Con lo que larga la gente… ¡la Anunciación!

¡Cuánto se ha escrito sobre María! Sólo el enunciado de títulos de libros, folletos, panfletos, homilías… llenaría un tomo grueso y bien grueso. ¿Alguien se ha puesto a pensar de dónde los entendidos extraen material suficiente para pergeñar un tratado sobre “la Virgen”? En los Evangelios apenas si llega a un folio Dina 4 lo que en ellos se aporta. Mucho sospechamos que todo son elucubraciones, invenciones, supuestos, fantasías, meditaciones piadosas y divagaciones de todo tipo sobre un fondo geográfico de realidad. Lean el “tomito” de Gregorio Alastruey, “Tratado de la Virgen María” para comprobarlo.

Porque si hablamos de fuentes supuestamente fidedignas, los Evangelios, en cuanto María echa al mundo al salvador del mismo, casi desaparece por el foro. Más todavía, lo cual es cuando menos curioso o sintomático, en determinadas referencias posteriores, el hijo no parece encontrarse muy a gusto en llamarse hijo de María. Y si de desapariciones se trata, no digamos nada del santo José. María se queda viuda al pasar la primera hoja del Evangelio.

Al fin, y sin caer en la cuenta ni poco ni mucho, o sea nada, los creyentes aceptan que todo lo referido a María es “misterio”.

Pero veamos cómo serían las cosas si esto sucediera en un pueblo de La Rioja de apenas 150 habitantes. A despecho de lo dicho arriba y de que cuando se trata de despellejar, nada hay mejor que lo que se presenta como misterioso, nos atrevemos a elucubrar tal como sucedería en uno de nuestros raquíticos pueblos… Nos asiste el derecho que todo demócrata tiene a verter relatos en román paladino cuando confronta lecturas como los que nutren todo un mes del año.

¿Por qué será que nunca se han podido ver las cosas que se refieren a la vida de tales “misteriosos” –en este caso María-- de otra manera, digamos más natural, en vez de encajonarlos en el sarcófago de lo misterioso?

El asunto “anunciativo” o pregnativo de María lo refieren Mateo en 1, 18 y Lucas en 2 1-7.Resumiendo el asunto, sucedió que antes de casarse legalmente con José, María había dejado de tener la menstruación, es decir, estaba embarazada. Y José no había tenido nada que ver, tan bueno, casto y honrado era él. Así de lacónico es el asunto.

Como era práctica habitual durante siglos, los padres del novio y de la novia concertaban la boda de sus hijos –la dote, la fecha, el lugar-- y así parece que fue con el “caso José y María”. Era un compromiso “en firme”. Pero María ya sabía que estaba embarazada. ¿Y José, cuándo lo supo? Es de suponer que se lo diría María, porque José vivió en zozobra durante un buen tiempo.

¿Y la gente del pueblo a la vista de lo evidente? Podemos imaginar el escándalo en un pueblo tan pequeño como Nazareth.
Tan pequeño que algunos dan por supuesto que no existía por esos años, pues no hay referencia alguna al mismo, ni siquiera en autores tan puntillosos como Flavio Josefo, ni restos arqueológicos que lo confirmen, por más que se han buscado: dato que podría dar que pensar a quienes aceptan todo tal como lo dicen los escritos píos
.

María está por lo menos de dos meses cuando se atreve a “comentarlo” con José. El espanto, estupor, pasmo o consternación de José tuvo que ser morrocotudo, entre otras cosas por el qué dirán en una aldea que se supone pequeña. Alguien puede argüir que todo quedó en el secreto de José con su ángel particular y María con el suyo, aunque esto no deja de ser otro supuesto extra-natural. Lo más probable fue que al ver el rostro macilento de María y la cara de espanto que llevaba José, alguna palabra delatora se escapara. Hay féminas que detectan con claridad cuándo una virgencita casadera tiene todos los síntomas de estar preñada. Y de la primera voz, al rumoreo popular. Todo se convertiría en un hervidero de comentarios, sobre todo de mujeres: en el lavadero, en la fuente del pueblo, en la panadería… ¡Qué no se diría! “Anda, mira…”, “vaya, la que parecía…”, “¿y quién será el padre?”…, “y ahora ¿qué va a hacer José, con todo preparado para la boda?”

