Tener juicio propio

¡Sinceramente no os entiendo!
Algunos que se han acercado a este blog lo han calificado de negativo, destructivo, visceral... Podría parecerlo cuando los asuntos versan sobre principios y actos crédulos. ¿Pero cuando lo que se dice nada tiene que ver con los principios rectores que a ellos les afectan, cuando uno deja de lado las propuestas contaminadas por la baba viscosas de la credulidad? Es el caso de lo que aportamos hoy y de lo que en días anteriores hemos consignado aquí.
La negatividad de que hablan es algo similar a la labor de una máquina excavadora que derriba chabolas, edificios en ruinas, vertederos, etc. allanando el terreno para construir edificios habitables. No les falta algo de razón cuando de sus chabolas crédulas hablamos. ¡Hay tanto que derribar en el edificio de las religiones! ¡Hay tanto que chirría!
Pero cuando hemos aportado visiones al margen de la credulidad, humanas y de sentido común sobre la vida o sobre actitudes vitales, se han dedicado a picotear como si de grajos carroñeros se tratara, no aceptando nada por provenir de fuente contaminada por la aversión hacia lo religioso. Cortar la cabeza al mensajero sin tener en cuenta el mensaje, por agrio que resulte, ya sabemos que era propio de mentes bárbaras.
Allá ellos con su roma inteligencia y su cerrazón mental. Como redomados masoquistas prefieren el zurriago al diálogo o a la reflexión.
Todo ello me confirma en la convicción de que uno no se puede fiar de los crédulos, no en cuanto personas sino en cuanto crédulos. En todo ven segundas y terceras intenciones. Y cualquier cosa que provenga de quien ellos, con intención hiriente, dicen "un ateo" nunca será buena... y menos bien recibida. Crédulos viscerales.
En definitiva, sólo se puede dialogar con aquellos cuya inteligencia se mueve en terrenos imparciales. Para éstos van las presentes "leves consejas", añadidas a lo anteriormente publicado.
Al menos servirán, como a mí me han servido, para reflexionar sobre los valores que condicionan nuestro dario quehacer.
4.- HUIR DE LAS APARIENCIAS.
Y menos aún, no vivir de ellas. La "apariencia", como su nombre indica, es el "fáinomai" de una realidad. Es la cara espejo del alma, que se decía. Pero este espejo ¿realmente muestra el interior? Casi siempre es así, pero no siempre lo es.
De lo que se previene aquí es de no fundamentar conductas en meras apariencias.
¡Con cuánta frecuencia vemos personas que esconden la realidad, que fingen, que se instalan en "la pose", que quieren impresionar o dar la impresión de ser perfectos, buenas personas, honrados "a carta cabal"!
Gigantes con pies de barro; fachada; payasos de la vida. Lo que hacen es acumular estructuras sobre estructuras, fachadas sobre fachadas, pátinas, corazas, pero con un armazón interior endeble que antes o después quebrará o se hundirá.
Y es así, no nos quepa la menor duda. Tales personas están abocadas a sufrir dolencias de la más variada índole. Serán asiduos seguros de hospitales y farmacias.
5.- ACEPTACIÓN.
Paso obligado será conocer cómo es uno en términos conductuales, es decir, cómo reacciona a los estímulos, cuál es su nivel de tolerancia a la frustración, cómo asimila o no los fracasos, cómo encara o esconde el infortunio y el fiasco.
La aceptación de uno mismo se suele entender como "autoestima". Lo contrario es el rechazo del propio carácter y la infravaloración de lo que uno hace. A la postre, quien no se acepta a sí mismo se vuelve ajeno al propio yo. Socialmente se convertirá en un inadaptado.
Ser más o menos, haber hecho esto o lo otro... sólo ha de servir como elemento de juicio, quedando siempre a salvo el núcleo saludable del yo.
Lógicamente la persona que no se valora a sí misma en lo que es y que no se acepta como es, propende a la envidia sin fundamento; se torna quisquillosamente competitiva; su vida familiar y de amistad se mueve en un ambiente de celos y recelos; desconfiará de todos cuantos a su alrededor le animan o le previenen; camina paso a paso hacia la propia destrucción.
Aceptarse es conocer y reconocer lo que uno vale, pero a la vez ser consciente también de las críticas y recibirlas de buen grado, aunque duelan. Las críticas exigen una lenta digestión en el estómago de la razón. Quien acepta ser criticado, es a la vez bien recibido en el grupo.
Dicha aceptación no sólo es signo de sabiduría; tiene también efectos terapéuticos.