Un mentira lleva a prisión a unos jóvenes.

Unas muchachas fingen haber sido violadas, denuncian a unos jóvenes y éstos son recluidos en la cárcel de manera preventiva. Todo falso.
"La ley del Far West,
dispara primero,
pregunta después".
Voy a contar mi caso.
Los hechos de los que fui paciente protagonista sucedieron en marzo de 1973 en el Parque Estoril I calle Burdeos, 2, de Móstoles, por si alguien quiere recabar datos de lo que allí pasó. Para mí hechos que daban la razón al chascarrillo que se contaba de Móstoles por aquellos años(1).
Ciudadano de Madrid en alguiler, en aquellos años en que el boom inmobiliario hizo reventar los pueblos de los alrededores, compré un piso en Móstoles y allí que me fui a vivir recién casado. Fueron siete años felices: formación del nido, hogar cada vez más confortable, amor a raudales, niños que llegan, mucho trabajo, mucha ilusión, amigos que se van haciendo entre los vecinos... Pero también vecinos perversos y pervertidos. Eran los años en que comenzaba a sedimentarse el aluvión migratorio. Y me tocó en "mala" suerte.
Trabajando en Madrid, los porteros de mi edificio, S. y M., buenas personas, cuidaban nuestros renacuajos. Ellos también tenían una hija adolescente. Ninguna queja, es más, mucho que agradecer.
Un día que no debería haber conocido el sol, al regresar por la tarde del trabajo a casa, hecha un mar de lágrimas nos hace saber la mujer del portero que a su marido lo han detenido; que está ingresado en Carabanchel; que lo han acusado de violar a una niña de ocho años; que todo es mentira; que no hay más que envidias aquí...
Estupefacción, asombro, incredulidad, indignación... Ni siquiera se me pasó por la cabeza que S. fuese capaz de tal felonía. Confié ciegamente en su inocencia, como así resultó a la postre. Más, empezando a saber la catadura moral de aquellos que le habían denunciado: el padre era conocido por "el ciervo", según me dijeron mucho más tarde; la instigadora una vecina de cascos ligeros que recibía las visitas con sólo una camisa por encima; el médico que certificó la violación, extraño al edificio, se beneficiaba a una de las promotoras de la calumnia...
La comunidad de vecinos, ante esta noticia, se transformó en un hervidero de rumores: "Quién lo iba a decir... Y también cuidan a unas niñas pequeñas... No se puede uno fiar de nadie... ¿Y cómo sigue dejando a sus hijas con tales personas este vecino? Hay que hacer una Junta Extraordinaria para echarles de la Portería...".
Y así fue. Creo que había más familias allí que vecinos del inmueble.
No, hasta que uno no ve la presión que supone una masa de energúmenos enardecidos, crispados, incapaces de razonar, movidos por la ira e incitándose unos a otros, no se da cuenta del peligro que corre cualquiera que se ponga enfrente.
No era defender al proscrito, era buscar una miaja de sosiego y calma, tratar de pensar, tratar de decidir con la razón y no con la visceralidad provocada por "tal hecho"... Fui yo quizá el único que habló en contra de la toma de decisiones precipitadas:
¿No podemos esperar a que decida el juez?
¿Quiénes somos nosotros para privar de un puesto de trabajo y destrozar una familia?
¿No se nos ha ocurrido pensar en que puede ser inocente?
Yo no conozco al "padre de la criatura" supuestamente violada, y para mí y supongo que para el juez tan inocente es él como el portero"...
Gracias a que había una mesa de por medio y personas que lo sujetaron, no recibí una paliza allí mismo por parte del "padre de la criatura".
No, nadie puede hacerse idea de lo que es enfrentarse a una masa fuera de sí que busca desahogar su frustración como sea.
Pues allí se votó por abrumadora mayoría despojar del puesto de trabajo a esta familia. No me atreví ni siquiera a votar en contra: de unos setenta vecinos, creo que fueron tres los que se abstuvieron conmigo.
¿Y en qué quedó todo? En que el forense examinó a la niña ¡y no tenía ningún signo de violación! En que el trasfondo de los denunciantes era un patio de crónica rosa de lo más oscuro, en que el desalmado profesional de la medicina se beneficiaba a la mujer instigadora. En que el nivel de vida del portero --albañil primero y "enchufado" después-- era bastante superior al de muchos vecinos y eso era algo intolerable. En que el portero pasó casi mes y medio en prisión... hast a que el dignísimo señor forense se dignó entrar en el caso.
¿Y cómo terminé yo? Pues vendí el piso a los pocos meses --el ambiente era irrespirable y habían circulado amenazas-- y me marché de allí. Salí ganando en ambiente comunitario. Y, tras la puesta en libertad del portero y perdido su puesto de trabajo, rompí toda relación con ellos. Mi sentido de la justicia sufrió una bofetada precisamente por parte de aquellos que debieran haberse refugiado en ella.
¿Por qué? ¡Por indignación! Primero me enteré de que habían dicho que "no podían volver a la portería por vergüenza"... pero luego supe que esta familia se había enrolado en una secta, no "testigos de Jehová" o "evangelistas", sino a la de "matrimonios cristianos" que por esos tiempos comenzaba su auge. Allí encontraron refugio. Y que, por seguir el ejemplo de Cristo, prefirieron sufrir todo en silencio, perdonar y no denunciar a los calumniadores...
Inocente de mí, confiado en que la sensatez, el sentido común, la cordura y el juicio imparcial puedan imponerse; inocente, precisamente, al proclamar el principio de inocencia ante la chusma hambrienta; inocente por no saber hasta qué punto las creencias pueden cegar la inteligencia... Claro, con apenas mis 3o y pico años recién estrenados. Lo malo es que sigo pensando lo mismo. Y he seguido recibiendo bofetadas por el mismo lado...
(1)--"¿Crees en el más allá?
--¡Cómo no voy a creer en el más allá si vivo en Móstoles!"