En aqueste vocerío, sobre galgos o podencos / unos se llenan los cuencos y otros gimen, "Ay, Dios mío"

Desde esta mi C/ del Humor Hermoso observo de vez en cuando las trifulcas aledañas que se montan a porfía. A poco que me asome percibo caras desencajadas, rápidos movimientos de manos, giros bruscos de cabeza, risotadas sin sonido alguno. Mueve a conmiseración el griterío cuando desde fuera se percibe.
Los unos defendiendo posturas intransigentes y retrógradas y sacando trapos que no llegan a sucios porque ni siquiera son trapos; los otros apelando a retales de mercadillo con que seguir tapando las vergüenzas mitológicas que les roen; los más tratando de apuntalar con vigas de vivencia el edificio destartalado de la fe; los menos viendo la manera de subsistir con remiendos en la idea de que son capelos.
Nunca tuvo más vigencia el cuento de galgos o podencos, ¡teniendo aún los lebreles en las fauces a los conejos!
Curiosamente y ya que de comida de lepóridos se trata, cuando en otros tiempo compartía prandio con curas –amigos en cuanto buenas personas--, el ambiente era el mismo. Sí, el mismo que se respira en algunas tertulias de este blog y de Religión Digital incluso: con maneras suaves y llenas de las más honda admonición o prevención caritativa, que es lo primero que se dice antes de lanzarse a la yugular, se arrojan como canes hambrientos contra el desvalido, por supuesto, ausente; se critican situaciones, prebendas, sobeos para ascender, criterios de conducta, sinecuras conseguidas o por conseguir…
En todo ello, ajeno yo al meollo, intentaban hacerme copartícipe de su buen hablar y de su punto de vista, incluso buscaban mi parabién respecto a criterios dignos de estar en los altares santificados por San Malaquías. Y en el fondo de su desconocimiento, daba pábulo al incendio otorgando aquiescencia con un leve arqueo de ojos a tal consideración oportuna; sonreía con desdén hacia el desdén declarado por el otro; movía la cabeza como tratando de comprender…
Donde, en ese momento, hubiera querido encontrarme era en la monumental carcajada que surge de la calle al ver tal patio de Monipodio convertido en Café Gijón de sus menudencias vitales, por no decir miseria del existir.
Realmente, entre contertulios de Religión Digital nos encontramos algunos que podríamos ser tildados de bichos raros. Somos apátridas de la tertulia: no somos de los unos porque percibimos a tiempo, quiero decir, antes de estirar la pata, la inmensa y monumental estafa de la inteligencia que es toda credulidad; no somos de los otros porque todo nuestro pasado histórico se fundó en creer y vivir lo que dejamos atrás.
¿Qué c… pintamos, pues, en este galimatías? Quizá seamos los “quijotes” de la credulidad, cuerdos para la vida, locos para la creencia, o viceversa, que tanto monta ser loco para alancear libros de caballerías trasnochados o credulidades de baratillo, como cuerdos del "sentido común" por el que se rige todo el que quiera y pretenda ser él, sin las muletas de la credulidad.
Mientras en la “Balsa de la Medusa”--sí, el famoso cuadro de Gericault eco del terrible suceso vivido por unos náufragos franceses-- se mataban unos a otros por un puesto central para morir al día siguiente, allá, lejos, en la Francia de Luis XVIII bailaban al son de minuetos y paspiés.
Eso sucede aquí: los templos están vacíos; la credulidad se sostiene no por la fe pura sino por el tinglado de las sustituciones (Manos Unidas, Cáristas, complejos editoriales, turismo basilical o fatimero) o por el opiáceo consolador (el consultorio de baratillo pseudo psicológico); mientras los criterios de conducta que provienen del púlpito ya no los sigue nadie, ni siquiera sus prosélitos; cuando el hiato entre creencia y cuenta corriente es absoluto en todos, crédulos o no; cuando los duelos y cuchilladas por sostener al Jerarca de Blanco como portavoz de sus propias opiniones se viven con fervor espiritual intramuros vaticanos...
¿Para qué seguir? ¿Galgos, podencos? ¿No han percibido siquiera que la mayor unión la produce tener un enemigo común? La desgracia del presente es que este enemigo no les ataca, ¡les rehuye! Es que ya no hay enemigo.
Así no hay quien viva.