El legado de un dios-compendio.

Cuando “todavía había Dios”, señor de vidas y haciendas, le adornaron con todo el poder, virtudes y gracias de que el hombre era capaz de poseer: lo que éste y el otro y el otro y el otro poseían –la verdad la poseemos entre todos— era el compendio de lo que entendemos por “Dios”.

El tirano era Dios; el dueño era Dios; el poseedor de todos los bienes era Dios; el sabio, el intelectual, “el que conoce”, era también Dios; y, sobre todo, el bueno, el amigo, el consolador, ése asimismo era Dios. Aunque con sorna, se decía en el pueblo respecto al "rico": "¿Quién es Dios? Don Ulpiano y otros dos".

Hay hombres que siempre han querido y todavía quieren usufructuar el concepto “Dios” y arrebatarle parte de sus prerrogativas: el hombre quiso ser Dios arrebatándole un dominio, el absoluto, el de la vida, y se erigió, y se erige, en dueño de la vida de los demás: ¡ya soy Dios!, gritaban, y siguen gritando. Todo porque han matado.

En la muerte de los demás se da la presencia absoluta de Dios porque el mayor creyente es el asesino.

Canal de ida y de venida: Dios asumía, por concesión, todo lo humano y, por nueva gracia de los hombres, le otorgábamos el poder de conceder su gracia a los hombres: el tirano era “Caudillo por la gracia de Dios”; el rico lo era “porque Dios lo había bendecido con sus dones”; el hombre bueno venía a ser “el amigo de Dios”; María se hace “la llena de gracia”...

Por paradoja de la psicología humana, la Encarnación de Dios siempre fue posterior a su Ascensión: el hombre ascendió primero al reino divino para bajar después; Moisés subió al monte Sinaí para bajar después nimbado de claridad; Jesús, lógicamente, tuvo que subir al monte Tabor para transfigurarse... y poder quedar hecho un “cristo”.
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