Entre la metáfora y el pensamiento



El mar del saber y la arena del creer.

Me baño en el mar de las dudas suspirando por el puerto del saber. Apenas si puedo avanzar de pie unos metros dentro del agua. El resto es duda. Todavía toco la arena de la seguridad; luego me pongo a nadar; la línea de costa está aún al alcance de la mano.

Me giro a la infinitud del océano y se pierde la vista. Pululan pececillos por el fondo, sueltos, algún pequeño banco zigzaguea y escapa. Y me lanzo a nadar de forma compulsiva. Ya no veo el fondo; el agua está oscura...

¡Pero estoy dentro del agua, estoy nadando, no me hundo, domino el mar! He gozado en la arena jugando con las olas, ahora me siento dueño del agua, la abrazo y me abraza, me envuelve y parece que se me cuela por los poros...

A lo lejos, en la playa, veo a muchos de pie frente a las olas; juegan a no mojarse; otros están tumbados; otros dormidos al sol pastoso de la tarde... Están seguros y lo saben. Creen.


Zarandear el árbol.


En el patio y jardín de su soledad el hombre busca los asideros de la cultura, los clavos ardientes de las ideas ajenas. Y descubre la seguridad del que, siendo inseguro, hace gala ante los demás de vivir anclado en el credo que lo alimenta. Un espejismo.

Si lo zarandeas un poco, tanta seguridad cae como la hoja amarilla del árbol otoñal que sigue pegada al árbol por un hilo sin vida. Sí, lo admito: también y todavía ese árbol ha aportado sus frutos... de erudición, de entrega, de dedicación a los demás. Pero amarillea.

La falsedad que lleva a la ciencia.


Quizá por ironía del destino la religión ha abierto las veredas de la ciencia.

El hombre ha descubierto que todas sus explicaciones, a veces impuestas como credos, eran falsas: descubierta una, la duda ha llevado a preguntar por otras y otras y otras hasta exasperar a la creencia.

La religión, ahora, está agotada, extenuada y fatigada de tanto como ha tenido que mentir. Es el pobre de la Gran Vía arrastrando sus pertenencias en carritos de niño y bolsones de El Corte Inglés.

¿Revelación? ¡No! ¡Cuentos!


Navegan por lagunas pero naufragan en el mar; aceptan el salvavidas de las credulidades menores y se van a pique con los plomos del credo; se someten a preceptos parciales, las conveniencias, y desobedecen al principio esencial rector del creer, su razón.

Teólogos de renombre sostienen la fe con puntales de paja y no son capaces de reforzar los contrafuertes. Divierten al pueblo con los festejos de la imaginación porque ven peligrar el substrato.

Ésa es la religión de nuestros días. Ahí está la Revelación, que es el fundamento de un sistema de creencia.

El catolicismo, portando Biblia y Tradición como garantía de revelaciones; el protestantismo, revuelto otra vez en la Biblia; el Islam, esgrimiendo como faca la palabra de Dios al Profeta.

Historia de pretendidas salvaciones que de nada salvan, barca en que navega el creyente con las velas de su pretendida seguridad y el viento de revelaciones autoreveladas.

Flores para fiestas.


Fiestas que se hacen fiestas religiosas. Deuda de sumisión.

Necesidad de que el festero caiga en la cuenta de cómo le han hurtado hechos señeros de su propia existencia, piedras miliares que marcan el devenir de su propia vida y que nada tienen que ver con la esencia de la fe.

De hacerlo así, dejarían de postrarse, como flores cortadas, a los pies de los servidores de la Iglesia. Ésos que, en su delirio de servir a Dios de una manera especial, han llegado a pisotearlas y aplastarlas contra la tierra, de la que ellos mismos salieron pero crecieron como frutos marchitos.

Cansancio.

Podría seguir lanzando alegorías a los vientos para que se clavasen como dardos en el pensar de la duda. No.

La alegoría y la metáfora producen en la mente un cansancio extremo. Son los bombones de la palabra: uno, bien; cinco, empalagan; y más, hacen daño al organismo. Tremenda alegoría, la mayor de todas, éesa de “Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem...”.
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