Un bautizo al que acudir: ¿acto social?

En el fondo y en la forma, no deja de ser el acto grupal necesario con el que la sociedad da la bienvenida al recién nacido y lo integra en la misma. El registro civil es puro trámite; una comida en tal restaurante sin más ritos añadidos no tiene consistencia alguna. En cambio pasar previamente por el templo donde el recién nacido es el protagonista, donde se dicen palabras altisonantes e incomprensibles, sí.
La Iglesia piensa otra cosa aunque allá en los sótanos de tal pensamiento reconozca que no hay más que acto social. Para administrar obligatoriamente el bautismo a un niño, que no tiene todavía capacidad de decisión, los pastoreadores de credos han esgrimido desde siempre que los padres no pueden privar al niño, durante tanto tiempo, o sea, hasta el “uso de razón”, de un bien como es el lavado del pecado original, que conlleva la entrada en el reino de la gracia y la incorporación al cuerpo místico.
Grosera contradicción hacia la capacidad de decidir sobre la propia salvación , que incluso se podría tildar de capciosa: no hacen mención a la libertad del individuo, ésa que, por preservarla, "dicen" fue el motivo por el que el pecado entró en el mundo. Entre las cosas que son propias del ser humano está la libertad, libertad del niño futura. Porque este “supremo bien de la libertad” podrían, padres y sacerdotes, esgrimirlo para no marcar su existencia para siempre (su propia doctrina dice que el bautismo "imprime carácter", es decir, es indeleble).
Entra dentro de lo más probable, más hoy que nunca, que el joven no quiera pertenecer a tal sociedad, no acepte una educación pietista y quiera verse libre de ritos sin sentido... No podrá hacerlo, está “señalado” desde el nacimiento. Lo quiera o no, pertenece al gremio. Algo que en algún momento de su existencia puede provocarle verdadero quebranto psicológico.
Es sintomático que la potestad de obrar así se la arrogue la Iglesia por un derecho auto concedido (dicen que el derecho de ejercer “necesariamente” el bien). Un bien que ella cree que lo es, pero discutible y discutido por la sociedad actual.
Apuntábamos arriba otra contradicción flagrante en relación a la libertad: arguyen que Adán y Eva pecaron porque Dios quiso preservar su libertad, su capacidad de libre decisión; es más, dicen que Dios “tolera” el mal y el pecado porque respeta al hombre como es, libre. Sin embargo no esgrimen el supremo bien de la libertad para el niño.
Dios, dentro de su infinita omnipotencia e incluso sabiduría, podría y debería haber ejercido la misma potestad que la Iglesia --el derecho por esencia a ejercer el bien-- y se habría ahorrado todo el follón de la “historia de la salvación”; sobre todo le habría ahorrado al denominado "su Hijo", los sinsabores a los que lo sometió. ¿Es la Iglesia más que Dios?
Busquemos, pues otras razones, sobradamente conocidas, como que del ejercicio de ese derecho derivarán el control de la educación religiosa, y hasta hace poco la de la otra; inmiscuirse y apropiarse de ciertas regulaciones de la sociedad civil, el "registro" paralelo y la usurpación de los ritos de paso; pasear sus santos por las calles; incitar a la conversión por medios públicos; presentar el número de bautizados como argumento...
Para todo eso sirve ese “número”, el de bautizados.