Y hete aquí que a la muchacha no se le ocurre otra cosa que decir que se le había presentado un ángel del cielo anunciándole que lo que nacería sería nada menos que el Hijo de Dios. O quizá no fue así, sino que calló y esperó. De saberse en el pueblo tal razón, al escándalo se añadiría la rechifla. Eso de presentarse un ángel… ¿cómo supo María que era un ángel si, como es probable, nunca había visto ninguno?

Menudo papelón el de José. Dicen, o dijeron luego, que José era ya una persona “de edad” y tal lo pintan, un personaje no tan joven que a toda costa quería casarse. No lo creo. Lo que sí demostró, aceptando a María tal cual, fue de quitarse el sombrero. Todo un caballero. Contra todo lo que decía la gente, él mantuvo su palabra y su compromiso. La muchacha valía más que todos los rumores. Hasta podría haber sucedido, quizá, pudo ser, vaya Ud. a saber, que hubiera sido violada.

No se escandalicen ni se nos interprete mal: seguimos en el hilo de versión “gentil”, es decir, de la gente murmuradora, que veía en María una más del pueblo. José la aceptó tal cual era, porque María era una muchacha honrada y buena por naturaleza. A tenor de lo que eran sus padres, que por algo la Iglesia declaró santos, de tal palo tal astilla. Es más, no sabía lo que iban a decir de ella en siglos venideros porque, de haberlo sabido, le habría puesto al día a José, que con seguridad se habría postrado a sus pies.

Puestos a elucubrar de tejas para abajo, a la vista de lo que se seguía diciendo en el pueblo, José tomó una drástica decisión, cual fue la de emigrar a Belén, un pueblo aledaño de una gran ciudad, Jerusalén, donde encontraría trabajo, especialista como era. Lo otro, lo de acudir a Belén por el censo y por cumplir las escrituras, a exactamente 115 Km, con una mujer a punto de dar a luz, no cuadra. Y menos cuadra que los cronistas sagrados inventen un censo que no se dio por esas fechas sino diez o doce años más tarde. “Eso” de Belén no fue otra que una huida a tierras apartadas, lo mismo que lo de Egipto, para sosegar habladurías y que la cosa se calmara en unos años. Y tuvo que haberlo hecho meses antes del nacimiento. En las condiciones en que estaba María, no podía exponerse a hacer un largo viaje de no menos de cinco días por caminos que distaban mucho de ser la autovía Burgos-Valladolid.

¿Pero por qué Belén? Pues lo mismo que en los años 60 uno de Arjona recaló en Barcelona. Eligió Belén buscando trabajo. Podría ser también que buscara refugio y apoyo en casa de aquellos parientes, Zacarías e Isabel que residían muy al sur, en Judea. Zacarías, no lo olvidemos, era funcionario del Templo y por lo tanto persona rica y con poderes. Como sabemos, Isabel se había quedado embarazada a edad avanzada y María fue a ayudarla en las labores de la casa. Por cierto, eso de “vieja” que dice el Evangelio no concuerda demasiado con la biología humana: aquí no se habla de concepción espiritual y el padre debió ser Zacarías, como es lo natural.

Pero como nada de lo supuesto –por eso es supuesto— se dice en las escrituras, lo cierto es que no fueron a casa de Zacarías: o María se puso de parto antes de tiempo o para la familia Zacarías el asunto debió ser un tanto bochornoso.

A tenor de lo dicho, creo que la historia cuadra mejor. Pero no vamos a contender con aquellos que están seguros de que hubo ángeles por todas partes, preñeces cuasi “in vitro”, belenes napolitanos, anuncios de paz en una tierra que ha sido la que más guerras ha soportado, pastores que apacentaban sus ovejas al raso, con el frío que hacía en las noches de diciembre… Añádanse visitas importantes, con regalos sustanciosos para ir tirando en los primeros años. Con lo cara que estaba la mirra, bien les vendrían.
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