Por supuesto que Jesús existió (el mito de Jesús).

Por supuesto que Jesucristo, no Jesús, existió: como existieron Ulises, Zaratustra, Mitra y Apolo. Al creador de Cristo, Pablo de Tarso, le importaba un comino si Jesús existió o no. Ni le había conocido ni convivió con él. ¡Se le apareció! ¡Qué genialidad! Presuponer que algo ha existido porque se han tenido pesadillas.
Él creó otro personaje a imagen y semejanza de sus deseos, de sus fuentes helenistas y fundamentos judíos. Importa poco que ningún papel diera noticia de él; importa nada que no existan pruebas arqueológicas anteriores al año 100 sobre monumentos o cenotafios o lo que sea con su nombre. Lo importante es la tradición de su paso por la Tierra. (¿Paso por la Tierra de todo un dios?)
Por supuesto que Jesús existió, lo corroboran los mismos documentos que justifican la existencia de un tal Julius Caprinio Volterianus, que no aparece en documento alguno de la época y del que da testimonio fidedigno de su existencia un bloguero, el día 23 de agosto de 2017 a escribir su vida y milagros.
En el año 325, o sea, nada menos que 300 años después, viene una tal Helena y descubre, recupera y certifica objetos de alto valor testimonial: el “títulus”, la lanza, el sepulcro, la cruz, la sábana mortuoria... del condenado Jesús, un charlatán iluminado de los muchos que se dieron en ese tiempo que a los pocos meses había desaparecido de la memoria popular. Y todo eso a pesar de las guerras ocurridas en ese territorio, la destrucción sistemática ejercida en esa región en los años 60 y 70, con el “enorme interés” de los judíos por conservar objetos de ajusticiados, con las lluvias, vientos, veranos tórridos pasados... Y Helena descubre todo eso sin geo-radares y los más sofisticados medios técnicos para descubrir e identificar objetos enterrados.
Por supuesto que Jesús existió, todo el mundo romano y helenístico comentaba sus “hazañas”, que luego llamaron milagros: dio de comer a cinco mil indigentes; caminó sobre las aguas; con un movimiento de dedos curaba a leprosos e histéricos; las gentes iban detrás de él como posesos o ratoncillos de Hamelin... Algo así, tan conocido, respetado, admirado y propalado, “tuvo” que existir, porque de eso se hablaba en todo el Imperio romano.
Por supuesto que Jesús existió. Lo certifica una pieza de tela que el carbono 14 certificó... del siglo XIII.
Gracias a Pablo de Tarso la recua de los cristianos extraídos de lo más bajo de la sociedad, consolados en su desgraciada vida por promesas salvadoras y admitidos en sociedad por doctrinas que les daban un poco de esperanza en la vida, creció como la mala hierba. ¡Cómo no iban a hacer referencia a ellos, seguidores de Cristo o Jrestas o lo que sea, los que escribieron algo relacionado con los judíos! Referencias de Flavio Josefo, Suetonio, Tácito o Plinio el Joven dan testimonio de la existencia de una secta seguidora de un iluminado. No, no daban testimonio de su vida sino de que había quienes creían en él. ¡Pero si ni siquiera su profeta y creador, Pablo, da detalle alguno de su familia, su vida y sus hechos!
¡Vaya referencias históricas sobre aquél que había conmovido al mundo curando posesos, transformándose en el Tabor, procurando pesca abundante o deteniendo las tormentas! El que tanto bien procuraba a la sociedad, no podía dejar de existir. Era la Seguridad Social preconizada dos mil años antes.
¿Los Evangelios? ¡Menuda fuente! También Peter Pan tuvo sus escritos, comentaristas y panegiristas; y Patroclo los suyos; y Hermes; y Heráclito habló del Fuego; y Empédocles de la Amistad; y Platón dio origen a las Ideas “platónicas”; y Epicuro se le asocia al Placer. Pues lo mismo con Jesús: las ideas buenas de bondad, perdón, amor a todos... siempre funcionan. Jesús como “eidolon”, como Idea, funciona a las mil maravillas y encarna todo lo deseable por la Humanidad.
Otra cuestión, que es la cuestión medular, es la figura de Jesús, la construcción del personaje Jesús: qué contiene, para qué fue creado, cuál fue la intención de sus creadores, con qué intereses se creó, quién lo creó y cómo, qué hizo que el mito se fuera afianzando, cuál fue su evolución –y su tergiversación—a través de los siglos.
Pero eso merece capítulos aparte.