¡Qué mundo el de Cervantes! (2)
España era en ese momento un país en transición, transición que no se produjo, por cierto, hasta casi el siglo XX. El sistema feudal todavía mantenía su vigencia y apenas si se podía hablar de una burguesía influyente; las ciudades eran más centros administrativos que productivos; había clases totalmente improductivas, como la de los hidalgos o el clero; el sistema financiero estaba en manos de genoveses o flamencos; el ascenso social dentro de una sociedad tan cerrada era prácticamente imposible, quedando como única vía los territorios americanos recién descubiertos o los todavía inexplorados, donde se reproducían los esquemas peninsulares.
Después de Lepanto, llevando cartas de recomendación del mismísimo Juan de Austria y del duque de Sessa, Cervantes hubiera tenido posibilidad de obtener puestos importantes en la Administración del Estado: todo lo truncó el apresamiento de la goleta Sol, a la vista de las costas catalanas, y los cinco años de cautiverio en Argel. Sin esas cartas, que por otra parte fueron las que le salvaron la vida después de sus cuatro intentos de huída, al llegar a España se vio sin protección alguna, debiendo hacer frente, por otra parte, al reintegro del dinero que por él se había dado.
Y Cervantes llega a Madrid, donde residía la Corte en busca de algún empleo, aunque, en algún momento, su propósito fue obtenerlo en las Indias, cosa que le fue negada ("Busque aquí donde se lo den..."). Madrid de tener unos cuatro mil habitantes, creció en medio siglo hasta los cien mil. Este hecho trastornó la vida de la ciudad, mal preparada para tal aluvión de gente.
La clase alta y los estamentos adinerados contruyeron palacios, casonas y residencias nobles, con grandes espacios para el esparcimiento y la caza; la Iglesia llenó Madrid de templos, colegiatas y conventos. El espacio físico, elegido en un principio por los reyes por su aire sano y aguas puras, se fue llenando de suciedad, donde pululaba todo de tipo de personajes de lo más variopinto. Madrid creció con la estructura original de un pueblo grande manchego, pero sin la infraestructura suficiente. Calles oscuras, estrechas, llenas de basura, con barrios empobrecidos y casuchas de mala muerte.
Hemos hablado de un país en transición... cosa que no es del todo cierta. España era en ese tiempo un país fundamentalmente agrícola, donde la posesión de la tierra estaba en manos de la nobleza y de la Iglesia, especialmente las grandes órdenes religiosas. Es cierto que el rigor feudalista estaba en decadencia, pero todavía no se imponía una clase nueva, una burguesía agrícola. La expulsión de judíos y moriscos --hecho este último que le produce a Cervantes conmiseración--, la seducción que producían las Indias, la huída de la pobreza entrando en un convento o alistándose en los Tercios... produjeron un efecto devastador en la productividad.
Madrid, centro administrativo de España, y también las demás ciudades importantes, se fue llenando de campesinos arruinados, mendigos, parásitos, hidalgos sin ingresos, ladrones... todos buscando cómo vivir sin trabajar.
Cosa bien distinta era la vida que llevaba la nobleza (que refleja Cervantes en la II Parte cuando los duques, Altisidora, hacen befa tanto de Sancho como de Don Quijote). Una vida de grandes dispendios, de lujo, de fiestas... auqnue podríamos decir que todo a crédito.
Respecto a la vivencia de la religión entre la clase alta, parecía que la piedad religiosa era puro barniz que no influía en la vida diaria. Era normal el flirteo masculino y femenino entre jóvenes y religiosas, algo que cortó de raíz la reforma de Teresa de Jesús. Se dice que el famoso Cristo de Velázquez fue el pago de Felipe IV a la Iglesia por un escándalo sexual. Y las trampas en los negocios era norma habitual. La corrupción era la norma y los funcionarios honestos la excepción. Algo que sufrió Cervantes en sus carnes, entrando en prisión al menos dos veces.
Iglesia y Estado esaban infestados por un ejército de parásitos buscando fortuna en los fondos públicos. De ahí la venta de cargos, las sinecuras, las prebendas, las canonjías, los beneficiados (rentas de iglesias sin residir en ellas)... también en la Iglesia. Todo tan normal.
Miguel de Cervantes, como no podía ser de otro modo, es hijo de su tiempo. Y su genio estriba hacer genialidad de las cosas de su tiempo. He leído por ahí, creo que por boca de Sánchez Albornoz u Ortega y Gasset, que Cervantes en su Quijote hace gala de una hipocresía sibilina a la hora de manifestar su relación con la religión; incluso que hay trazas de que se sentía afín al judaísmo, al protestantismo e incluso al Islam.
Nada más falso a mi parecer, y lógicamente al de todos cuantos, desde su credo católico, se han acercado al Quijote. Dado que el Quijote es un libro inmenso, se podría extraer algo de algo y su contrario. No. Cervantes, tanto en su vida como en su obra, manifiesta con toda clarividencia y sinceridad su fe cristiana y católica.
Pero de nuevo nos encontramos con la compulsión a ser así. Cervantes no podía ser otra cosa. La religiosidad no sólo estaba en el ambiente y en la convicción de todos. Estaba en las leyes, en las instituciones, en la posibilidad de medrar, en las prácticas festivas... Era algo, además, coercitivo. No se podía ser otra cosa que católico, apostólico y romano. No quita que, profesando la fe, su pluma se cebara en conductas o hechos del estamento religioso vituperables.
La sensación que da, cuando al estamento clerical se refiere o le hace presente, es que es un "factum", un hecho, una cosa natural, el paisaje normal de su vida. Es lo que hay, podríamos decir. No cuestiona nada, como tampoco cuestiona la existencia de hidalgos o la clase noble.