Triángulo amoroso: Éros, Philía y Agápe/ 8

“Lo que se hace por obligación, no se hace por amor” (Kant)
“El deber de amar es un absurdo” (Kant)
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Tanto la moral judía como la cristiana convierten el amor en una obligación, en un deber, expresado en un doble mandamiento: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Kant, desde su ética deontológica, señaló el absurdo de convertir el amor en un mandato (imperativo hipotético, no categórico), pues lo que se hace por amor no se hace por obligación. Y la neokantiana y católica Adela Cortina escribe: “al amor puede invitarse, pero no puede imponerse: una ética impuesta no puede tener por contenido el amor” (cfr. La ética de la sociedad civil).

La moral autoritaria y teónoma del judaísmo se expresa por una alianza, un contrato utilitarista (do ut des). Yahvé, el Dios celoso y belicoso, promete al pueblo de Israel la liberación de sus enemigos y protección al estilo feudal, a cambio de fidelidad, sumisión y monolatría.

El dualismo moral de amigos y enemigos, fieles e infieles, recorre la Biblia judía y cristiana (especialmente en la tradición apocalíptica), como más tarde el Corán, dependiente de ambas.

El investigador protestante G. Theissen (cfr. El Jesús histórico. Manual) señala la afinidad de algunos dichos de Jesús con los textos de Qumram: amar lo que Dios ama y odiar lo que Dios odia. Y cita el célebre mandato de los esenios: “Amar a todos los hijos de la luz… y odiar a todos los hijos de las tinieblas”, lo que confirma F. Josefo al citar el juramento esenio.

El mensaje central de Jesús (“el Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en el evangelio”) continúa con el mismo dualismo moral de fieles e infieles, amigos y enemigos del Reino de Dios. Los buenos son salvados y los réprobos condenados al fuego del infierno (citado varias veces). El Reino de Dios implica, pues, una moral de premios y castigos, temporales y eternos.

Pero, analizando todos los textos, no parece que la actuación de Jesús en su vida pública fuese un modelo de amor a los enemigos. Las diatribas, ayes e invectivas contra los enemigos del Reino son frecuentes: llama zorro a Antipas, perros a los gentiles, raza de víboras a fariseos y escribas, generación malvada y adúltera, pronuncia ayes contra ciudades incrédulas, sus discípulos son enviados entre lobos etc. Todo suena a amenaza más que a amor a los que no aceptan su mensaje escatológico.

Jesús, como judío genuino, no cristiano, continúa con el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Los exégetas afirman que el precepto fundamental característico del "evangelio" de Jesús es el mandamiento del amor. Los textos claves se hallan en el sermón de la montaña (Mt 5,38-48), con su paralelo en el sermón del llano de Lucas (6,27-35).

G. Puente Ojea afirma que “Jesús predicó una ética de amor incondicionado hacia dentro, para la conducta en el seno de la comunidad mesiánica, y una ética de lucha sólo hacia fuera, para la conducta con los adversarios políticos del Dios de Israel, los paganos de las naciones. Es decir, perdón y amor al inimicus, el enemigo privado; lucha y hostilidad frente al enemigo público, el hostis, categoría en la que también entraban los cómplices judíos del poder romano, especialmente muchos miembros del estamento sacerdotal” (cfr. Fe cristiana, Iglesia y poder).

Antonio Piñero considera esta tesis totalmente verosímil, atendiendo a todo el contexto de la predicación de Jesús. Es decir, Jesús mandó amar a los enemigos privados, personales, con los únicos con los que tiene sentido un acto de amor por diferencias de tipo relacional, y no a los enemigos políticos, adversarios también de Dios.

Respecto a éstos, Jesús habría mantenido y postulado una ética de hostilidad y oposición. Aunque en los sinópticos no aparece un mandato de odio, en realidad la actitud de Jesús es la misma que la de los esenios ("odiar a los hijos de las tinieblas": 1QS I 4). Ambos, como Pablo, son continuadores de la tradición apocalíptica y escatológica.

Jesús nunca pudo mandar el amor hacia los romanos, enemigos del Reino de Dios, o los judíos de las clases elevadas que colaboraban con los dominadores. El texto del Sermón de la Montaña, según Piñero, no rompería la afirmación de que la ética de Jesús es doble: amor incondicionado hacia dentro (intracomunitario), hacia el seno de la comunidad mesiánica, y una ética de lucha y oposición sólo hacia fuera, hacia los adversarios político-religiosos del Dios de Israel.

El texto escatológico de Mt 25,40, sería, según Bultmann (cfr. Historia de la tradición sinóptica) secundario. El amor al enemigo se reduce a los hermanos, dentro de la comunidad de fe. En la parábola del samaritano (Lc 10, 30-37), aunque el que ejercita los actos de caridad para con el expoliado era en sí un enemigo de Israel, actúa caritativamente en el ámbito de las relaciones privadas. Jesús, que simpatizaba con los samaritanos, en esta parábola extiende, sin duda, el concepto de prójimo. El samaritano, en el ámbito de las relaciones personales es un verdadero prójimo y debe ser amado. Como enemigo del Dios de Israel, en otros contextos, tendría que ser combatido. De los textos se deduce, según A. Piñero, que Jesús tenía buenas relaciones con los samaritanos.

Esta interpretación de G. Puente Ojea y A. Piñero niega la tesis teológica de un amor incondicional y universal, procedente del ejemplo de Jesús. La philía es amor fraternal e intracomunitario. En Pablo es "philadelphía" y "tò agapân allélous" (1 Tes 4, 9-10), no el amor cosmopolita de los estoicos ni la "philantropía" universalista, al estilo ilustrado: el agápe/cáritas, cantado por Pablo y escuela joannea, está condicionado por la fe ortodoxa. Sin ella, el amor, virtud teologal, no sirve de nada, pues “sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb 6,10).

Pablo recomienda a los gálatas (Gál 6,10) hacer el bien a todos (probable influjo del cosmopolitismo estoico), pero en especial a los hermanos en la fe (málista dè toùs oikeíous tês písteôs), lo que indica la primacia comunitarista sobre el universalismo. La autenticidad del famoso himno al amor (Agápe) de 1 Cor 13 ha sido contestada por diversos investigadores, por no aparecer el amor como carisma y por la superioridad del "agápe" sobre la "pístis", que es la que salva. En todo caso, este amor, como virtud teologal, queda subordinado a la fe y a la esperanza escatológica.

En los escritos joánicos el prójimo y el amor por él queda reducido al amor fraterno intracristiano. En las cartas de Juan, las del Deus Cáritas, amar a Dios consiste en cumplir sus mandatos: “en esto consiste el amor: en que vivamos conforme a sus mandamientos” (2 Jn 6) y el agápe está condicionado a los de la misma doctrina (2 Jn, 10-11).

A los demás, anticristos, ni saludarlos (3 Jn, 11). En la historia del cristianismo hay, desde el principio mismo, dos tipos de enemigos de la fe, los internos o herejes y los externos, paganos o de otras religiones.
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