El rito se tambalea en vacaciones.

Ideas anejas: "las vacaciones del rito", "las vacaciones de Dios" o "las vacaciones de la fe". Mejor "vacaciones rituales" dado que admite el cuádruple sentido de "descuido de ritos", "holganza anual”,  "asuetos prolongados" y "vacaciones en el lugar de siempre".

La explosión expansiva de la holganza, julio y agosto. El sol que se cuela por los tuétanos de la piel.  La modorra que invita a la “vidorra”.  Otros horizontes. Quien pisa asfalto todo el año, busca la molicie de la hierba bajo los pies o el crujir de la tierra por los caminos que van del páramo a la loma. Quien todo eso lo tiene a diario, admira las cuadrículas de cemento con ventanas de las ciudades donde el horizonte visual está más elevado que en su pueblo o las venas de asfalto de las grandes urbes.

Unos van al encuentro y otros huyen. ¿Vacaciones huida o vacaciones descubrimiento? Ambas cosas. Por lo general, vacaciones triviales donde prima la holganza junto con la pitanza. Pero el creyente tiene en su mente otras consideraciones más elevadas a las que rendir tributo.

Dejando aparte la consideración de las iglesias, los templos, como recintos de destino entre turístico y cultural, ¿pueden las iglesias tomar vacaciones? Imposible. La fe necesita de recintos adecuados. Los templos  no cierran aunque el culto se contraiga en aquellos lugares únicamente residenciales.

Y a las zonas donde podría existir una mayor actividad ritual –-pueblos costeros, urbanizaciones extensas con iglesia propia— acuden coadjutores que, rectores de sus parroquias, lógicamente también necesitan vacaciones. O extranjeros que aprovecha el verano para ambas cosas, servir a la fe y a la holganza. Ya instalados,  nadie sabe por las tardes si son “personas” o “sacerdotes”. Todo es cuestión de tener el coche aparcado en la puerta trasera.

No. La fe no admite vacaciones, porque es vida de la vida. ¿Cierto? ¡Cierto!  Lo repiten y lo previenen: en la fe, en la recepción de la gracia, en la permanente exhortación a las buenas obras no hay vacaciones.

Y aquí es donde mayor prestancia cobra la última admonición del papa Francisco: “Desiderio desideravi”, el papel fundamental y fundante de la liturgia, que hace revivir la Última Cena. Mixtificación que se da por supuesta: la necesidad del rito. Si existe es porque es necesario. La fe se mantiene por el rito; la gracia se dispensa en el rito; las buenas obras proceden de los buenos pensamientos que genera el rito.

Surge un pero que la realidad impone: si bien en la fe no hay vacaciones, si bien la gracia se dispensa doquiera el hombre se pone en contacto con Dios, y las buenas obras son la consecuencia social de los buenos pensamientos, donde sí se dan vacaciones es en el  culto. 

Me pongo en su lugar: estoy en la playa, tengo pocos días, ¿cómo voy a ir a misa si tengo que  recoger los bártulos, si tengo alquiladas las hamacas, si tengo que reunir a los niños, los siempre protestones niños, si tengo que asearme, vestirme, coger el coche porque en esta urbanización no hay iglesia...? Conclusión de este raciocinio inductivo: "Dios me comprenderá".

Y Dios ¡claro que comprende! No hay mayor presencia de Dios que la que se genera en la propia conciencia. Conciencia, voz de Dios. ¿O es la conciencia el mismísimo Dios?

Abierto el portillo de "no poder  ir" y ver que "no pasa nada"; comprobar que la conciencia no se alborota y que se acomoda a lo que hay; ver que "Dios parece que me comprende"... en el alma confiada se instala una placentera quietud espiritual.  El rito se sustituye por algún que otro acto de presencia de Dios –tal como aconsejan--, algún pensamiento piadoso, una leve oración, una jaculatoria...  Hasta puede haber un pequeño aperitivo de lectura bíblica.

 Y he ahí la ínsita perversión de las vacaciones, que ya percibieron los predicadores de otros tiempos: la molicie espiritual genera molicie; la constatación del “no pasa nada” y “Dios es bueno”; la consideración de que Dios está en todas partes y no sólo en la Iglesia; la queja contra el hastío anual del domingo de misa a las doce; el considerar el tiempo dedicado a la familia tan importante como el dedicado a “ese dios ritual”... dan al traste con el rito. 

Unos cuantos fieles menos por culpa de unas pérfidas vacaciones mal programadas espiritualmente. ¿Y no será lo que queda de año igual de eficaz en el descanso?

Volver arriba