Una de acoso con moraleja de estrambote.



Hago una salvedad previa respecto a la acusación que sigue, salvedad ya manifestada a la propia interesada: para conocer la verdad hay que escuchar SIEMPRE a las dos partes. Luego, y por el testimonio de ambas parte, uno podrá emitir juicio o no... No ha sido posible ni lo he intentado, pero en el caso de que me llegara la comunicación del entreverado personaje, no dudaría en aportar en este mismo blog su testimonio. A ello me comprometo.

Pero dicho lo cual y así manifestado a la persona confidente, de una cosa no puedo dudar: del sufrimiento, incluso hospitalario, de esta buena señora. Y porque nos hacemos eco del desahogo de la sufridora feligresa, dejamos constancia aquí de su testimonio.

Por si la casualidad hace que les llegue el eco de la voz doliente, nos movemos intramuros del Colegio de la Fundación Caldeiro regentado en Madrid (Avda. de los Toreros) por los Terciarios Capuchinos (superior general, Ignacio Calle Ramírez). Más concretamente, en el ámbito del Coro de la Parroquia adjunta, cuyo director responde a las iniciales PC.


Mujer que ronda los sesenta, separada, con hijos ya independizados, de buen aspecto físico, con gustos artísticos... Larguísima conversación ayer por teléfono. Desahogo de penas y disgustos. Invectivas. Y a pesar del sufrimiento, me dice, "nadie me va a quitar la fe". Al poco, me descubre el verdadero motivo: el hermano terciario capuchino se había encariñado de ella hasta el punto de hacerle la vida, tanto artística como personal, imposible. Acoso de mil maneras imaginables y propuestas: miradas, palabras directas, encuentros por la calle "por casualidad", recados, ocultamiento tras la reja... ¿Denunciarlo? --me dice-- ¡Pero si no me van a creer! ¡Si ya me han dicho que estoy loca y que me invento todo!



Conozco al susodicho, de buen porte y buena presencia, mano flácida como la de casi todos los frailes que uno puede saludar, altivo pero sin orgullo. Y, como se suele decir, "le pega tal comportamiento".

La anécdota puede quedar en hecho puntual, del momento. Pero las más de las veces esconde un sustrato de perversión vital del que surgen repuntes de este o esotro tipo. Es el caso del estamento religioso, que muestra el pelo de la dehesa doquier la vida les pone contra las cuerdas.

Sucede en todos los ámbitos "mundanos" en que se mueven, se trate de negocios educativos, negocios inmobiliarios, negocios del cariño o negocios del ocio. Se habla de ello, se presupone, se encubre con sonrisas, pero en el fondo se olvida... ¡porque no se padece!

Hasta que no se sufre, no se ve la cola de escorpión tras la máscara de decencia.

Presentan como algo respetable y respetado el mayor ejemplo de inmoralidad que se puede dar: el intelectual, a saber, el convencimiento de obrar --mal, desde luego-- pensando que hacen el bien. Y lo más grave, "tu propio bien". De ahí su nocividad.

Es entonces cuando la indignación sube, en fuego airado, desde lo más hondo del estómago y de los intestinos, hasta instalarse, en decisión colérica, en la imaginación y en la voluntad... pero apenas en la inteligencia.

La decisión de luchar contra la impostura y la hipocresía no admite calores. Esta lucha es como el plato de la venganza, que debe servirse frío, el frío de la razón.

Los que conocen --conocemos-- y han sufrido las diplomacias y los proverbiales modos "vaticanos" ya saben lo que es el pan amargo que esconden sus intenciones y hasta sus delitos: astucia, suavidad, acaramelamiento, camaleonismo, en fin, perfidia refinada. Pero, como decimos, "piensan" que lo hacen "por tu bien".
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