¿Por qué los creyentes no nos dejan en paz?

Hay que reconocer que el hombre, antes de formular, expresar y poner por escrito pensamientos, creía. Previa a cualquier discusión sobre filosofía, ciencia, historia y naturaleza humana estaba la fe, la creencia en que las cosas eran de determinada manera. Mucho nos tememos que estará también al final, si es que éste se llega a dar.
También la creencia está en el origen --¿y también al final?—de cualquier problemática relacionada con la moral, con llevar una vida buena y justa y con la conformación social. Así es, por más que algunos se empeñen --¿nos empeñemos?— en negarlo o rebatirlo.
Debido a eso y a la configuración evolutiva de la psicobiología humana, quizá los intentos de erradicar los credos sea tarea a la par que titánica, imposible.
¿Por qué? No por otra cosa sino porque el hombre es un ser en evolución, no es un ser finalmente logrado, definitivo, perfecto. Porque además dentro de su constitución intelectual está el no abarcar el conocimiento necesario que le haga comprender o abarcar todo lo que tiene relación con su devenir vital, sus necesidades o simplemente sus inquietudes. El mismo San Agustín lo expresó muy bien en los seis primeros capítulos de sus Confesiones.
La fe, los credos, las creencias no desaparecerán mientras el hombre no supere el miedo a la muerte, a lo desconocido, a los demás hombres, al porvenir, a las tinieblas nocturnas...
Y buscará modos y medios para conjurar dichos temores, sin encontrarlos. La relegación del magma emotivo hacia instancias racionales las más de las veces no surte efecto. Intentar sacar a flote una angustia inconcreta puede durar años. Superar una fobia, lo mismo. Parecen mundos paralelos que jamás se encuentran: ¿por qué tengo miedo a esto? ¿por qué me dejo llevar por la ira? ¿por qué me inunda el temor a que me pueda sobrevenir una desgracia? Sé por qué, pero no puedo dominarlo.
¿No hay respuesta? ¿“No tengo la respuesta”? ¿Lo que me dicen, no me convence? ¿“Tengo que ser yo el que tropiece en la piedra”? ¡No! ¡Tienes la salvación en tu mano si quieres y crees!
¿Y no la habías visto? He ahí la descomunal Institución-Solucionario de los miedos infundados: la religión. La religión todo lo da hecho; todo lo sabe; todo lo presupone; para todo tiene fórmulas; de todo ayuda a salir; todo lo conjura; la religión te da la fuerza; te da la vida; en ella está el amor verdadero; sin ella la vida es un vacío; sin ella el hombre está perdido... ¿Y quién se puede atrever a contradecirla?
Perfecto. Hay que admitir la religión. Están en la verdad.
Y he aquí la vocecita de un minúsculo chiquilicuatre que asoma por el quicio de la puerta: ¿Puedo hablar? ¿Pueden ustedes admitir otras verdades? No. Nada, ninguna verdad puede estar por encima de “la verdad”.
¿Qué sucede entonces con aquellos que dicen lo contrario. ¿Admite eso la religión? No. ¿Impedirán que tanto el hecho como la verdad que yo defiendo se difundan? Sí, con todas sus fuerzas. ¿Pueden ser indulgentes los creyentes con aquellos que se atreven a elucubrar con su propia razón? ¿Pueden? No, la misma religión lo prohibe.
Miremos las cosas bajo otro punto de vista:
--yo discuto con mis amigos creyentes tratando de contrastar verdades y no pasa nada;
--yo acudo a sus ritos por imperativo social, un funeral, una I Comunión, un bautizo... y no me pongo a gritar ni lanzo estentóreas carcajadas por lo que veo;
--yo me maravillo al contemplar una catedral gótica;
--me sumerjo en la expresividad con que Bach pone música a palabras "inspiradas" por Dios;
--yo respeto la fe compulsiva de un islamista cuando venera su Corán (islamista que jamás aceptará el galimatías doctrinal que ahí se encierra, el que fuera un libro escrito sólo para árabes, el que su autor fuera un comerciante imbuído por el odio a quienes le habían perseguido, el que su libro sea un refrito de escritos judíos, cristianos y demás...).
--Asimismo siento un cierto interés por las religiones que se acercan un tanto a la “psicología del consuelo” (hinduismo, jainismo y similares).
¿Y ellos, qué sienten hacia mí? ¿Qué opinión tienen de mi postura vital todos esos a quienes yo admiro o respeto? Desprecio, desdén, conmiseración... ahora. Hace unos decenios, ostracismo. En otros tiempos, la hoguera.
No hay más que leer algunos comentarios que aquí llegan: estoy imbuido por el odio, me ciegan mis complejos infantiles no superados, estoy ciego ante la verdad... ¡sólo porque pongo en evidencia aspectos de su credulidad que chirrían y que “ofenden” a la dignidad humana!
Quizá habría que decirles otra cosa bien distinta: ¡¡dejadnos en paz!! ¡¡Encerraos en vuestros cenáculos y conventículos!!. Pues bien, no pueden. Su Maestro les dijo que creyente = prosélito y han de cumplir su obligación. El Espíritu les empuja a ello. No serían buenos cristianos si no evangelizasen. Amén.
Así que, puestos a ello, se meten en la sopa del domingo televisivo, inundan el Metro con carteles de novenas, pretenden ocupar una porción de la escuela pública, se sienten necesarios en cualquier acto público, se creen en la obligación de moralizar unas elecciones, juzgan continuamente lo que hacemos... Eso en un país civilizado.
En cualquier otro que comienza ahora su Edad Media, secuestran a los no creyentes, les cortan la lengua o la mano, les lapidan, se hacen acompañar en orgías explosivas para que los destripados sean testimonio en su visita las huríes... ¡Para qué seguir!.
¿Y creen que hay trato igualitario? Pues no. La religión todo lo contamina. La religión todo lo emponzoña.