Y lo hicieron santo “subito”.

He leído una noticia cuando menos curiosa: se va a iniciar el proceso de beatificación –Iglesia ortodoxa secundada por la católica-- de nada menos que millón y medio de armenios que fueron masacrados por los turcos en el infausto y poco recordado “genocidio de Armenia”. Puede ser un modo no sólo de recordar tal atrocidad sino, sobre todo, de poner los medios internacionales para que tales hechos no se vuelvan a repetir. Ayer fueron los armenios, hace poco han sido los kurdos… ¿a quién tocará mañana?

Esta noticia me lleva a pensar en el lo que supone hoy un proceso de canonización, el porqué, su finalidad, lo que lleva aparejado… y sobre todo, de qué sirve. Y, en el recuerdo, el clamor en italiano que surgió en la Pza. de San Pedro a la muerte de JP-2: “Santo súbito

Fijémonos en la figura de Juan Pablo, figura señera llevada “a los altares” hace bien poco. Viendo las cosas de muy lejos --distancia afectiva—se puede hacer un juicio más equilibrado. Quien quiera ver animadversión constitucional en las apreciaciones que siguen, puede verla, pero no tan deslumbradora que impida un mínimo de rigor en el juicio ni llegar a perder de vista "el conjunto”.

A fin de cuentas todos los papas conocidos por nosotros han sido vejetes simpáticos y bonachones. ¿Cómo sentir desprecio o animadversión? Además estaban llenos de buenísimas intenciones.

El concepto que teníamos desde niños de los santos, concepto inducido sin duda, era de seres no humanos, héroes imposibles, figuras etéreas del reino de las sombras luminiscentes... Dicho concepto de la santidad canonizable ha cambiado radicalmente. ¿Motivos? Hoy no parecen sino automatismos burocráticos con un tinte crematístico y oportunista oculto, procesos "ex necessario" con el añadido de "a tanto el santo".

No hay más que ver los criterios "de facto" que rigen para la canonización burocrática, máxime habiendo conocido en vida a algunos de ellos o asistido personalmente a sesiones diocesanas de alguien que no verá la gloria santificada: del "trepismo" y del "oportunismo", a la máxima categoría en el "ranking" eclesial.

Quizá la nueva concepción de la santidad oficial sea más real y más ajustada a la verdad, aunque la otra... ¡era tan candorosamente hermosa! ¡Cómo no caería en la cuenta, antes, de aquello que un malévolo cura me dijo: "¿No te hace pensar que las congregaciones más ricas son las que más santos tienen?"! Salía yo de la primera juventud.

Sí, lo han hecho santo. Y debían hacerlo. Será un santo que puede constituirse en patrón de una abstracción: la SANTA OPORTUNIDAD, vulgo oportunismo. Antes de que caduquen o prescriban las profundas motivaciones que lo propician: su popularidad y el jolgorio lacrimógeno de la Plaza Bernini. "Santo subito" (¡santo pronto!) porque el tiempo borra memorias.

En razón de contentar al vulgo creyente, pueden encontrarse razones/pantalla, ésas que bien descritas llegan a denominarse "virtudes heroicas". Todo hombre las tiene si se saben presentar. Para la pléyade de fieles serán sustento espiritual. De puertas vaticanas adentro, si se van quitando perifollos y envoltorios, llegamos al motivo principal: el negocio. Porque nada hay tan productivo con mínima inversión como un santo. Producen el ciento por uno.

Razones las hay, méritos también. Y si no los hay en exceso, se engrandecen los valores humanos. Pero eso no puede ocultar otros aspectos que el incordiante –por eso desapareció-- “abogado del diablo” habría puesto sobre la mesa. Vayan aquí algunas que un análisis desapasionado encuentra, por más que en la "causa" no aparezcan:

1. Haber dejado las arcas vaticanas saneadas después de tanto Marcinkus y Bancos Ambrosianos.

2. Encubrir del mejor modo posible los escándalos, comenzando por cardenales (v.g.Milingo), pasando por bendiciones olvidadizas a próceres legionarios y terminando en lavados oportunos de tantos y tan infantilmente amorosos "padres" usamericanos.

3. Elevar el turismo a la condición que merece, máxime si es turismo "de calidad", haciéndose presente en todos los rincones de la tierra. Sin ningún "garzón de Ida" para instruir pagos en especie al Zeus de la credulidad.

