La papeleta que tiene Dios con las personas "buenas".

Nos quedamos, pues, con los “buenos” y los agrupamos según su relación con la "verdadera Iglesia de Dios" haciendo la necesaria distinción de clases:
a) unos pertenecen a la Iglesia, con todos los grados inimaginables de adhesión;
b) otros han dejado la Iglesia porque ya no creen en su mensaje;
c) los hay que pertenecen a otras religiones pero conocen la “verdadera”;
d) y se dan los que no saben nada de la Iglesia “verdadera”.
Todas son buenas personas. ¿Quiénes de ellas se salvarán?

Verdadero compromiso en el que han puesto los teólogos a Dios, sobre todo entre los Grupos b) y c), que es donde está el real busilis.
Dios no las puede condenar, ya que su conducta ética es buena; pero tampoco las puede “salvar“ porque, a sabiendas, no aceptan ni practican lo que Él, por revelación, ha prescrito. El caso más sangrante se da en aquéllos que han abandonado la “verdadera Iglesia”.
Sí, ya sabemos la “nueva” doctrina: ya sabemos que Dios acepta y salva a quienes de buena fe practican una religión o no practican ninguna.
Aún así, los propaladores de doctrina, teólogos, sermonistas, sacerdotes, no pueden entender, ni menos admitir, que Dios se desentienda de su única Iglesia, la verdadera, la santa, la formada por su Hijo y admita la salvación de cualquier advenedizo con pegatina de bondad. Dios tiene que reclamar lo suyo, gritarán estos nuevos sacerdotes de Baal. Después de tanto desgañitarse, han dimitido de tan espinosa cuestión.
Entonces, si necesariamente debemos concluir que Dios no puede condenar a “los buenos” ¿a santo de qué rodearse de tanto "vaticano", de tanta parafernalia, de tanto rito, de tanto sermón, de tanta organización juvenil y senil? ¿A santo de qué tanta jerarquía y tanto empleo? ¿Por qué no prescindir definitivamente de todo ello y dedicarse a la perfección personal con las fuerzas propias? ¿Que no es posible? ¡Vaya si es posible!
No respondan “porque la gracia de Dios...”. Las monsergas, no demostradas por la experiencia del diario vivir –personas buenas—, no conducen a nada ni convencen a nadie. La convivencia del día a día nos demuestra que nada de eso otorga un plus de perfección a quien en sus pensamientos, actos y costumbres es BUENA PERSONA. Sólo les queda un "se supone que...", muy poco para llevar una vida dignamente humana.