Vaticanos segundos, viajes, aggiornamenti, renovación... Tó pa ná.

La vitalidad envejecida que todavía posee el catolicismo desde el último periodo del siglo XX hace que se enfrente a la secularización y descristianización por una vía doble:
--con movimientos que parten de las bases crédulas, por abajo;
--con recetas “recristianizadoras”, por arriba.
Los fieles “comprometidos” forman “comunidades de base” de muy distinto signo; los jerarcas se devanan los sesos en “campañas”, en un principio a partir de la doctrina del Concilio Vaticano II y en consonancia con esos fervores renovadores de las bases, que terminan en recetas integristas. Lo anecdótico del caso es que, pretendiendo lo mismo, unos y otros derivan en alguna ocasión en descalificaciones o condenas mutuas. El último mes de la Guerra Civil en Madrid, todos contra todos.
Ambos a dos, esfuerzos inútiles.
La “recristianización” que pretende la jerarquía es, por su carácter institucional, la que merece una atención particular para observar la inutilidad de sus esfuerzos ante una sociedad que tiempo ha dio de lado los pretendidos valores crédulos.
Arrogante proceso que hace gala de una pretendida implicación intelectual y social; que no es sino una insegura oscilación entre el espíritu del Vaticano II y el parón y marcha atrás posterior. Lo adoban todo con un caldo que ya estaba presente en la predicación de los primeros siglos, la escatología, es decir, la visión del mundo con el pensamiento puesto en el más allá; y todo ello encarnado en las características de cada pueblo concreto.
Presuntuoso proceso de “nueva evangelización”. Han echado mano de todo su arsenal: la presión sobre el poder político cuando la “identidad nacional” surgía de la creencia, aliándose o “inspirando” a los partidos políticos de tinte cristiano (en Italia, desapareció al reino de la nada; en España la Acción Católica voló al reino donde reposan los restos del Dictador); la creación “desde arriba” de grupos carismáticos fuertes y estrechamente vinculados a la jerarquía (Opus, Legionarios, Neocatecumenales...).
En otro orden, han variado el mensaje tiñéndole de “intelectualidad” para darle mayor consistencia ante las nuevas capas cultas. ¡Si no viéramos la penuria intelectual de los sermones domingueros!
¿Qué han logrado en estos largos años de proceso? Mucho mar de fondo entre sus filas, como una cierta agitación interior de su sentido evangélico... pero nada más. La juventud se escapa de la creencia; la masa crédula sigue siendo la misma pero treinta años más avejentada; los movimientos carismáticos son flor de un día, porque pronto empalagan.
Su esperanza recristianizadora se centraba principalmente en los países del Este salidos del comunismo. Hoy se enfanga en Africa con viajes/anzuelo.
El proceso visto y seguido no muestra nada nuevo que no se hubiera visto en otros países: en ámbitos sociales atrasados e incultos, vuelve a germinar la creencia, aunque ésta también busca los derroteros de la magia y la vitalidad de corrientes protestantes evangélicas. La democracia, en países que luchan por ella y la implantan, se alza como un dique insalvable para la creencia. Europa sigue siendo el espejo en que quiere mirarse el mundo atrasado.
¿Pretende cambios sociales la Iglesia? Más bien de boquilla y para contentar al personal que grita y pide pan. ¡Lo que busca es su propia supervivencia!
Lo mismo de puertas adentro. La Iglesia católica, “atenta al signo de los tiempos”, una vez más ha tratado de engañar a la sociedad, a su propia sociedad, con cambios --supuestos y pretendidos cambios, como la lengua vulgar de los ritos, y nunca mejor dicho lo de "vulgar", la creación de músicas miserables, el destierro de la sotana, la comunión en la mano, la creación de determinados estamentos rectores, una ficticia libertad para sus clérigos, etc.-- que en nada han afectado a lo sustancial.
Pretende, por una parte, no ser absorbida por el espíritu de los tiempos modernos y, por otra, mantener incólume el magisterio tradicional, el legado de la fe.
¿Para qué? ¿Para renovar la doctrina? ¿Para ofrecer mejor servicio? ¿Para dignificar a sus miembros con una vida más humana? ¿Para eliminar fantasías? ¿Para retornar al espíritu de su propio evangelio?
No, únicamente para detener el ritmo de las deserciones, que es lo que realmente les preocupa. Para este viaje las alforjas de un Vaticano II sólo llevan constatación de crisis y promulgación de grandes deseos. Al fin, todo se reduce a una serie de documentos, vacíos de practicidad casi desde sus comienzos. Eso sí, son manual engolosinado para meditaciones trascendentales de monjas enclaustradas. Yo mismo vuelvo a ellos con verdadera fruición.

Esta foto que aparece en uno de los artículos de Religión Digital la hizo el fotógrafo Giulio Napolitano el 26 de octubre de 2005 en la audiencia a un obispo africano. No tiene desperdicio: la negrura absoluta que tapa al representante de la Iglesia, el mirar desconfiado y soslayado de "Susa" B16... Toda una obra de arte.