El creyente anhela “ser bueno”, muchas veces prescindiendo de la necesidad de hacer el bien.
Su
supuesta bondad proviene de “
conversaciones” consigo mismo, que se manifiestan dirigiendo la mirada a la Virgen de los Dolores.
El psicoanálisis hablaría de una proyección de la personalidad en fetiches con desdoblamiento de la misma: así
el creyente cree hablar con alguien distinto a él al que promete ser bueno y al que pide fuerzas para serlo.
A cambio “recibe” la
fuerza necesaria o cree que con ello ya tiene la
predisposición para hacer el bien.
Hacer el bien, sin embargo, puede ser o no consecuencia de ser bueno: todo
depende de la necesaria correspondencia; si espera algo –tranquilidad de ánimo, confirmación de su bondad, más gracia santificante-- hará el bien; si no, creerá que no es necesario.
En compensación a no hacer el bien, esgrime su “ánimo” de bondad o, como mucho... ya practicará
actos de penitencia. O quizá desarrolle una neurosis, quién sabe.