La creencia propende a la irracionalidad.


Entre obrar de manera irracional y obrar con lógica, cualquier persona normal opta por obrar según los dictados de la razón. La duda ofende.

Pero si la irracionalidad brota de la credulidad, la que sea, ésta tiene preeminencia sobre la razón.

Al socaire de doctrinas mantenidas hasta ayer por la Iglesia y que parecían rebrotar con los nuevos sembradores blancos, veamos unos “leves” ejemplos de enfrentamiento entre la creencia, lo que la Iglesia dice, y la racionalidad.

Nos detenemos nada más en cuatro asuntos de influencia a veces decisiva en la vida de cualquiera: matrimonio, patria, la búsqueda de la perfección y la tiranía.


 Dicen del matrimonio indisoluble versus divorcio: La Iglesia les ordena renunciar completamente a toda expectativa de amor y felicidad humana, sacrificados en aras del bien común que está por encima del individuo.

Y de la patria: ...un soldado se obliga a morir por el bienestar de su país, un bienestar que él no compartirá.

 Respecto al deber del “consagrado”, fraile o monja: Un religioso debe suprimir sus propios deseos y permitir que sus talentos queden sin desarrollar cuando el bien común requiere que sirva en un puesto inadecuado bajo régimen de obediencia.

La tiranía política: Los ciudadanos de una nación entera pueden estar obligados a soportar un enorme grado de injusticia de parte de un tirano porque los magnicidios frecuentes o una revolución debilitarían la estructura dela sociedad.



Es de suponer que estas ideas no son compartidas por todos los miembros del Estamento, pero sí es cierto que sólo surgen en el caldo de cultivo de la credulidad y no en el ámbito de la racionalidad.

Contestación de la razón:

El matrimonio procede del instinto natural procreador que la cultura ha convertido en contrato. La “ruptura” como situación emocional sólo se da entre los humanos, porque en los animales hay un “bien superior” que les une, la prole y la ayuda mutua.

Aprendan, pues, los humanos conductas que preserven el bien de los hijos, aún en el caso de desavenencia, y luego rompan tal relación de forma civilizada, natural y normal. La ruptura del “contrato” debiera preservar la amistad.

Ésa debería ser la nueva doctrina de la Iglesia, que no es otra que la vuelta a la naturalidad de la vida. El niño crece al sol del amor, con el rodrigón de la autoridad y el sustento de lo natural: eso lo puede tener en los padres unidos o separados, durmiendo juntos o en casas distintas, viéndoles cogidos de la mano o uno frente al otro. ¿Es esto ir contra la doctrina de la Iglesia? Pues... ¡fuera la Iglesia!.

Patria, que no es otra cosa que defensa del territorio: de nuevo una realidad supraterritorial hará inútiles sacrificios supremos...

Pero ¿cómo juzgar el hecho de que no sea un individuo sino masas enteras de millones de personas las que clamen “paz” y “no a la guerra” y hayan plantado cara y voz frente a tanto militarismo que tanto mal ha causado?

Desde aquí manifiesto que, en caso de guerra, yo sería el primero en huir del país donde tal hecho sucede: mi vida está por encima de todas las guerras y no hay un bien superior a la vida.

El deber, es decir, el trabajo: absurda irracionalidad la de que la obediencia está por encima de la felicidad del individuo; una persona “realizada” siguiendo sus propias gustos, ideas y pareceres es más productiva, es más feliz que una persona “castrada”.

La tiranía: todos los caudillos han erigido su tiranía sobre un bancal de muertos. En la lógica creyente “suya”, ¿es la vida de una persona más importante que la de otra? El “desgobierno” republicano español del año 34 al 36 producía apenas unas decenas de muertos al año. El “glorioso alzamiento nacional”, más la “limpieza” posterior, provocó más de quinientos mil, seis mil de ellos curas, monjas o frailes.
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