Los encontronazos entre la normalidad y la religiosidad.
| Pablo Heras Alonso.
Es significativo que frente a las ideas que la ciencia ha generado, frente a la imaginación desarrollada por pensadores, escritores, artistas, frente al enorme desarrollo creativo moderno en todos los ámbitos de la vida, las creencias religiosas mantienen figuras, formas, rituales y esquemas de pensamiento carentes de idéntica imaginación y anclados en el pasado remoto.
Se siguen manteniendo las imágenes más groseramente antropomorfas de Dios y sus ayudantes celestiales; en el pensamiento y en su exposición verbal, se siguen repitiendo los conceptos localistas de cielo e infierno; se dota a los espíritus de sentimientos que serían incompatibles con su condición pura; se siguen defendiendo criterios de conducta procedentes de culturas agrarias periclitadas que nada dicen al personaje urbano de hoy.
¿Qué se puede concluir de todo esto? No otra cosa sino que los conceptos religiosos son conceptos humanos someramente enmendados: se enaltecen ciertos rasgos, se purifican algunos, pero todos tienen que pasar por el filtro de lo humano y que sean asimilables al modo habitual de conocer.
Ahora bien, ha de quedar claro que, en todo lo relacionado con la religión y sus productos, no es primero el hecho y luego el filtro: es la mente la que genera a la vez el hecho y su filtro. El purificar determinadas visiones de lo sacro no priva de inutilidad e incluso de perversidad al mismo como subproductos de la mente.
Añadamos otro elemento que responde a las necesidades mentales creadas, rastrero si se quiere, de la religión: el negocio. Para muchos, sobre todo para el estamento clerical, la religión es también negocio. Sin embargo nos interesa ahora fijarnos en otro nivel del negocio, cual es la exigencia de milagros, entendidos, “in génere”, como realización de deseos difícilmente realizables.
Sí, la religión también vive de ese mercado. Repetimos, no entendamos milagro como hecho fáctico sino, sobre todo, como deseo. Es el ámbito inmenso en el que se mueven todos los que rezan para que suceda lo que se ansía. En ese mercado, lógicamente los sacerdotes son los “expertos”. Y el hombre, en lo humano y en lo divino, busca siempre la presencia de un experto para alcanzar su curación. Así, los sacerdotes se constituyen en necesarios para tal "negocio".
Es la perpetua necesidad de creer, en lo que sea, mejor si hay un experto de por medio que tiene la varita mágica indicadora de la senda a seguir. Hoy una luxación la cura el fisioterapeuta; hace un siglo, era un curandero; hace un milenio, posiblemente la gente confiara en brujos, exorcistas o sanadores espirituales. Dígase lo mismo de las respuestas de lo religioso a cualquier inquietud humana.
Hablando con propiedad y de modo racional, las creencias acerca de un mundo de espíritus no provienen de ninguna parte. Son meramente “hipótesis” para explicar ciertos datos (hechos raros, deseos inconcretos, temores genuinos o inducidos, miedos inespecíficos o reales...). Y no pasan el escalón de la “hipótesis”, porque cualquier idea, por extravagante que sea, habrá siempre alguien que la defienda.
El respeto que una persona racional tiene hacia el creyente se fundamenta en eso. No es más que el respeto a que cada uno enuncie las hipótesis que quiera. Se le asegura la libertad para ello. Pero tal respeto no puede pasar de ahí. El creyente se mueve a gusto dentro de lo que los demás consideran simples “probabilia”: “A mí me produce un bien...”. ¿Qué? ¿Algo real o algo imaginado? ¿Algo que es sólo tuyo que yo no puedo compartir?
Hay muchos otros aspectos de la psicología humana relacionados estrechamente con el sentimiento de lo religioso en lo que no entramos a discernir.
- a) La conciencia y la experiencia subjetiva, en relación a la percepción de lo sacro. ¿Cómo y qué percibe el creyente? Experiencia que parte de “lo que está”, de lo fáctico, de lo ya hecho y realizado, que de por sí no generaría conceptos nuevos. En términos creyentes, es la absoluta perfección de “lo revelado”. Sin embargo, hay todo un mundo en la religión que implica la subjetividad.
- El “yo” como “continuum” desde la niñez hasta la senectud, cuando apenas si nos reconocemos en el “niño que fue” lo que es ahora. Eso, lógicamente, incide también en el contenido y la experiencia de lo religioso: ¿cómo puede ser lo mismo aquello que se cree y se percibe de niño a lo que ahora se piensa y razona? He aquí un aspecto muy amplio de la Psicología Evolutiva... relacionada con lo sagrado. Y con lo mágico. Y con lo mistérico y desconocido.
- La voluntad libre que casa muy mal con la inmutabilidad del que llaman Principio Rector de las cosas. ¿Somos realmente libres? ¿Y qué es la libre voluntad? Cuanto más se ahonda, más dudas se generan. ¿Y los genes? ¿Y la educación recibida? ¿Y el estado en que se encuentra el cerebro en un momento evolutivo? Y en relación al mundo y la sociedad que rodea al individuo, ¿no hay hechos necesarios y hechos aleatorios? ¿Cómo se entiende la libertad dentro de los primeros?
- La comprensión del significado de las cosas; comprensión que es sincrónica y diacrónica; del pasado y del presente, hechos ocurridos pero que mantienen su virtualidad y de hechos actuales; hechos generados tanto “ab intra” como “ad extra”. ¿Cómo encaja todo esto en la inmutabilidad de la religión?
- Por último, la moral, hace años, colusión entre Educación para la Ciudadanía versus enseñanza religiosa. ¿Existe la moral natural? ¿Se puede decir que es un producto cultural emanado fundamentalmente de las religiones? ¿Exclusivamente?
- ¿Y qué relación tiene la moral con la felicidad? En un grado superficial hay hechos o conductas que generan "felicidad" pero que chocan con determinada moral religiosa que, por su parte, se ve aquejada de temporalidad. En un grado perniciosamente utópico, se podría dar el caso de tener que justificar un asesinato sádico, dado el placer que ello genera en el psicópata... O los experimentos del Dr. Mengele, que en su momento le procuraron satisfacción profesional.
Por otra parte, creo que mejor contestación a esta batería de preguntas la tienen tanto la psicología o la filosofía, más que la religión. Ésta, la religión, simplemente navega tratando de sortear o esconder los escollos que aquéllas ponen en evidencia.