Todas las religiones tienen un punto de coincidencia, una "ecumene":
el absurdo.
El
primer absurdo es creer en un Dios universal que sólo ellas y cada una de ellas detentan.
El
segundo es prometer una salvación que sólo vendrá a través del credo de una religión determinada.
El
tercero estar convencidos de que la carne resucitará, que los infieles, los otros, no gozarán de visiones beatíficas, que muchos, especialmente los enemigos, habitarán infiernos eternos...
A partir de ahí, absurdos menores o absurdos derivados, como la aceptación redentora del dolor, el que ese Dios se haga hombre, crear un mundo de promesas que justifica imperios mediáticos presentes, estar convencidos de que por luchar y morir por una idea recibirán un paraíso de huríes...
La inteligencia le dice lo contrario, pero el fiel creyente tiene miedo a desprenderse de la magia de la niñez, “
por si acaso”.
Se salvan, sí, su
doctrina moral y
su legado literario y artístico, pero las creencias religiosas, las de cualquier religión o secta, son un
agravio y humillación de la inteligencia.
Cuán pocos hay entre los creyentes que se atrevan a dar el paso para desterrarlas de su mente.