A los creyentes por inercia: "¡No pasa nada!"

Quienes han conseguido "liberarse" (si, tal como suena, "liberarse") de organizaciones santificadoras, obras de Dios, congregaciones de estricta observancia y similares, ponen de relieve el gozo de recuperar la libertad y hablan de que no les embargan sentimientos de culpabilidad ni echan de menos nada de lo que dejaron. Sienten asimismo cómo se hinchan sus pulmones con un nuevo aire que nunca respiraron.
Ahí está el jesuita J.M.Castillo. Ya es echarle coraje, a su edad, atreverse a dar el paso que ha dado. Pocas referencias a las causas han salido de su boca, pero los hechos ladran, entre otros los provenientes de ondas radiofónicas a una hora tan de siesta como las 15:30 de la tarde y de una emisora tan propagadora del amor como COPE. En personas como él, hasta se entiende el portazo.
En otros tiempos, aquellos del "dejarlo todo" y entrar en "religión" --vulgo frailes y monjas-- tiempos de superabundancia de prosélitos, sólo huían o eran expulsados los vagaudas, goliardos y barraganeros, gentes inadaptadas incluso en la vida civil. Hoy los que huyen de la "religión frailuna" son los mejores, los más capacitados, los que más y mejor podrían renovar sus institutos, los que se dan cuenta de la esclerosis múltiple que les aqueja. Quedan dentro los acomodaticios, los "para cavar no sirvo", los eternos cumplidores, los siempre sumisos, los de pensamiento reverencial y razonamiento a ras de refectorio. Otro tanto pasa con la grey.
Entonces, ¿qué decir de esos inertes por inerciales, es decir, los instalados en la cómoda inercia de hábitos sociales profundamente arraigados en mentes hueras que sólo continúan aceptando la montonera de "actos a cumplir" sin otro aliciente que no poder dejar lo que han hecho siempre? Sea por ellos el discurso de hoy.
Para quienes hemos dado un paso más, el de afirmar nuestro “credo en ningún credo que no sea el hombre”, cuesta creer la inercia que mueve a determinados crédulos a seguir con prácticas que nada les dicen ni aportan. Y son más de los que la Iglesia puede digerir, atados al temor reverencial de "qué será de mí", "qué me va a pasar"...
Quisiéramos decirles:
"Dejad las antiguallas, quitaos el miedo de que vuestra vida va a quedar vacía, de que Dios se va a vengar... no pasa nada distinto a lo que el destino quería que pasara".Que ¿qué hacer en esos momentos cuando embarga "el mono" de rito?
--Comenzad por dar un paseo con vuestros hijos a la hora de la misa... [Es sintomático que a algunos creyentes no se les pueda quitar más, porque su creencia se reduce a eso.]
--Cuando os asalten “escrúpulos morales” relacionados con determinadas prácticas, sometedlos a vuestra razón: mantenedlos si coinciden con la ética, rechazadlos si tiranizan vuestra conducta.
--Que el gozo de la esperanza en el más allá no sea más que sonrisa burlona ante una mentira que llenó vuestro pasado infantil.
--Las oraciones acostumbradas pueden sustituirse con "Buen provecho" o un “Gracias, señora de la casa por esta sabrosa comida” o “Hasta mañana y que tengáis buenos sueños... Que tengáis un buen día, sin multa de tráfico de más ni sonrisa de menos...”
De nuevo repito: "No pasa nada, no sentiréis que os falta algo, si pasais un tiempo sin comulgar, sin confesar, sin aparecer por la iglesia no lo echaréis de menos, pero sentiréis la agradable sensación de haberos librado de un yugo absurdo..."
--Si os atrevéis a más, celebrad el nacimiento de vuestro hijo con una fiesta entre amigos, preparada como acto social de ingreso en sociedad, fuera de vuestra casa, en algún chalet o centro cultural, con los amigos;
--el funeral de vuestro padre hacedlo con un discurso panegírico de la persona buena que fue, incluso con músicas apropiadas, recitado de poemas, entierro de las cenizas en algún lugar que consideréis permanente: un rincón de vuestra casa de campo, la cima de un monte, al pie de un árbol centenario...
Vivir no es estar pendiente de morir. La vida está fuera, no entre las cuatro paredes donde los jerifaltes del credo han encerrado a Dios y, con él, han pretendido encerrar la vida.