado encuentran cortapisas de cultura y rechazo social, se muestran incluso juiciosos y hasta educados y respetuosos. Respetuosos, pero demandando respeto hacia ellos. Un respeto que no merecen.

En este blog lo vemos a diario. Personas impermeables a la razón. Imposibles de convencer. Quienes a ellos se enfrentan no merecen ni el pan ni la sal de los argumentos. Pero en un mundo dominado por ellos, no valen argumentos. El "bacalao que reparten" es obligado y coercitivo. El “no me toquen mis creencias” se ve acompañado con el contundente argumento de echar mano a la faca.
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