Para el crédulo no valen sólo las buenas obras.
Las buenas obras son garantía personal de salvación, por lo tanto de perduración, por lo tanto de eternidad: uno consigue no desaparecer y que su rastro perdure por su buena conducta.
¿Es tan fuerte el deseo de permanecer que condicione las acciones del presente? Porque así lo creen, y quizá para creérselo, los crédulos afirman que todos sus actos están encaminados a ese permanecer "post mortem" en un mundo distinto.
¿Qué mundo es ese? ¿El de las almas inmateriales cuya presencia en éste no está del todo clara ni tampoco percibimos? Por otra parte, las acciones que realizamos a diario, ¿cómo y por qué van encaminadas a "rellenar las alforjas" que conducen a la otra vida?
¿Cómo no pensar que son fruto del carácter, de la educación recibida, del modo de ser de cada uno, del efecto estímulo-respuesta y acción-reacción, del deseo de sentirse bien, de encontrar satisfacción personal y social...?
¿Es que hay una finalidad tácita, implícita, supuesta y presupuesta en todas las obras, donde la conciencia de obrar bien no cuenta?
Y por otra parte ¿cómo reciben esas obras el marchamo, el sello y el suplemento de santidad? ¿Por "ofrecimiento expreso" que hace el creyente a Dios? ¿Pero antes o después? ¿O es "por defecto", es decir, que todas las obras buenas redundan en "graciosas"?
Dice el crédulo:
Si soy cristiano, si estoy en gracia, todo eso sirve.
Cuestión subsiguiente:
Y yo, que hago lo mismo... pero he hecho el amor sin finalidad procreativa, estoy divorciado, no fui un domingo a misa, llevo tantos años sin confesarme... ¿Qué valor tienen mis buenas obras? ¿Es que las "otras obras", que también son buenas aunque guiadas sólo por la ética natural y racional, no sirven para nada? Y ¿si muero? ¿No servirá haber evitado que alguien se suicidara, dar limosna a "mi" pobre particular a la puerta de El Supercor, mantener el hogar familiar en un ambiente de alegría, realizar mi trabajo a la perfección...?
Pues sí a todo: somos y queremos ser buenos porque sí, no por creer. Más todavía, afirmamos rotundamente que creer o no creer no tiene efecto en la vida práctica en cuestiones primordiales.
Piénsese en asuntos relacionados con el "amor", el porvenir familiar, la hacienda y similares. Hay quienes en el trabajo de cada día dan lo mejor de su persona sin razón aparente, porque son así, por su forma de ser, por educación, por convicción personal, por sentido del deber, porque se sienten mejor (la satisfacción de haber hecho bien el trabajo es la otra paga que se recibe. También la aprobación expresa o tácita de los demás).
Sucede que, "a posteriori", unos sacralizan esa acción y dicen, o subconscientemente piensan, que "así, todo lo que hacen vale más" . La gente "buena normal" obra bien sea creyente o no. Y otros siguen siendo "malas personas" sin sentimiento alguno de "pecado culposo", independientemente de su creencia.