Es lo que hay

Problemas informáticos (generación de keywords decían) me han impedido continuar mi presencia en estos foros cada dos días. Solucionado el problemas, continúo incordiando a quienes quisieran prescindir de puyas o rejonazos, la mayor parte de sentido común.

La Iglesia española parece estar sumida e inmersa dentro de un círculo vicioso del que no puede salir o no lo pretende o no sabe cómo: por una parte los católicos cada vez son menos; por otra, los pastores del rebaño parecen ausentes de la sociedad cristiana. Los primeros se marchan, los otros no van tras ellos para retornarles a la “casa del Padre”.

Los feligreses que aún siguen los pasos de sus pastores no están en situación de aportar energía a la máquina de capturar desertores. Quedan impregnados de eso que ven en sus pastores, un dar de lado la realidad, un permanente mirar hacia otro lado para obviar el desapego social, es decir, sufren en su piel un permanente sentimiento de abandono. Los otros, los que fueron y no son, ya se sabe,  dejación de las prácticas cristianas y,  como consecuencia, deserción o abandono galopante.

¿Y dónde habitan, se mueven, laboran y gozan aquellos que debieran insuflar otro hálito de vida a la plebe creyente? Pues… “en su mundo”. Todavía son una casta poderosa o, si no tanto, al menos considerable. La jerarquía labora “por lo suyo”, moviéndose en su propio ámbito, a veces en círculos de convivencia muy reducidos.

Realizan “cosas” con los suyos o los que se consideran suyos, en un reduccionismo laboral improductivo. Hacen campañas, se reúnen en sínodos, emiten cartas pastorales que nadie lee porque son un revuelto de citas (véase “Desidero desideravi”) que no calan, como si fueran lluvia seca, piensan que el folklore sacro, como procesiones, romerías, festividades de los pueblos, caminos del Medievo, edades del hombre… sin caer en la cuenta de que “eso” es lo que es, parte del folklore nacional, el turismo que corroe también la cultura.

Aparte: los clérigos tienen que vivir. En los años de ejercicio, su afán es vivir bien y ascender en el escalafón. Ya retirados, subsistir. Es una preocupación lógica, como la de cualquier mortal. Pero el refugio que antes daba la institución, no se siente hoy con igual pujanza. Cuando quieren salir de la convivencia reducida clerical, el único refugio que les queda es la familia. De ahí esa querencia obsesiva por obsequiar a hermanos y sobrinos.

Sufrir con paciencia… Hay momentos en que no se pueden dejar pasar agravios, injurias públicas, befas de lo sacro. ¿Se alzan contra eso acudiendo a la legalidad que les asiste sin caer en los modos islamistas? No. Quizá algún fiel con suficientes agallas políticas se atreve. Ellos no. Callan, dejan pasar el tiempo pensando que éste todo lo cura y todo se olvida. Pasividad, silencio, inhibición de los pastores. Pusilanimidad,  por no decir cobardía.

 Los pastores tienen el deber como maestros de iluminar la conciencia de los fieles, es su deber, es su trabajo. Pero la luz que pueden aportar a las conciencias las más de las veces es de colorines de neón, superficialidad de psicología barata o dar patadas en los charcos o manotazos al viento, sin descender a la realidad diaria,  con miedo a enfrentarse a las “fuerzas vivas”. Se han vuelto perrillos falderos o caseros, no custodios del rebaño, perros que se mueven de aquí para allá ordenando al flujo de las ovejas y enfrentándose decididamente a los depredadores. No saben cómo ladrar para que su ladrido sea efectivo.

No son consideraciones vacías las dichas hasta ahora. Salimos a la calle para ver el panorama. ¿Cómo es posible  que según las  encuestas del CIS, año 2021, el número de quienes se consideran católicos arroje un porcentaje del 55,8 %, que las ¾ partes de la población esté bautizada y sin embargo la media de asistencia regular a los actos religiosos sea del 16,3 %? ¿Cómo se puede declarar uno creyente católico si no recibe las enseñanzas cristianas y no practica lo que dice creer? 

Más todavía con otros datos: muchísimas parroquias, dicen que cerca de 5.000,  se encuentran sin rector estable, especialmente en el mundo rural. Son asistidas por celebrantes ocasionales que no se sienten incardinados, dueños, señores de la parroquia que atienden ni, parece, interesados por los problemas vecinales.

Otros datos donde la biología hace de las suyas, la edad media de los sacerdotes regulares  ronda los 63,3 años. Pero de los 19.000 sacerdotes españoles, 9.000 están jubilados. El descenso de número de sacerdotes ronda los 200 por año.  Un ejemplo: en la diócesis de Lugo hay 1.100 parroquias y el número de sacerdotes disponibles asciende a 105.

Y con relación al renuevo, a los brotes verdes que debería tener el árbol de la jerarquía. El número de seminaristas no aumenta con el paso de los años, pero sí el número de deserciones. En el último curso 2020-2021 ha habido 1.066 seminaristas, solo 215 nuevos ingresos y 126 ordenaciones sacerdotales. Hace diez años, en el 2001, había 1.736 seminaristas, y en 2002-2003 se llegaron a contabilizar 353 nuevos ingresos.

Otro dato significativo no  tanto religioso cuanto sociológico es el número de bodas religiosas, superado ampliamente por las uniones de facto y por las bodas civiles. En 2020 una de cada diez bodas se celebró con rito religioso. En dos décadas pasaron del 76% al 10%, con la salvedad de que el año 2020 fue el de la pandemia. Fue en2009 cuando quebró la curva de bodas religiosas, superadas por las bodas civiles. En frase de un obispo: “Hemos perdido el monopolio de los ritos”. El hecho es que cada vez hay menos bodas, bautizos y comuniones.

Es verdad que todo esto lo tienen en la mente los rectores de la fe española, pero incluso ellos mismos se preguntan qué pueden hacer y, sobre todo, cómo. Otros ni se lo preguntan, siguen haciendo lo que hacían hace doscientos años, como si nada hubiera cambiado. Y los más, se sienten a gusto en ese mundo beatífico de profunda religiosidad.

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