4. Acrecentar las estructuras eclesiales propiciando un engranaje más efectivo y con un concepto claro de lo que debe ser un "estado": sin burocracia nada funciona y para ello hay que confiar en los funcionarios. El papa debe sentirse libre para volar.

5. Dar la sensación de que el envoltorio, la fachada, el gesto... hacen más por la calidad del producto que el producto mismo. ¿Para qué la reflexión, el estudio, la profundización, si se consigue más con una imagen? Teatro y parafernalia al servicio de la verdad.

6. El haber encarnado en su persona el más efectivo revulsivo "alla polaca" (término musical) para situar a la Iglesia en el lugar de donde no debiera haber salido, la época anterior al Vaticano II. Trento, paradigma del fundamento... aunque no llegara a tanto. La Iglesia ha sido lo que ha sido y no debe tirar por la borda legado tan espectacular: hoy es doctrina.

7. Supo poner en su sitio a todo un Concilio: vista la virtualidad del Vaticano II, fue él quien puso fecha fija de finalización al "aggiornamento". "Hasta aquí llegó la marejada", pareció decir. Iglesia precavida ante aventuras sin vislumbre.

8. En consonancia con su concepto de "estado", dejó hacer. ¿Y quién mejor que quien sabe? Algunos de forma malévola llegaron a tildar de "mafias vaticanas" a los distintos equipos de gestión del Estado Vaticano. Infelices nescientes. Lo que funciona... funciona.

Le decíamos, posiblemente, patrón de la oportunidad. Otro posible patronazgo, sujeto a su intervención ante la divinidad, podría ejercerlo sobre el elenco teatral y el "staff" televisivo. Nadie como él ha aparecido tan cumplidor del papel asumido ante los focos de la televisión. Es más, podrían nombrarlo, a la par que santo, término ya excesivamente corroído, "astro de las televisiones". Histrión de la credulidad.

9. ¿Y qué decir del número tan espectacular de próceres virtuosos agregados al Olimpo de los semidioses, es decir, santos? Amén del productivo chorro crematístico inyectado en los veneros vaticanos --ha beatificado a más que en toda la Hª de la Iglesia-- quizá previera el poder intercesor de los agradecidos santos para poder gozar hoy en el cielo de una aureola como nadie la haya tenido. Ahora Francisco lo tiene más fácil: 1,5 millones de golpe.

10. Por evitar posibles gangrenas doctrinales o derivas hacia el protestantismo, hizo bien en poner freno y coto a tanto estudio bíblico desmadrado, a tanta teología del "chisgarabí", ventilando o desguazando iniciativas poco ortodoxas.

11. No se conoce de ningún otro papa que reconociera errores pasados. Dicen que más de ochenta peticiones de perdón por barbaridades cometidas otrora por otros papas principescos. No podemos decir otra cosa que eran "pases a toro pasado", que eran "brindis a sol", que de nada sirven peticiones de perdón con resarcimiento imposible. Quizá, pero él ha sido el único que en cierto modo ha apeado de la infalibilidad a quienes obraron como infalibles en el pasado. El poder omnímodo siempre es infalible, ahí estaban los Chaves y Cía.

12. Fue frase repetida y hoy olvidada por falsa: "JP2 llenó campos de fútbol vaciando las iglesias". No pudo vaciar lo que ya estaba vacío, pero supo conquistar "en su terreno" a la savia joven. Bien es verdad que tal savia joven, pasada la primavera, vuelve a estancarse en el otoño eclesial o circular por otras arboledas.

13. No tuvo más remedio y he aquí patente una grande y dolorosa virtud: la fortaleza. A la vista de los informes emitidos por su bien engrasada burocracia, con harto sentimiento y dolor tuvo que expedientar a más de 500 teólogos. Seguían el espíritu del Vaticano II cuando éste había periclitado. No tuvo más remedio que hacerlo y hoy la Iglesia lo agradece.

Esto es parte de lo que se decía por los vericuetos escondidos del Estado Vaticano. ¡Evidentemente que nada de esto se ha hecho explícito ni se oirá jamás! Pero las consecuencias llevan a las causas. Lo que haya de verdad puede interpretarse en mérito del santificado. El veneno presente en tales afirmaciones sólo es producto de monseñores y obispos frustrados en su carrera ascensional. A la hora de la verdad, campeando su efigie campee en las hornacinas vaticanas, las voces disonantes han callado.
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