La inmortalidad en el instinto de conservación.

Por decirlo en una frase, es el instinto de conservación el que se hace en el hombre deseo de inmortalidad.

El afán o instinto por conservar la vida se hace en el hombre deseo de perdurar.

El hombre, como cualquier otro ser de la naturaleza, como cualquier animal, lleva dentro de sí el ansia de conservación. Pero el hombre piensa y repiensa ese deseo y prevé y ve que nada hay más cierto e inevitable que el hecho de morir.

Suprema paradoja la del hombre, la de sentir el ansia de perdurar y la de conocer la seguridad de la desaparición. La inteligencia se fabrica remedios: huir de tales pensamientos, modos mil de “permanecer”, relegación al subconsciente del pensamiento que perturba o asunción racional del mismo...

Hay quienes aceptan lo inevitable y se resignan, algunos muriendo en vida; no piensan, rehúyen, buscan subterfugios, apartan lo que signifique muerte, la esconden, la enmascaran y hasta guardan su ADN por si alguna vez...

Permanecer en sus obras lo mismo buenas que malas, en los escritos, en el recuerdo de los demás, en sus megalíticas construcciones, en sus hijos, en sus nietos.

Otra forma "distinta" de perdurar es la huída: huye con las religiones haciéndose en ellas inmortal, huye con los héroes identificándose en ellos, huye a medias con su componente inmortal, el alma, que por ser "inmaterial" no se ve, no se siente y puede darle los atributos que quiera, huye hacia la inmortalidad encargando misas que lo recuerden y lo recuperen...

Hay otro infierno que el hombre más teme en esta vida, el de su desaparición, incluso del recuerdo.
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