En diálogo bullanguero de conejos.

Cuando hay discusiones en que algo sustancioso se dirime que puede remover el suelo de las prebendas. 

Estoy viendo desde la calle la trifulca que se tienen montada en la CEE a propósito de la investigación sobre pederastia en España. Puedo imaginar caras desencajadas, movimientos rápidos de manos, giros bruscos de cabeza, incluso risitas sin sonido alguno… Mueve a conmiseración el griterío cuando desde fuera se percibe eso o algo parecido. 

Los unos defendiendo posturas intransigentes y sacando trapos que no llegan a sucios porque ni siquiera son trapos; los otros apelando a retales de mercadillo con que seguir tapando las vergüenzas que les roen; los otros viendo la manera de subsistir con remiendos haciéndose a la idea de que son capelos… Nunca tuvo más vigencia el cuento de galgos o podencos, ¡estando ya los conejos en las fauces de los lebreles!

Me vienen del desván del recuerdo aquellos tiempos ya muy lejanos en que celebraba alguna que otra comida con curas –amigos en cuanto buenas personas--. Este ambiente de los últimos días visto en “R.D.” es el mismo, sí, el mismo, que se respiraba en las conversaciones internas: con maneras suaves y llenas de las más honda admonición o prevención caritativa, que es lo primero que se dice antes de lanzarse al asalto con las armas del verbo afilado, se arrojan como canes hambrientos a la yugular del desvalido; se critican situaciones, prebendas, sobeos para ascender, criterios de conducta, sinecuras conseguidas o por conseguir, o sea, lo normal… de los otros.   En todo ello, ausente yo del meollo, intentaban hacerme copartícipe de su buen hablar y de su punto de vista, incluso buscaban mi parabién respecto a criterios dignos de estar en los altares santificados por San Malaquías. Y yo, en el fondo de su desconocimiento, daba pábulo al incendio dando aquiescencia con un leve arqueo de ojos a tal consideración oportuna; sonreía con desdén hacia el desdén declarado por el otro; movía la cabeza como tratando de comprender… Donde, en ese momento, hubiese querido encontrarme era en la monumental carcajada que surge de la calle al ver tal patio de Monipodio convertido en Café Gijón de sus menudencias vitales, por no decir miseria del existir. Realmente, entre los lectores empedernidos de “Rumores” nos encontramos algunos que somos  tildados de bichos raros. Somos apátridas de la tertulia: no somos de los unos porque percibimos a tiempo, quiero decir, antes de estirar la pata, la inmensa y monumental estafa de la inteligencia que es toda credulidad; no somos de los otros porque todo nuestro pasado se fundó en creer y vivir lo que dejamos atrás.

¿Qué c… pintábamos entonces y pintamos ahora en este galimatías? Quizá seamos los “quijotes” de la credulidad, cuerdos para la vida, locos para la creencia, o viceversa, que tanto monta ser loco para alancear libros de caballerías trasnochados, o sea, credulidades de baratillo, como cuerdos del sentido común por el que se rige todo el que quiera y pretenda ser él, sin las muletas de la credulidad. Mientras en la “Balsa de la Medusa” (sí, el terrible naufragio puesto en pared en el famoso cuadro de Gericault), se mataban unos a otros por un puesto central para morir al día siguiente, allá, lejos, en la Francia de Luis XVIII bailaban al son de minuetos y paspiés, sin atisbar ruidos sordos de descontento social.

Eso sucede aquí: los templos están vacíos; la credulidad se sostiene no por la fe pura sino por el opiáceo de las sustituciones (Manos Unidas, tinglados editoriales, turismo basilical o fatimero, consuelo de baratillo como consultorio pseudo psicológico…); los criterios de conducta que provienen del púlpito ya no los sigue nadie, ni siquiera sus prosélitos; el hiato entre creencia y cuenta corriente es absoluto en todos, crédulos o no; al Jerarca de Blanco lo sostienen quienes lo tienen de portavoz de sus propias opiniones…

¿Para qué seguir? ¿Galgos, podencos? No han percibido siquiera que la mayor unión la genera el tener un enemigo común; un enemigo, por cierto, que no les ataca, ¡les rehúye y les da de lado! Aquí y así no hay quien viva.

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