Por deseos frustrados.

El sueño por una realidad que supere los sinsabores del presente es el fundamento psicológico de las creaciones religiosas que generan los deseos.
No otra cosa es el mesianismo tanto davídico como cristológico.
El presente es insoportable, sea por estar sojuzgados por un poder extraño, sea por estar desterrados en un país extranjero y hostil, sea por vivir en condiciones de miseria.
El Dios que todo lo tiene previsto –éste es el consuelo de la religión mesiánica—, hará que el día de Yahvé llegue; su poder se impondrá y restaurará el Gran Israel. De ahí a la noción del “tiempo último” o “plenitud de los tiempos”, sólo hay un paso. Esto es lo que en griego se denomina ésjaton.

Tremebundo debió resultar el efecto de las palabras de aquel Jesús escatológico, anunciador de un Reino tan próximo en el tiempo: “No pasará esta generación sin que todo esto...”. ¡Una generacíón! No más le quedaba al tiempo que torcer una esquina.
Sabiendo que el fin del mismo era inminente, ¿qué sentimiento hacia lo terreno podían tener los primeros sectarios cristianos? ¿Premura, abandonismo, espiritualismo, desprendimiento, apatía por las labores humanas, frustración?
Ya se encargó Pablo en las dos cartas a los tesalonicenses de poner las cosas en su sitio y predicar otra nueva expectativa llena, nunca mejor dicho, de ilusiones.
Fue éste un cambio radical en los conceptos escatológicos, aunque esto ya sea harina de otro costal.
Arrimando ese costal a nuestro costado, ¿por qué hoy día las prédicas cristianas tienen tan poca virtualidad y tales lecturas apocalípticas caen como agua sobre hoja de berza en nuestra sociedad del bienestar?
Cada quien saque sus propias conclusiones.